Delante del pueblo de los oprimidos, un mar impasible les cierra el camino hacia la libertad que han soñado, y los deja a merced de un enemigo que los persigue, no porque lo hayan ofendido, ultrajado o menospreciado, sino porque su libertad lo privaría a él de los réditos que le produce su esclavitud.
Te persigue el faraón, el explotador, el poder, con sus dioses y sus magos, sus sacerdotes y sus cortesanos, sus carros y sus caballos, sus mentiras y sus amenazas, sus boletines y sus ritos, sus leyes y sus jueces.
Y frente a ti, indiferente a tu angustia, aliado con el poder, sigue el mar: un mar de inventos, razones y pretextos para suprimir puestos de trabajo; un mar de eufemismos para señalarte como culpable de tu desgracia; un mar de deudas, de hipotecas, de leyes que te reservan un futuro de esclavo; un mar de agua, de vallas, de cuchillas, de balas, de barreras disuasorias.
Hoy, como ayer, aunque no grites a tu Dios, porque ni siquiera te quedan fuerzas para rebelarte, él no deja de oír tu sufrimiento: “He visto la opresión de mi pueblo y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo”.
Hoy, en tu celebración dominical, el grito de tu sufrimiento se te vuelve reproche susurrado en el secreto de tu corazón: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.
En este tiempo de gritos y susurros, no dejes de escuchar unido a tu queja el salmo del Hijo más amado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Y con el más amado escucha la palabra que hoy te dice tu Dios: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Escucha, en comunión con Cristo, el clamor de la esperanza que se ofrece a los pobres desde el día de su resurrección.
No temas, pequeño rebaño, gusanillo de Jacob: “Yo mismo te auxilio”, yo soy tu libertador.
No temas: El futuro no es del poder sino de Dios, no es del dinero sino de los pobres, no es de los que crucifican sino de los crucificados.
Si hoy, hermano mío, hermana mía, escuchas la palabra de Dios, si comulgas con ella, escuchando y comulgando optas por servir a Dios, a los pobres, a los crucificados, y así subes al regazo materno de Dios, te refugias al amparo de sus brazos, desahogas allí tu corazón.
Quienes opten por servir al dinero, por el dinero serán esclavizados y devorados.