Fr. Emilio Rocha Grande, dirige una carta a todos los diocesanos a las puertas de la Cuaresma 2025. El mensaje de nuestro arzobispo recoge las resonancias del año jubilar que estamos viviendo, así como el escrito cuaresmal del papa Francisco, por cuya salud invita a rezar intensamente.
CAMINAR EN ESPERANZA HACIA LA PASCUA DEL SEÑOR
Carta con motivo de la Cuaresma 2025
El Señor os bendiga con la paz.
El próximo miércoles, con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, un tiempo de gracia que vivimos este año en el contexto del Jubileo 2025. La palabra que resonará con fuerza a lo largo de estos cuarenta días de preparación a la solemnidad de la Pascua es “conversión”, una llamada a replantearnos nuestra vida para orientarla firmemente hacia Dios, permitiendo que la fuerza del Espíritu Santo renueve nuestra existencia.
Para quienes vivimos inmersos en el tiempo, la Cuaresma es un momento propicio para preguntarnos sobre nuestra relación personal con Dios y con el próximo -prójimo-; es un tiempo adecuado para dedicar espacios consistentes a la lectura orante de la palabra de Dios y permitir que su luz clarifique nuestro camino de seguimiento a Cristo, señalándonos aquello que debemos modificar para reafirmar nuestra fidelidad a la alianza bautismal, concretada después para muchos de nosotros en la consagración religiosa o en el sacramento del matrimonio.
Un año más la Cuaresma nos llama a adentrarnos con firmeza por una senda que recorrida con esperanza nos conducirá a la luz inextinguible de la Pascua. Este año la Cuaresma cristiana coincide parcialmente con el mes del Ramadán en el que los nuestros vecinos musulmanes practican externamente el ayuno, dedicándose con mayor intensidad a la oración y a la lectura del Corán. Quienes formamos la Iglesia diocesana de Tánger pedimos a Dios, nuestro Padre, les conceda un mes propicio para acrecentar su fidelidad personal y comunitaria a la fe recibida.
Como cada año, el Papa Francisco -por quien seguimos orando intensamente a Dios en estos momentos de extrema precariedad en su salud- ha dirigido a toda la Iglesia su Mensaje para la Cuaresma en él nos invita a aprovechar este tiempo propicio para preparar nuestros corazones y abrirnos a la gracia de Dios de modo que la solemnidad del triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y sobre la muerte no sea simplemente una fecha en el calendario sino una experiencia viva de comunión profunda con Él.
Este año en que vivimos la gracia del Jubileo, el camino cuaresmal se nos presenta bajo el signo de la peregrinación, que no es principalmente ponerse en camino hacia una meta religiosa particularmente significativa sino, sobre todo, emprender un itinerario espiritual que nos lleve a dar la espalda a todo aquello que no es evangélico para volver el rostro hacia el Dios que se nos ha revelado definitivamente en su Hijo Jesucristo “crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación”.
La Cuaresma es un itinerario privilegiado para caminar al encuentro con Cristo y experimentar con mayor viveza la fuerza de su misericordia. El encuentro será tanto más intenso y real cuanto más y mejor hayamos recorrido el sendero; para ello es fundamental reconocer cordialmente (de corazón) nuestra infidelidad para Dios y su proyecto de salvación. Difícilmente vamos a anhelar y experimentar la misericordia de Dios si nos autojustificamos pensando que no la necesitamos. El pecado con toda su carga de ruptura nos separa de Dios, pero no tiene la fuerza para separar a Dios de nosotros; su amor por nosotros es indefectible y no ceja en su empeño de ofrecernos, como “al hijo pródigo”, la posibilidad de regresar gozosos a la casa paterna.
Cada año la Iglesia nos propone el ayuno, la oración y la limosna como medios para profundizar en la conversión y en la toma de conciencia de la propia realidad personal, intensificado el deseo real de comunión profunda con Dios. No cabe duda de que la conversión implica un cambio radical, pero nosotros hablamos casi siempre de un cambio moral; según esto una persona se convierte cuando, abandonando su mala voluntad, comienza a vivir desde la buena voluntad. Se trata, según esto, de pasar de la tibieza al fervor; de las malas a las buenas obras; de una vida anquilosada a otra más generosa… Ahora bien, ninguna de éstas es una conversión auténticamente cristiana.
