Cuando el Señor envió a los Apóstoles a proclamar el Reino, les dijo que en la aldea o ciudad donde llegasen pidiendo hospitalidad y acogida dieran el saludo de paz. Con ese mismo espíritu pido en esta mañana que el Señor os dé la paz.
Como sabéis el Señor, a través de la mediación eclesial, por pura gracia ha pronunciado mi nombre para enviarme a anunciar el Evangelio entre vosotros (Mt 10, 1ss) como Administrador Apostólico. Aunque me siento un hombre de labios impuros como Isaías y pequeño como Jeremías, fiado en su gracia, he dicho: «Aquí estoy, Señor, mándame» (Is 6,8). Siguiendo las instrucciones de Jesús a los discípulos en misión, también yo imploro vuestra acogida, benevolencia y comprensión, al mismo tiempo que os pido me tengáis presente en vuestra oración, de modo que mi vida y mis palabras contribuyan a afianzar vuestros pasos por la senda de la santidad. Parafraseando a san Agustín puedo decir: lo que soy para vosotros me sobrecoge, pero lo que soy con vosotros -cristiano-, enraizados todos en un mismo bautismo, me consuela y me estimula a ponerme en camino a vuestro lado.
Como a terreno sagrado, me aproximo, con temor y temblor, a este templo espiritual, construido con piedras vivas, que es la Iglesia que peregrina en Tánger, siendo muy consciente de mis limitaciones y carencias y de que es mucho más lo que tengo que aprender que lo que puedo aportaros. Con todo, me siento enormemente agraciado y me salen espontáneamente del corazón las palabras del Salmista: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sal 15) y también “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116).
Quienes formamos la iglesia diocesana de Tánger, estamos llamados a reforzar cada vez más los lazos que nos van configurando como una verdadera familia, partícipe de la única misión de la Iglesia.
- Que, con lazos de íntima fraternidad sacramental entre los sacerdotes, nos ayudemos mutuamente en el ejercicio del ministerio y en la santificación nuestra y del pueblo de Dios que tenemos encomendado.
- Que quienes conformáis la vida consagrada masculina y femenina, –de la que también formamos parte los presbíteros–, y que tan fundamental es en nuestra diócesis, sigáis aportando la variedad y riqueza de vuestros dones y carismas, testimonio de la fecundidad del Espíritu entre nosotros.
- Y que los laicos, en vuestra vida familiar y comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la economía seáis cada vez más fermento de vida evangélica en medio de la sociedad marroquí, en la que, de manera muy especial, la presencia y el talante personal son los cauces privilegiados para el anuncio silencioso de la Buena Noticia de Jesucristo.
La Iglesia en Tánger, que tiene sus orígenes en el siglo IV y que, tras numerosas vicisitudes enmarcadas en el devenir de la historia, fue erigida por el papa Sixto IV en 1472 y constituida como archidiócesis por el papa Pío XII en 1955, vive su camino de fe en una realidad social, política y religiosa que nos pide hoy saber responder a unos retos que se encuadran en torno a cuatro ejes:
- Un primer eje lo constituye el acompañamiento en su camino de fe y el cuidado pastoral a los católicos, de modo particular a aquellos hermanos y hermanas que viven en la diócesis y que, habiéndose incorporado a la Iglesia por el bautismo y completado en muchos casos su Iniciación cristiana con la Confirmación y la Eucaristía, son como sarmientos injertados débilmente en Cristo, Vid verdadera. Quienes, sostenidos por la gracia de Dios vivimos insertos en la vida de la Iglesia diocesana, tenemos la gozosa responsabilidad y obligación de colaborar con la acción del Espíritu Santo para ayudar a estos hermanos nuestros a adentrarse por el camino que conduce de vuelta a Casa.
- Un segundo eje lo tenemos en la atención particular a los inmigrantes, sobre todo subsaharianos que, por motivos muy diversos, generalmente vinculados a experiencias dolorosas de pobreza extrema y violencia, vienen hasta aquí buscando, muchos de ellos, el modo de llegar a lugares en los que puedan desarrollar una vida personal y familiar abierta a horizontes de prosperidad y respeto a la dignidad inherente a la persona humana.
- Un tercer eje lo tenemos situado en la presencia personal e institucional en la sociedad marroquí en la que vivimos y de la que formamos parte; son encomiables y dignas de mención, a este respecto, las numerosas obras e iniciativas de carácter cultural, educativo, sanitario y de promoción social llevadas a cabo por la vida consagrada y por los laicos en la Iglesia diocesana, expresión visible de una presencia de Jesucristo resucitado, silenciosa en las palabras y elocuente en los gestos, que no puede dejar de ser animada y potenciada.
- Por último –lo cual no quiere decir que sea algo de menor importancia– está el diálogo ecuménico e interreligioso con otras confesiones cristianas y con las diversas tradiciones religiosas presentes en la diócesis, de modo muy particular con el Islam. El diálogo, cuando es auténtico, no está hecho de negociación, sino de mutua escucha atenta y empática tratando de acoger y comprender la palabra y la vida del interlocutor. Cuando esto se produce, se están poniendo las bases y favoreciendo el mutuo conocimiento, que se encuentra en el origen del respeto, la tolerancia y la amigable colaboración en todos aquellos campos en los que tenemos elementos en común.
Son cuatro retos que se encuadran dentro del esfuerzo incesante que tenemos que hacer en la Iglesia diocesana por revitalizar “ad intra” nuestra vida de fe, esperanza y caridad, apoyándola sobre los pilares firmes de la escucha obediente de la Palabra de Dios, la formación doctrinal, la oración personal y comunitaria y la intensa vida sacramental; que dan a la Comunidad eclesial su identidad y no le permiten asimilarse sin más a una Organización no gubernamental de promoción social y asistencia caritativa.
Cuando nos disponemos a celebrar el “Sínodo de la Sinodalidad”, en el que, junto con toda la Iglesia queremos caminar juntos, contar con todos y no dejar a nadie atrás, encomiendo a la materna intercesión de la Virgen María, “Nuestra Señora de África” y a la del Beato Charles de Foucauld, que será próximamente canonizado, los trabajos que se están llevando a cabo con vistas a la Asamblea sinodal, pero también la entera vida de la archidiócesis y mi servicio pastoral en bien de la misma.
Agradezco de corazón vuestra presencia en la catedral este Domingo de Ramos, que auguro sea la puerta de entrada en una Semana Santa que haga verdaderamente honor a su nombre; agradezco también la presencia “ausente” de quienes deseando estar aquí no han podido hacerlo para poder atender a sus responsabilidades pastorales. A todos os pido ayuda y colaboración para desempeñar mi ministerio y os suplico de nuevo me tengáis presente en vuestra oración.
Gracias de nuevo, y que el Señor nos conceda avanzar unidos con paso alegre y decidido al encuentro de Quien, vencedor del pecado y de la muerte, es causa para todos de salvación eterna.