“Anda, haz tú lo mismo”

Queridos, ante todo quiero invitaros a que guardéis en el corazón la palabra de Dios que acabáis de escuchar. En el corazón guardamos lo que amamos, lo que queremos preservar de la indiscreción, lo que mantenemos siempre disponible para la mirada interior. Guardad la palabra en el corazón.

Habréis observado que el relato evangélico está centrado todo él en torno a un personaje sin nombre, al que, en principio, nosotros llamaremos “prójimo”, porque, practicando la misericordia con un desconocido –con un lejano-, se portó con él como “prójimo suyo” –se hizo cercano a él, se le aproximó-.

Pero enseguida nos damos cuenta de que aquel hombre abandonado medio muerto y aquel prójimo suyo del relato evangélico, tienen para nosotros nombres muy concretos: el hombre herido soy yo –es cada uno de nosotros-, es esta comunidad que El Señor ha redimido; y mi prójimo –nuestro prójimo, el que se nos aproximó- es Cristo el Señor, y nosotros le llamamos Jesús.

Considerad cómo, en Cristo Jesús, Dios se acercó a sus pobres: a María, que no conocía varón; a José, que era justo; a los pastores, que velaban en la noche los rebaños; a Simeón y Ana, que vivían de esperanza; a leprosos, endemoniados, paralíticos, ciegos, sordos y mudos; a las ovejas descarriadas de la casa de Israel –que no eran los malos de Israel sino las víctimas del mal-.

Consideremos ahora cómo, en Cristo Jesús, Dios se acercó a nosotros: nos purificó, nos justificó, nos santificó en el bautismo; nos dio su Espíritu Santo, que habla con palabras de fuego; nos salvó por su gracia, nos vivificó juntamente con Cristo, con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús.

Lo podemos decir con verdad: “Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús”.

Todo ello el apóstol nos lo ha resumido hoy de esta manera: Por él –por Cristo- quiso –Dios- reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz. “Reconciliar”, “hacer la paz”, es la forma concreta en que Dios, por Cristo, practicó la misericordia con nosotros, se ha acercado a nosotros, se nos ha hecho prójimo.

También es verdad que el mismo Señor que se hizo nuestro prójimo en Cristo, se había hecho cercano a su pueblo por medio de las palabras de la ley. Tan cercano estaba el Señor de su pueblo que éste podía escuchar su voz y volverse enteramente a él, convertirse al Señor con todo el corazón y con toda el alma. El mandato del Señor está tan cerca de su pueblo que éste lo lleva en su boca y en su corazón.

Dios, porque nos ama, se ha hecho nuestro prójimo dándonos su palabra inspirada y su palabra encarnada; Dios se ha hecho cercano a nosotros en Cristo Jesús, que es imagen visible de Dios invisible.

Cristo es la bondad de Dios que nos escucha, la fidelidad de Dios que nos ayuda, la compasión de Dios que se inclina sobre nuestras heridas para curarlas, la misericordia de Dios que nos levanta de nuestra postración y miseria. En Cristo Jesús, Dios es pastor que sale en busca de su oveja perdida; Dios es mujer que se afana en la búsqueda de su moneda extraviada; Dios es padre que hace fiesta por el hijo que estaba muerto y vuelve a la vida, estaba perdido y ha sido hallado.

En el evangelio de este día, junto a la revelación del amor por el que Dios se ha hecho nuestro prójimo, se nos revela también el mandato de Dios, que nos llama a hacernos, por el amor, prójimos de todos. Si Dios, en Cristo, practicó misericordia con nosotros, el mandato de Jesús dice: “Anda, haz tú lo mismo”. Haz tú lo mismo, hermano mío. Practica la misericordia y la compasión con todos los hombres y mujeres que haces prójimos tuyos por el amor que les tienes. Es el amor que les tienes el que te hace prójimo de ese hombre, esa mujer, que pueden tener una ideología distinta de la tuya, pueden tener un credo que en nada se parece al tuyo, pueden tener sentimientos enfrentados a los tuyos. El hombre a quien nuestro amor hace prójimo nuestro, puede representar para nosotros un peligro, una amenaza, puede que nos deje contagiados e impuros, puede que sea el más grande de nuestro enemigos; sin embargo, la ley del camino cristiano no reconoce excepciones: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”.

Mi prójimo es aquel que yo acercaré a mí acercándome a él para vendarle las heridas, llevarlo conmigo y curarlo.

Feliz domingo.