Compasión y fiesta:

compasionÉsa es la realidad: nuestra comunidad está formada por hombres y mujeres que han conocido el peso del pecado, han experimentado el gozo del perdón de Dios, y se han visto libres como el viento, porque Dios, su Dios, ha roto las cadenas de su deuda. Esta Iglesia es una comunidad de hombres y mujeres que bendicen al Señor y le dan gracias, porque se les manifestó como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad”. Esta Iglesia es una comunidad que ha reconocido tener con Dios una deuda impagable, y ha experimentado que el perdón de Dios lo cancela todo y lo cancela por nada.

Considera, Iglesia perdonada, lo que estás diciendo de tu Dios cuando confiesas su compasión y su misericordia, y reconoces que “él perdona todas tus culpas”. Tú dices, “él perdona”, y tu corazón entiende: “él cura, él rescata, él colma de gracia y de ternura”.

Déjate guiar por el salmista, y admira con él la obra de tu Dios: “Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta la bondad de Dios sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos”.

Y cuando el salmista haya terminado su canto, cuando hayas agotado con él la alegría y la danza de su fiesta, invítalo a la tuya, pues tú has conocido prodigios que él no ha podido admirar, tú has experimentado maravillas que él ni siquiera pudo soñar: Tú has conocido a Jesús, perdón de Dios, gracia de Dios, ternura de Dios derramada sobre la vida de sus hijos; has visto que curaba enfermos, expulsaba demonios, perdonaba pecados y comía con pecadores; tú has conocido a Jesús, bondad de Dios revelada a los pobres, luz de Dios para los ciegos, compasión de Dios para todos los que sufren. Tú, que has conocido a Jesús, explícale al salmista qué significan para ti las palabras de su salmo: “Él rescata tu vida de la fosa”; tendrás que hablarle de tu Señor crucificado, de su amor y de su entrega, de su muerte y de su resurrección; tendrás que hablarle de dolor y gozo, amargura y dulzura, lágrimas y fiesta: dolor, amargura y lágrimas por tu deuda verdadera; gozo, dulzura y fiesta porque tu Dios es compasivo y misericordioso.

No pienses, sin embargo, que tu alegría y tu danza nacen sólo del recuerdo de hechos que pertenecen al pasado de tus hijos. Alégrate y danza por lo que tú misma has experimentado, porque en estos hijos tuyos reunidos hoy en asamblea festiva, fuiste perdonada, agraciada, iluminada, bendecida, santificada con las aguas del bautismo, fuiste ungida de alegría con el Espíritu Santo que se te ha dado, fuiste acogida setenta veces siete en la casa de la misericordia, en el sacramento de la reconciliación. Alégrate y danza, comunidad eclesial, porque hoy has escuchado la palabra de tu Señor, hoy viene a ti el que te ama y te perdona, hoy está contigo el que te rescata y te colma de gracia y de ternura, hoy comulgas con la vida de tu Dios y con su gloria.

Esta fiesta tuya, destinada a durar en el tiempo hasta la eternidad, esta fiesta inesperada para quien, por sus deudas, sólo tenía un destino de oscuridad y esclavitud, esta fiesta que alcanza con su alegría a tus íntimos y a tus compañeros, ésta es una fiesta que sólo tú puedes interrumpir y transformar en desdicha y luto, y lo harás si niegas a tu hermano el perdón que él necesita recibir de ti. Serás perdonada si perdonas; serás curada si curas; serás rescatada si rescatas; serás colmada de gracia y de ternura si buscas a los pobres para compartir con ellos el pan de tu alegría y la alegría de tu pan.

Dios, rico en clemencia, te hace pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza al gozo, de la esclavitud a la libertad, del luto al día de fiesta. Un corazón cerrado a la compasión y a la misericordia transforma la luz en tinieblas, el gozo en tristeza, la libertad en esclavitud y la fiesta en día de luto. Feliz domingo, Iglesia que Dios ama y perdona.

