Iglesia, sacramento de paz y misericordia:

Aprenderé a decirlo con el Apóstol: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Hay quien pone su gloria en la circuncisión, y quienes la ponen en no estar circuncidados; hay quien se gloría en la ley, aun sabiendo que deshonra a Dios transgrediéndola; hay quien presume de lo que tiene, como si no lo hubiese recibido todo.

Que se gloríe quienquiera de su saber, que presuma quienquiera de su fuerza, de su poder, de sus estrategias para imponerse a los demás, someterlos, dominarlos… “En cuanto a mí Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.

Quise quedar abrazado a esa cruz, a ese crucificado, porque sólo él tiene palabras de vida, porque sólo él es el camino que lleva a la vida: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Pedí quedarme con él… y entonces ¡él me envió!, a los pueblos y lugares adonde quería ir: “Mirad que os envío- dijo- como corderos en medio de lobos”. El Príncipe de la paz nos envía con su paz, para llevarla a la gente de paz.

Y nos pusimos en camino con el mandato -la autoridad- de curar a los enfermos, y de anunciar que ha llegado para todos el Reino de Dios.

“Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis; alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto… Porque así dice el Señor: _Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”.

Adonde llega Cristo, llega la paz, y tú, Iglesia cuerpo de Cristo, eres el mensajero que va adonde Cristo quiere llegar; contigo va la paz que Dios ofrece a los pobres, a todos los pobres, pues todos caben en el corazón de Dios y todos han de encontrar cabida en tu corazón.

Tú eres el sacramento por el que tu Señor se hace presente en cada lugar, en cada casa, a cada uno de los que esperan, con su llegada, la llegada de la salvación.

No eches fardos sobre los hombros de quienes esperan el evangelio; no des una piedra al hijo que te pide pan; no pongas un escorpión en la mano del hijo que te ha pedido un pescado; no defraudes con ideología religiosa a quien espera la salvación.

Tú, Iglesia cuerpo de Cristo, eres sacramento de la paz de Dios para la humanidad. Por ti, desde Cristo crucificado, la misericordia se derrama sobre el mundo. Esa es tu dicha. Esa es tu gloria.

Feliz domingo.