CELEBRACIÓN ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS POR LA CANONIZACIÓN DE S. CHARLES DE FOUCAULD

El pasado 15 de mayo, el Papa Francisco canonizó al hermano Carlos de Foucauld. Con el corazón lleno de alegría nos reunimos esta mañana en esta iglesia catedral para dar gracias a Dios por el amor derramado sobre san Carlos de Foucauld y por la acogida que este apasionado buscador del infinito supo dar a este amor incondicional que lo marcó para siempre. Y lo hacemos con lo mejor que tenemos: la Eucaristía, en la que, de modo misterioso y real, Aquel que se entregó por nosotros a la muerte de cruz y que nos obtuvo el don de la Vida eterna por su resurrección de entre los muertos se hace ahora presente entre nosotros.

La vida de Charles de Foucauld es una paradoja. El converso de 1886, a la edad de 28 años – se presenta como un hombre que quiere buscar el último lugar, abandonar todo por pasión por el “Amado Hermano y Señor Jesús”, vivir solo para Dios alejándose para siempre del mundo.

Sin embargo, su historia lo llevará gradualmente a una presencia cada vez más concreta de los hombres, a l amanera de un siervo, ciertamente, pero con un dinamismo que le hace inventar nuevos caminos para el servicio del Evangelio: enterrarse en el Sahara para estar lo más cerca posible del pueblo de los tuaregs; trabajar durante diez años en su lengua y cultura, y crear un notable trabajo lingüístico; preocuparse por el desarrollo de este pueblo y la responsabilidad del país que lo colonizó. ¿Cómo se puede explicar esta paradoja? Fue desde dentro de su experiencia espiritual que surgió este aliento misionero.

Se conocen las grandes intuiciones espirituales de Charles de Foucauld: el misterio de Nazaret, el amor a la Palabra de Dios, la adoración de la Eucaristía, la vida de pobreza y la fraternidad. Estas intuiciones nacieron en el crisol de su oración, de la vida de monje y ermitaño que vivió de 1890 a 1900, en la Trapa y en Nazaret.

Sin embargo, ¡el misterio lo arroja al Sahara! Porque “la vida de Nazaret se puede llevar a cabo en todas partes: ese fue para él, el lugar en que llevarla a cabo siendo lo más útil posible para el prójimo. El amor a la Palabra lo llevó a la redacción del diccionario y la gramática tuareg, para que el Evangelio pudiera ser traducido y ofrecido a los pueblos del Hoggar. Apasionado adorador de la Eucaristía, eligió ir a Tamanrasset, sin la posibilidad de celebrar la Misa durante meses, y sin la presencia de Cristo en el tabernáculo durante largo tiempo, porque la ofrenda de su vida y su presencia en el mundo se transformó en Eucaristía. Su deseo ardiente de pobreza personal le conduce hacia el servicio a los pobres; y su amor a la fraternidad universal se abre a la aparición tras su muerte de fraternidades en las que el Evangelio se hace presencia viva.

Con inmenso gozo queremos dar gracias a Dios por el Hermano Charles por su obediencia de fe, por su disponibilidad a la acción de Dios, por ser para nosotros reflejo transparente de la santidad de Dios.
San Charles de Foucauld ha vivido toda su existencia como una profunda acción de gracias a Dios. Hoy nosotros queremos dar gracias al hermano Charles y lo hacemos dándole gracias también a él, porque ha sabido hacer vida “la oración de abandono” que ha marcado toda su existencia, identificándolo cada vez más con Cristo, obediente a la voluntad del Padre; gracias porque ha permitido al Padre de las misericordias hacer en él una obra maestra de santidad.

  • Gracias, hermano Charles porque has amado apasionadamente la vida; porque has sido un buscador incansable de nuevos horizontes, porque has afrontado siempre nuevos retos y no has tenido miedo a reconocer tus errores y enderezar tu camino.
  • Gracias, porque has sabido acoger y reconocer con sencillez y alegría los muchos dones que Dios te ha dado, haciéndolos fructificar: la inteligencia, la pasión por la lectura y los viajes, la capacidad de relacionarte en la amistad, el amor a las personas.
  • Gracias porque te has atrevido a hacer la apuesta de fiarte de Dios, abandonando todos tus bienes y seguridades y viviendo sostenido únicamente por su amor entrañable.
  • Gracias por las relaciones que has sabido construir y mantener con inquebrantable fidelidad; gracias porque has amado a tu familia, a tus amigos y a quienes estaban a tu lado, sin excluir nunca a nadie. Gracias porque nunca llegaste a levantar el muro que habría señalado los límites de tu clausura, sino que has abierto la puerta de tu eremitorio y de tu corazón, convirtiéndote en “hermano universal”.
  • Gracias porque has aprendido cada día a no ser autosuficiente y a verte necesitado de los demás, gracias porque has sabido acoger de los más pobres, de los que nada tienen, el mejor de los dones: el amor hecho servicio.
  • Gracias por la ternura con la con la que has sabido amar y acercarte a los más abandonados, a aquellos que pensabas eran “los más pobres”. Gracias también por tu mansedumbre y tu claridad al denunciar las injusticias y los abusos hacia las personas esclavizadas.
  • Gracias también por tus límites y tus debilidades, por tus heridas y tus equivocaciones, que nunca has escondido ni negado, sino que has dejado que fueran transformadas por la misericordia del Padre en fermento de vida nueva. Gracias por tus dudas y tus preguntas, por tus insatisfacciones y tu búsqueda incesante de la verdad; esa Verdad que solamente encontraste en Jesús de Nazaret.
  • Gracias porque te has dejado modelar y transformar, hasta llegar a ser un reflejo vivo de tu amado Señor Jesucristo, a quien has amado apasionadamente hasta verte configurado en imagen acabada de su entrega de la vida por amor. Gracias porque nunca te detuviste pensando que ya habías amado suficientemente.
  • Gracias porque has sabido soportar la soledad sin desesperarte; gracias por tu deseo de tener hermanos y tu capacidad para mantener vivos tus sueños, haciéndolos entrar dentro del ámbito de la voluntad de tu “amado Señor Jesucristo”.
  • Gracias por la fecundidad de tu vida, aparentemente perdida y estéril, gracias por ser grano caído en la tierra reseca del desierto, que ha florecido en la espiga de tantos hermanos y hermanas que hoy te reconocen como su padre y compañero fraterno en el apasionante camino de seguir a Jesús, siguiendo la senda de su vida en Nazaret.
  • Gracias porque has querido abajarte buscando y abrazando el último lugar siguiendo a tu Señor y sabiendo que nunca lo alcanzarías, porque el “último lugar” lo va a ocupar siempre Él, que se “ha sometido por nosotros hasta la muerte, y una muerte de cruz”.
  • Gracias por haberte gastado y desgastado por el Evangelio, abrazando con entusiasmo tu vocación de eremita y sacerdote, descubriendo una alegría sin igual en tu deseo de seguir a Jesucristo, haciéndote para nosotros un reflejo luminoso del Señor Jesucristo y un estímulo para nuestro diario caminar.
  • Gracias, Hermano Charles, por ti mismo y por la obra que Dios ha realizado en ti y que hoy queremos celebrar con el corazón lleno de júbilo. Tú que ya participas plenamente de la comunión con el “bien amado” Jesús, no dejes de acompañarnos con tu intercesión, para que también nosotros, como tú has hecho, concluyamos fielmente nuestro personal itinerario de santidad.