Muchas veces, como quien oye llover, hemos orado con las palabras de esta revelación:
“El Señor perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el Señor rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.
Puede que, preguntados, sepamos decir lo que el Señor hace; pero olvidamos en seguida por quién lo hace, a quién lo hace, o, lo que aún sería más penoso, ni siquiera caemos en la cuenta de la relación que la misericordia de Dios establece con nosotros.
Pues será necesario advertir –conocer por experiencia- no sólo que el Señor perdona sino que perdona tus culpas, no sólo que cura sino que cura tus enfermedades, no sólo que rescata de la fosa sino que rescata tu vida, no sólo que colma de gracia y de ternura sino que te colma de gracia y de ternura.
Ésa es la revelación de la santidad de Dios contigo, ésa es para ti la revelación de su nombre santo. Y ésa es la santidad que has de imitar si eres de Dios: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”.
No habrá eucaristía en mi vida si no he experimentado antes la santidad de Dios conmigo. Y no habrá compromiso con los pobres, no habrá en mi vida la santidad que Dios reclama, si no ha habido antes agradecimiento por lo que de Dios he recibido, por lo que Dios ha hecho conmigo.
Ahora, si conoces el nombre de Dios y agradeces la misericordia que ha usado contigo, habrás conocido la razón y fundamento de las palabras de Jesús que resuenan en la eucaristía de este domingo: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. O lo que es lo mismo: haz con los demás lo que Dios hace contigo.
Y no olvides tampoco lo que sigue en la narración evangélica, pues se trata de la revelación más asombrosa que pudieres oír: “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo”. ¡Nadie es hijo de Dios si no ama a quien no merece ser amado!
Son muchos los que se llaman cristianos –y pueden ser obispos, curas frailes y monjas-, que de esto no quieren ni oír hablar, o, si hablan, es para dar a entender que el Señor no quería decir lo que dijo.
Yo me quedo con ese “así” que encierra en su brevedad adverbial toda la moral cristiana: “Así”, al modo de Dios, como hace tu Dios contigo, haz tú con todos.
Feliz domingo.