Queridos: Cada domingo nos reunimos para celebrar la pascua del Señor, porque la fe nos mueve y nos convoca.
Cada domingo se proclama en nuestra asamblea la palabra del Señor, y la fe le abre las puertas de nuestra vida para que la guardemos en el corazón y la cumplamos.
Cada domingo nos entregamos con Cristo sobre el altar de su obediencia filial, porque la fe nos une al Hijo de Dios en el misterio inefable de su entrega.
Cada domingo se nos ofrece en comunión el Cuerpo del Señor, ¡y es la fe quien nos acerca a la mesa de este sagrado banquete!: Por la fe recibo al que se me entrega y me entrego a aquel a quien recibo.
Si nuestro domingo no estuviese iluminado por la fe, nuestra vida no quedaría iluminada por el domingo. Podemos identificarnos como hombres y mujeres del domingo, sólo si somos hombres y mujeres de fe.
Hoy, sin embargo, la palabra de Dios nos invita a adentrarnos en el mundo de la fe como si no la tuviésemos.
En efecto, habéis oído decir: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza”. Y nosotros –urgidos por la vida, apremiados por la violencia- con sencillez y firmeza propias de la fe, interrogamos a Dios sobre su fidelidad:¿Hasta cuándo? ¿Por qué?…
Si escuchas la voz de Abel, oirás el grito de su sangre que llega a Dios desde la tierra. Lo oyes, lo reconoces y sabes que ese grito, el de tu hermano, es el grito de tu propia sangre, y por eso hoy, con toda verdad, con la misma fuerza de la sangre de Abel, eres tú quien pregunta a tu Dios: ¿Hasta cuándo? ¿Por qué?... Y la palabra de la revelación te recuerda que Abel, tu hermano,por la fe ofreció un sacrificio superior al de Caín, por la fe recibió de Dios testimonio de su rectitud, por la fe, estando muerto, habla todavía (cf. Heb 11, 4).
Hoy has escuchado la voz del profeta: ¿Hasta cuándo? ¿Por qué?… En realidad, era el grito de su pueblo lo que acabas de oír, era la voz de sus hermanos, la voz de tus hermanos, ahora también tu propia voz: ¿Hasta cuando, Señor, pediré auxilio sin que me escuches; te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? Y la palabra de la revelación te recuerda: “El justo vivirá por su fe”.
Escucha la voz de Jesús de Nazaret: “Mi alma está triste hasta el punto de morir… ¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14, 34. 36). “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Es la voz del Hijo eterno de Dios que ha querido hacerse Hijo del Hombre, y por eso mismo, es la voz de la humanidad entera: Es la voz del que no tiene un techo que le cobije, del que no tiene una familia que le acoja, del que no tiene un trabajo que, con el pan, le dé dignidad y libertad. Es la voz del discapacitado, del marginado, del despreciado, del olvidado, del expoliado, del oprimido. Es la voz del refugiado, del emigrante. Es la voz del hombre, es también tu voz. Y la palabra de la revelación nos recuerda, también hoy, la luz que ilumina la mañana del primer domingo: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado –el discapacitado, el marginado, el despreciado, el olvidado, el expoliado, el oprimido, el refugiado, el emigrante-. Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6).
Nosotros hemos preguntado: “¿Hasta cuando gritaré, sin que me salves? Y el salmista, con la sabiduría de la fe, nos ha invitado a cantos de victoria: “Demos vítores a la Roca que nos salva”.
Nosotros hemos preguntado: “¿Hasta cuando gritaré, sin que me salves? Y la palabra del Señor, con la certeza de su promesa, nos ha fundamentado en la esperanza: “Vive con fe y amor cristiano”; y, al mismo tiempo, nos ha amonestado: “no endurezcáis el corazón, porque el Señor es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo”.
Nosotros hemos preguntado: “¿Hasta cuando gritaré, sin que me salves? Y el Señor, siempre fiel, nos invita a fijar la mirada de la fe en Cristo Jesús: Su nombre es «El Señor es salvador». Su palabra es luz que nos ilumina. Su Cuerpo es medicina de inmortalidad para nuestras heridas. Su amor es nuestra justicia. Jesús es todo lo que el Padre Dios nos puede dar, y es más, mucho más, de lo que nosotros nunca pudiéramos pedir ni imaginar.
Vive con fe, hermano mío, porque tu fe, aunque pequeña como un granito de mostaza, tiene la fuerza de plantar en el mar desgracias y trabajos, violencias y catástrofes, luchas y contiendas.
Vive con fe, porque el Señor es tu Dios, todo está en su poder, y su fidelidad es eterna.
Vive con fe, y no olvides, aunque sometido a prueba, lo que en esta misma Eucaristía puedes experimentar: “¡Bueno es el Señor para el que espera en él, para el alma que lo busca!”. Tú le buscas, y encuentras al que desde siempre te buscaba. Tú le llamas, y responde el que desde siempre te llamaba. Tú esperas en él, y en Cristo se te ofrece toda la bondad de Dios.
Feliz domingo.
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