La Biblia habla frecuentemente de conversión. En el Antiguo Testamento la conversión está expresada por el término “shub” que sugiere en su sentido etimológico la imagen de una persona que va por un camino equivocado y al darse cuenta cambia de sentido. En el Nuevo Testamento se habla de “metanoia”, que viene a significar cambio de mentalidad, transformación radical del propio modo de pensar y concebir la realidad y las relaciones con Dios, con los demás, con la naturaleza y con uno mismo.
Las raíces originales bíblicas de la conversión hay que buscarlas en los profetas postexílicos. Después del destierro de Babilonia la conversión viene a significar la vuelta de la cautividad. En la Biblia, convertirse es anunciar y aceptar el anuncio de que ha llegado el momento de ponerse en marcha para ser libres (Cf. Is 40. “El libro de la Consolación”). La conversión es creer y aceptar el restablecimiento de la Alianza. Dios que se adelanta a liberar al hombre.
El próximo Miércoles de Ceniza, al comienzo del solemne tiempo cuaresmal y también en la segunda lectura del cuarto domingo de Cuaresma, proclamaremos en la liturgia de la Eucaristía: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios…, no recibáis en vano la gracia de Dios…, ahora es el tiempo favorable, ahora es el tiempo de la salvación” (2 Cor 5,20. 6,2). Tiempo de conversión. Anuncio gozoso de que ya ha pasado lo viejo y ha llegado lo nuevo, invitación a dejarnos reconciliar con Dios. La conversión cristiana no es tanto una conquista ascética cuando un dejarnos amar por Dios. Dios no ha tenido en cuenta nuestros pecados. Ha llegado el tiempo de la gracia. A Dios se le han conmovido las entrañas. A Dios le ha venido la racha de amar y perdonar. Por eso se nos invita a la conversión.
Esta es la diferencia esencial entre el mensaje de Juan el Bautista y el de Jesús. El Bautista también predica la conversión: “Cambia de vida para que puedas recibir el Reino de Dios”. En Jesús la situación es justamente al revés: “Dios te regala su Reino, te lo ofrece, te perdona. Conviértete”, es decir, cree, alégrate, acéptalo. Mientras que para nosotros la conversión consiste frecuentemente en tratar de ser mejores, de amar más a Dios o, simplemente, quitar defectos, cumplir mejor nuestro plan de vida… en la Biblia, convertirse es siempre CONVERTIRSE A DIOS.
Puede haber personas que interpreten erróneamente la Buena Nueva de la salvación, considerándola una especie de estética transcendental: “Dios es un Dios bueno que nos salva”, sin que esto las lleve a una confesión humilde y dolorida de sus pecados. Estas personas tienen facilidad para admirarse y alabar a Dios por sus obras, pero no siempre lo hacen en la luz de Dios: “Si no es cuestión de obras, ni de esfuerzo personal, la conversión teologal rechaza la ascética”. Nada más lejos de la verdad. La ascética subsiste con mayor firmeza, porque la conversión teologal no es psicología de confianza. No se puede hacer de la fe en el Dios salvador y del abandono en su misericordia un fácil recurso de carácter psicológico. Es necesario profundizar más, y saber que la fe y la alabanza, si no llevan a la humildad, a andar en verdad y a la obediencia a la voluntad del Padre, no es más que “estética”.
Dios, como buen pedagogo, lleva fácilmente a callejones sin salida. Sólo entonces se aprende a esperar contra toda esperanza. En la conversión al seguimiento la fe comienza a hacerse método de cruz, pero ya no por ascética, sino porque el Señor nos llama. La humildad empieza a ser mucho más que la aceptación serena de sí para hacerse “kénosis”. La oración no se valora únicamente desde la alabanza que plenifica, sino como un permanecer en desnudez. El fruto mejor: La caridad. Este es el gran criterio cristiano, valido para todo momento y circunstancia.
Quiero terminar estas palabras haciendo mías aquellas con las que el papa Francisco concluye su carta “Caminemos juntos en esperanza” para la Cuaresma de este año 2025:
“Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5). La esperanza es «el ancla del alma», segura y firme. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» (1 Tm 2, 4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» (Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal”.
+Fr. Emilio Rocha Grande, ofm
Arzobispo de Tánger