Con el lema “Seréis mis testigos”, celebramos en la Iglesia católica el próximo domingo 23 de octubre, la Jornada Mundial de las Misiones, el DOMUND. El papa Francisco toma estas palabras del último diálogo del Resucitado con sus discípulos antes de su ascensión (cf. Hch 1,8). Desde ese momento, la misión de dar testimonio queda abierta, sin límite en cuanto a su extensión en el espacio y en el tiempo. Por tanto, también nosotros entramos en ese encargo.
El DOMUND es una cita que compromete a todas las Iglesias locales, pero que en nuestra diócesis de Tánger, con una identidad claramente misionera, se reviste de tonos particulares. El lema de este año produce, sin duda, en nosotros resonancias particulares. Efectivamente, habla de testigos; pero el hecho de ser testigo, que va íntimamente relacionado con ser discípulo, se aleja claramente de la condición de alumno. El testigo es quien ha visto y ha experimentado aquello de lo que habla; para el testigo, el Evangelio no en un texto escrito, ni tampoco una doctrina que se aprende y se comunica repitiendo conceptos. El testigo comparte con los demás “lo que ha visto y oído” (cf. Jn 1,3); no comunica conocimientos sino experiencia vital.
En el ya lejano 1975, el papa Pablo VI dejó escritas en su encíclica Evangelii nuntiandi (n. 41) unas palabras que siguen gozando de plena actualidad: “Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que para la enseñan…, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (cf. 1Pe 3,1)”.
En todo tiempo y lugar, pero de modo muy particular en Marruecos y en nuestra diócesis de Tánger, la gran plataforma de que dispone la Iglesia para anunciar a Jesucristo es el testimonio de los cristianos; se trata de un testimonio personal, pero no individual. Nuestra misión es siempre eclesial; no venimos a la misión por nuestra cuenta ni como fruto de nuestra genialidad personal; estamos aquí porque hemos sido enviados (missio = envío) y permanecemos en la misión -sea la que fuere- sintiéndonos en viva comunión con quienes nos han enviado y con esta Iglesia de Tánger en la que estamos insertos.
Todos los que constituimos la Iglesia diocesana, desde la común raíz bautismal, estamos llamados a afianzar y acrecentar nuestra conciencia de ser testigos y misioneros. Muchos de vosotros y vosotras lo realizáis en el seno de la vida familiar, en medio del trabajo, el estudio y las relaciones de amistad y vecindad; vuestra manera cristiana de ser y de actuar, en el respeto exquisito a quienes no comparten nuestra fe, suscita interrogantes y resulta atrayente para quienes caminan en otras tradiciones religiosas.
Es también importante en la diócesis de Tánger el número de hombres y mujeres que, teniendo en común la experiencia fundante de formar parte de la “vida consagrada” y la de haber dejado atrás nuestros países de origen -con todo el desarraigo que conlleva- para ser aquí sus testigos, nos dedicamos a anunciar con la vida, más que con la palabra, que “no hay otro omnipotente sino solo Dios” (S. Francisco de Asís). No nos mueve el ansia de poder ni el interés económico ni la búsqueda de prestigio personal; con san Pablo, también nosotros podemos decir: “nos apremia el amor de Cristo, pues estamos convencidos de que uno murió por todos…” (2Cor 5,14); el apóstol ya no puede entender su vida sino como una total y permanente respuesta al amor de Cristo, que se vuelve en él fuerza, parresía, generosidad y entrega de la vida hasta la muerte. Pablo se siente apremiado y urgido por ese amor y, esto le lleva a anunciar la Buena Noticia “a tiempo y a destiempo” (cf. 1Cor 9,16). Pido a Dios sea esta nuestra experiencia personal.
Lo sabemos bien, la misión no es una tarea fácil, surgirán seguramente momentos de cansancio y deseos de abandonar “la mies”; dejemos que resuenen entonces en nuestro interior las palabras de Jesús: “El Espíritu Santo vendrá sobre vosotros” (Hch 1,8). Los discípulos de la primera hora que se sabían débiles y estaban atemorizados y encerrados en sus propios miedos, fortalecidos por la acción del Espíritu se lanzaron a proclamar el Evangelio “hasta los confines del mundo” (cf. Hch 1,8). “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre” (Heb 13,8) y El Espíritu Santo sigue actuando hoy, como en los momentos iniciales de la Iglesia; acudamos a su fuerza siempre, pero de modo particular cuando nos sintamos cansados y agobiados (cf. Mt 11,28) y dejémonos fortalecer, recuperando la alegría de ser testigos de Jesucristo, una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar (Jn 16,22).
Con motivo del mes de octubre, “mes misionero” y en el contexto de la Jornada del DOMUND, oremos de modo particular por las Obras Misionales Pontificias, que en este año conmemoran una serie de acontecimientos particularmente relevantes para la misión “ad gentes” de la Iglesia: la fundación hace 400 años de la Congregación de Propaganda Fide –hoy, para la Evangelización de los Pueblos– y de la Obra de la Propagación de la Fe, hace 200 años, que, junto a la Obra de la Santa Infancia y a la Obra de San Pedro Apóstol, obtuvieron hace 100 años el reconocimiento de “Pontificias”.
Os invito a serviros de los materiales enviados por Fr. Simeón Stachera OFM a través de la Delegación Diocesana de OMP y a ser generosos en la aportación económica que haremos llegar a través de las Obras Misionales Pontificias a otras Iglesias locales y Territorios de Misión en los que la precariedad es aún más acuciante que entre nosotros.