Jesús, las bienaventuranzas y los pobres:

No las leo si no es a la sombra de la cruz y a la luz del crucificado: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”.

Sólo en esa sombra y con esa luz puedo acercarme al misterio que las palabras encierran.

En esa cruz, condenado a ella, clavado en ella, está un pobre, un hombre al que sólo quedan en propiedad heridas y palabras.

Un día, en el llano, “levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos los pobres”.

Otro día, desde lo alto de una cruz, bajando los ojos hacia ti y hacia mí, como quien deja un testamento a sus hijos, nos hizo llegar el eco de aquella asombrosa revelación: “Dichosos los pobres”.

Volví a leer la pasión en el evangelio de Lucas, escudriñé tus palabras, Señor, y tus heridas: Repartiste tu cuerpo como un pan, y con tu sangre sellaste una Alianza nueva y eterna. Dijiste palabras de advertencia a las mujeres que lloraban tu destino de muerte: “Van a llegar días en que se dirá: «Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado». Entonces, la gente pedirá a los montes: «Desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «Sepultadnos»”. Pediste al Padre perdón para todos los implicados en la muerte de su Hijo. Hiciste promesas de paraíso a un ladrón sin futuro.

El cenáculo, el camino de la cruz, la cruz, nos devuelven las palabras de la revelación en el llano: “Dichosos los pobres”, y nos invitan a entrar en su misterio: Dichosos los discípulos que comieron el cuerpo entregado del Señor y bebieron la nueva Alianza sellada con su sangre. Dichosos los verdugos que oyeron una súplica de perdón impetrado para ellos. Dichoso el ladrón, crucificado con Cristo, que aquel día entró con el Rey en el paraíso.

Para discípulos, para verdugos, para ladrones, ¡para los pobres!, el Reino de Dios se llama Jesús, y está allí para todos, como un pan y una misericordia. Si tienen hambre, serán saciados; si lloran, reirán. Los saciados, tendrán hambre; los que ríen, llorarán.

“Dichosos los pobres”, porque Jesús –el Reino, el perdón, el paraíso- es para ellos, y ellos lo acogerán.

Y dichoso Jesús, el Hijo que se hizo pobre para ser nuestra riqueza, pues cuando todo lo ha dado, también la vida, conoce la dicha de recibir a los pobres que ha amado: a los discípulos, al jefe de los soldados, a un ladrón… a nosotros.

Hoy, cuando os reunáis en asamblea eucarística, sabréis cumplidas en vuestra celebración las palabras del evangelio: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. Hoy se os entrega el Señor; hoy es para vosotros su cuerpo y su sangre, su Reino, su gracia, su misericordia, su amor.

Para los otros pobres, nosotros hemos de ser presencia real de Jesucristo el Señor.

Para todos, en Jesús, estamos llamados a ser paraíso, pan y consuelo.

Feliz domingo.