Inolvidable acto de homenaje del pueblo de Castillejos a las Adoratrices
Castillejos, 24 de junio 2012
Ayer domingo, día 24 de junio, el pueblo de Castillejos rindió un homenaje a las hermanas adoratrices en agradecimiento por su presencia, camino de los 30 años, al servicio incansable del pueblo.
El homenaje se hizo en las personas de las hermanas adoratrices Encarnación Iglesias y Rosario Barroso, aunque se hizo extensivo a todas las adoratrices que por esa casa han pasado, a toda la Congregación que permite esta impagable presencia en nuestra Diócesis, y en general a todas las entidades católicas de Marruecos que, como dijo generosamente la hna. Encarnación en su sencillo discurso, “todas ellas han hecho y hacen también una gran labor humanitaria en este país”. Agradeció así mismo al pueblo de F’nideq (Castillejos), con voz emocionada, por haberlas acogido siempre con afecto y reconocimiento por lo que hacen, y también por lo que son, monjas católicas.
El homenaje fue promovido por la Asociación marroquí “Sí, podemos” y secundado por las autoridades de la región. El presidente, en su discurso de agradecimiento, entre otras muchas cosas, dijo que hay un proverbio que dice que “no se puede agradecer nada a Dios, si antes no se sabe agradecer a las personas” y que era justo eso lo que se quería hacer esa tarde, agradecer a las hermanas su labor. “Por encima de toda diferencia por sexo, raza y religión, están las personas, y las personas se encuentran en el servicio unas por otras. Ustedes han dado aquí parte de sus vidas de forma desinteresada, ahora nosotros no sabemos cómo darles las gracias. Este homenaje es apenas un pequeño gesto de un sentimiento que está arraigado en los corazones de cada habitante de este pueblo, que incluso, si no ha tratado con vosotras directamente, se ha beneficiado de vuestra labor callada, humilde, constante, generosa sin límites”.
En el acto hubo varios discursos, tanto en árabe como en español, que nos emocionaron a todos, no sólo a nuestras dos hermanas Encarnación y Rosario. Uno de esos mensajes estuvo a cargo de Dina Akrour, en representación de la Asociación que impulsó el homenaje, quien dijo con la voz entrecortada por la emoción: “Hoy hemos escogido este día para ofrecerles nuestro humilde homenaje a quienes nos han enseñado a desplegar la paz, la convivencia y la tolerancia. De esa tolerancia se nutre la ética que moldea nuestros corazones, los mismos que habrán algún día de iluminar a otras personas y eso se lo debemos a ustedes. En base de vuestra guía y formación que nos han inculcado. Gracias por vuestra paciencia, dedicación, vuestras ganas, ánimo y vuestra ilusión. Gracias por esos valores que nos habéis inculcado, por todo, por recibirnos con vuestra sonrisa cada mañana, por vuestra alegría, por enseñarnos tantas cosas, a leer y escribir… Gracias por vuestra amistad, por compartir con nosotros tanto alegrías como tristezas y un sinfín de cosas más… Gracias por lo felices que nos habéis hecho todos estos años a vuestro lado, y como dice un proverbio: ’El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es’. Sólo me resta expresarles las palabras más sencillas, pero que son también las más representativas de nuestros sentimientos: Gracias queridas hermanas, siempre formaréis parte de nuestras vidas”
El acto contó con una brillante disertación a cargo del doctor Ahmed Tarmach, que versó sobre “La diferencia y el pluralismo”, donde se exponía que lo diferente y lo plural en un marco de respeto, lejos de suponer una amenaza, representa una riqueza como ha sucedido con el ejemplo de las hermanas católicas allí presentes.
Hacer una crónica completa del acto resulta, para quien les escribe, una tarea casi imposible, no sólo por lo completo del acto, cuidado hasta el más pequeño de los detalles, sino porque el cariño, el respeto casi reverencial pero sincero por las hermanas y a todos los que las acompañábamos, el trato más que fraterno diría que filial del pueblo hacia las hermanas, que todos querían besar, abrazar, fotografiarse, llevarse un recuerdo de ellas, ese cúmulo de emociones y de sentimientos sinceros, es batalla perdida si se pretende expresar en unas líneas escritas.
Desde que llegaron en coche ya las esperaban las autoridades a la puerta del salón donde se les rindió el homenaje, en cuya pared exterior lucía una enorme pancarta a todo color con las fotos de las hermanas Rosario y Encarnación. Ni las hermanas, ni ninguno de nosotros que llegamos con ellas, podíamos imaginar el magno acontecimiento que íbamos a vivir.
A la puerta, una niña ataviada con traje de flamenca, esparcía pétalos de rosa a los pies de las hermanas, y otras dos chicas, vestidas con unos kaftanes de bordados esplendorosos, las recibían con un pequeño vaso de leche y dulces típicos marroquís en señal de bienvenida. Entraron al salón por un camino alfombrado entre numerosos flashes, tanto de la prensa como de los propios asistentes que querían inmortalizar la presencia de las hermanas, mientras salían espontáneamente a su paso niños, jóvenes y mayores, todos queriendo estrechar sus manos a las hermanas. No cesaban los aplausos que formaban parte de la brillante música que una orquesta marroquí hacía sonar con ritmo de fiesta contagiosa.
Fueron agasajadas las hermanas con muchos regalos, destacando sendos retratos a carboncillo con el rostro de las hermanas homenajeadas. Aunque el regalo más grande eran ellos, era el pueblo volcado con ellas. El pueblo que ha sabido captar el mensaje de estas queridas hermanas nuestras tratadas esa tarde como “reinas”, y es que “servir es reinar”. Y así parecían dos ‘reinas’. ‘Reinas’ con la corona de la humildad y el trono del servicio a los más necesitados sin distinción.
Estas dos hermanas nuestras estaban arropadas por las otras adoratrices de Tánger y también hermanas de la comunidad de Ceuta, algunas religiosas de Martil, la Canciller del Cónsul de España en Tetuán, quien también hizo un discurso de agradecimiento y reconocimiento en nombre del Sr. Cónsul y en el suyo propio, y quien les escribe, director de la Oficina de Comunicación de la Diócesis de Tánger, Julio Martínez, vuestro servidor, incapaz, por esta vez, de describir la emoción que vivimos ayer. Y es que en verdad era un acto para vivirlo y no para contarlo.
Sólo me queda decir que, ojalá os sintáis, aunque sea, la mitad de reconocidas y de agradecimiento por todos vuestros hermanos de la Iglesia de Tánger, en los que lógicamente me incluyo. Gracias Encarnación. Gracias Rosario. Gracias a todas las hermanas. GRACIAS. Os queremos.