Iglesia a los pies de los pobres:

A la Iglesia de Dios que peregrina en Tánger: Paz y bien.

Queridos: Al llegar el mes de junio, solemos encontrarnos para celebrar en comunión fraterna el Día de la Iglesia y el aniversario de la ordenación de vuestro obispo.

Este año, la celebración se hará en Tetuán, en el recinto del antiguo Hospital Español, el 12 de junio, domingo XI del Tiempo Ordinario.

En el corazón de cada hijo de la Iglesia la gracia de ese domingo aunará lágrimas de compunción y perfume de agradecimiento, historias de pecado y de perdón, sobresaltos de muerte y de vida, memorias imborrables de miseria y de amor.

Un frasco lleno de perfume:

Ese día, el evangelio nos dejará la memoria de un encuentro, memoria de Dios a los pies de una mujer, memoria de una mujer a los pies de Dios: Mujer y pecadora, mujer y lágrimas; mujer amada, mujer y perfume; mujer amante, muer y besos; mujer en la que tú, Iglesia de Cristo, te reconoces, te ves a ti misma, y, porque en ella estás representada, te dispones a vivir en el misterio de ese domingo lo que ella vivió aquel día en casa del fariseo Simón.

Mujer dichosa, aquélla y tú, pues dichoso es “el que está absuelto de su culpa”, dichoso aquel “a quien le han sepultado su pecado”. Dichosa ella, dichosa tú, Iglesia de Cristo, pues él te amó y se entregó a sí mismo por ti para consagrarte, purificándote con un bautismo de gracia, con el baño del agua y la palabra, para que estuvieses gloriosa en su presencia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada.

El fariseo te señala como pecadora, sabe que eres pecadora, más aún, lo sabe toda la ciudad. Pero ninguno de ellos ha conocido la compasión de Dios contigo, la obra de Dios en ti: no saben de su gracia en tu pecado, de su perdón en tu vida, del amor con que Dios te ha visitado y redimido.

El fariseo no sabe que tu perfume está inundando de gratitud el cielo porque Dios te ha llenado de gracia inundándote de misericordia.

Y mientras el escandalizado Simón no sepa lo que tú sabes, no podrá llorar como tú lloras, ni podrá tampoco amar como tú amas.

Dios a tus pies para lavarte:

Lavar los pies era lo propio de la hospitalidad humana.

Abrahán estaba sentado a la puerta de la tienda. Alzó la vista y vio a tres hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y dijo: «Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol…» (Gn 18, 1-4).

Cuando los ángeles llegaron, Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Al verlos, Lot se levantó para ir a su encuentro, se postró rostro en tierra y dijo: «Señores míos, os ruego que vengáis a casa de vuestro servidor, para pasar la noche y lavaros los pies» (Gn 19, 1-2).

Sin saberlo, los patriarcas ofrecieron hospitalidad a Dios y a sus ángeles, y, de ese modo, se hicieron a sí mismos huéspedes de Dios y de sus ángeles, que no venían del cielo a pedir algo que ellos pudieran desear, sino a ofrecer lo que Abrahán y Lot necesitaban.

Para ti, Iglesia amada del Señor, para remediar tu necesidad, en la plenitud de los tiempos la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros. El que era de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, se quitó el manto y, disponiendo cuanto era necesario para tu purificación, se puso a lavar los pies de tus hijos.

El que era del cielo, el que era de Dios, quiso hacerse tuyo, quiso tener parte contigo, para que tú, que eras de la tierra, tuvieses parte con él, y en él te hicieses del cielo y de Dios.

Por eso vienes hoy a la sala del banquete, para llorar lo que no has amado y ungir con el mejor de tus perfumes los pies del que te amó y se entregó por ti.

Tú, con tu Dios, a los pies de los pobres:

No vayas, Iglesia de Tánger, por otro camino que no sea Cristo Jesús; no te des otra misión que no sea la de llevar, como Cristo Jesús, el evangelio a los pobres; no olvides lo que has recibido de Cristo Jesús, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ti y te ha enriquecido con su pobreza. No quieras ser otro cuerpo que no sea el de Cristo Jesús, no quieras tener otra mirada sobre la vida de los pobres que no sea la de tu Señor sobre tu propia vida.

Que tu Señor, cuando llegue, te encuentre arrodillada como él a los pies de los pobres.

Feliz día de la Iglesia.

Tánger, 12 de junio de 2016

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