A todos los amados de Dios: Paz y Bien.

corpus-christiHoy la liturgia de la Palabra parece estar centrada en la corrección fraterna, y  seguramente hay en esa apreciación mucho de verdad. Vosotros sabéis, sin embargo, que toda celebración cristiana ha de estar centrada en Cristo, y que él, su enseñanza, su vida, su muerte, él solo es la luz que nos permite acercarnos al misterio de la Palabra de Dios y discernir, al escucharla con fe, también lo que concierne al ámbito de nuestra solidaridad con los hermanos en la búsqueda de su bien y de su salvación. En efecto, se trata de “solidaridad”, una solidaridad semejante a la que con todos muestra tener el mismo Dios: “Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre”. No se preocupa el Señor por su ley, sino por la sangre, es decir, por la vida de quien la quebranta. Ésta es una primera condición que hemos de salvaguardar siempre en nuestra relación con los hermanos: Amar su vida, amarlos.

Por eso, cuando en la oración unos a otros nos animamos, diciendo: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón!”, lo decimos con el pensamiento puesto en la ley del Señor, deseamos que todos aclamen a nuestro salvador, pedimos que todos bendigan al Señor, creador nuestro, pero también llevamos en el corazón la vida de nuestros hermanos, y a todos decimos “escucha”, porque para todos deseamos la vida. “A nadie le debáis nada más que amor”. No temas, hermano mío, que el Señor te pida cuenta de tu hermano, si tú lo has amado; no temas que te reclame su vida, si le has ayudado a amar.

“¡Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón!” Para ti, que has creído, la voz del Señor ha resonado en las Escrituras Santas, pero además, se ha hecho voz humana en Cristo Jesús. Recuerda, escucha, contempla cómo corrige el que ama; recuerda cómo corrige Jesús a la mujer que con sus avíos de prostituta entra en el banquete de Simón para llorar agradecida a los pies de la compasión de Dios; mira cómo reprende a Zaqueo el publicano, a la mujer adúltera, al hijo que vuelve de lejos después de haber derrochado la fortuna de la familia; recuerda, escucha, contempla cómo reprende Jesús a los leprosos con los que se manchó, a los pecadores con los que comió, al ladrón que con él entró en el paraíso para estrenarlo en el primer día de la nueva creación. Y si no eres capaz de recordar lo que otros han vivido como buena noticia de Dios en sus vidas, recuerda lo que tú mismo has podido experimentar en la tuya, y contempla lo que ahora estás viviendo, pues hoy, en esta eucaristía, te recibe el que te ama, hoy te acoge el que te cura, hoy te invita a su mesa el que te salva. Y esta experiencia de fe nos orienta para definir una segunda condición para una relación cristiana, para una relación según Dios, con los demás: No corrijas, si no te sabes amado, curado, salvado.

Habréis observado que ese modo que tiene Jesús de “corregir” es expresión perfecta de lo que Jesús es para los “necesitados de corrección”, o más exactamente, es expresión perfecta de lo que el Verbo eterno, el Altísimo Hijo de Dios, ha escogido hacerse por nosotros y ser para nosotros: pequeño y siervo, humilde y entregado. Anota, pues, hermano mío, una nueva condición para la corrección fraterna: No corrijas, si no te haces pequeño y humilde, si no te entregas a todos para servirlos a todos.

Ahora, de labios de Jesús, del que te ama, del que te salva, ya puedes escuchar de nuevo las palabras del Evangelio: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano”. Corrige para salvar. Ama para corregir. Aprende de Jesús para amar. Escucha su palabra para aprender. Haz silencio en tu interior para escuchar. Feliz domingo.

Paz y Bien

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

A la Iglesia, que tiene sed de Dios: Paz y Bien.

xxii toEl creyente sabe que Dios no es para él una idea, pues lo ha sentido como fuego que abrasa, como caudal inagotable y limpio de agua que refrigera. El creyente no piensa en Dios para poder decir de él algo novedoso o admirable, sino que se acerca a Dios para abrasarse en su fuego, busca a Dios para apagar en él la sed, y sólo dejará de agitarse cuando Dios sea para él el aire que respira, la luz que lo ilumina, la dicha que lo posee.

Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Éste ha sido hoy el estribillo de nuestra oración responsorial. Son palabras de fe para labios creyentes; y serán palabras verdaderas sólo para quien haya conocido al Señor, sólo para quien haya experimentado su fuerza y su gloria, su gracia y su amor.

Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Las palabras de la oración expresan a un tiempo plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda. El orante –Jeremías, el salmista, Jesús de Nazaret, nuestra asamblea eucarística, la Iglesia entera- madruga por Dios para buscarlo mientras Dios camina con él y lo sostiene; tú tienes sed de Dios, aunque todo tu ser está unido a él; tienes ansia de Dios, ¡y cantas con júbilo a la sombra de sus alas! Dios es caudal inagotable de agua, y en su presencia nosotros somos siempre “como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Las palabras de la oración han puesto a Dios en el centro de tu vida: “Tu amor me sacó de mí. A ti te necesito, sólo a ti. Ardiendo estoy día y noche, a ti te necesito, sólo a ti… Tu amor disipa otros amores, en el mar del amor los hunde. Tu presencia todo lo llena. A ti te necesito, sólo a ti[1], pues “tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero”. ¡Plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda!

De ti, Señor, dice tu profeta: “Me sedujiste, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste”. Lo cautivaste, Señor, con el atractivo de tu palabra, lo cegaste con el resplandor de tu belleza, y así lo llevaste a tu luz y a su noche, a tu fuego y a su oprobio, a tu gloria y a su cruz.

Considera la noche del profeta: “Yo era el hazmerreír todo el día; todos se burlan de mí… La Palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día”. Considera la noche oscura de Jesús: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él, diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere”. Ahora ya puedes, Iglesia de Dios, mirarte a ti misma en el espejo de Cristo, pues otra cosa no eres que el cuerpo del Hijo que todavía está subiendo a Jerusalén, a su noche, al sufrimiento, a la muerte, a la vida. Mírate a ti misma en el espejo de los pobres, que otra cosa no son que el cuerpo de Cristo, tu propio cuerpo, subiendo a la noche de sus angustias. Si estabas sedienta de Dios porque habías conocido su bondad y su hermosura, su gloria y su poder, ahora que has experimentado la noche, la de Cristo, la de los pobres, tu propia noche, eres delante de Dios como “tierra reseca, agostada, sin agua”. Tenías sed, y la noche hizo que la sed te devore, hasta hacer de ti pura sed de Dios. Feliz domingo



[1] Versos del poeta sufí Yunus Emre (1238-1320?)

Mi Dios, mi todo:

pantocratorMe pregunto quién es el orante del salmo con que nosotros hemos orado hoy: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti”. Con estas palabras pudo orar Eliacín, siervo del Señor, llamado por Dios a ser un padre para los habitantes de Jerusalén, escogido para dar a la casa paterna un trono glorioso. Él pudo decir con el corazón lleno de agradecimiento: “Me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre”. Pero esas palabras también puede hacerlas suyas con verdad Simón el pescador, apóstol de Jesús, a quien Jesús llama dichoso, porque el Padre del cielo le ha revelado misterios inefables; Simón será la Piedra sobre la que Jesús edificará su Iglesia; a Simón entregará Jesús las llaves del Reino de los cielos; Simón puede llenar de sentido nuevo y pronunciar con asombro renovado todas las palabras del salmista: “El Señor es sublime, se fija en el humilde… Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”. Con todo, nadie podrá nunca decir las palabras de esa oración con más verdad, más agradecimiento y más gozo que el mismo Cristo Jesús; él es el “Hijo del Hombre, vestido de una túnica talar, ceñido el pecho con un ceñidor de oro”; sólo él puede decir de sí mismo: “Soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo… y tengo las llaves de la muerte”; sólo él es “el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir”.

Ahora ya puedes, Iglesia santa, decir tú también las palabras de tu oración en comunión con tu Señor, como cuerpo suyo que eres, pues a ti misma puedes verte “revestida con la justicia” que te ha venido de Dios, puedes ver “ceñida tu cintura con la verdad”, puedes ver en tu mano “las llaves” de la reconciliación que tu Señor te ha confiado. Grita tu agradecimiento con más fuerza que si gritases delante de Dios tu necesidad: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón…”.

Ya sabes, amada del Señor, con quién has pronunciado las palabras de tu salmo; ya sabes a quién vas a recibir en comunión; ya puedes decir a tu Señor quién es él para ti.

Si digo que tú eres para mí el Primero y el Último, digo, mi Señor, que tú eres mi todo, mi bien, mí único bien. Me gustaría decir con palabras mías quién eres para mí, pero sólo encontraría pobres palabras, sólo sabría balbucir como un niño mientras te miro. Por eso recurro a ti, Señor, para decirte quién eres con palabras tuyas: Tú eres el único de entre nosotros que “ha nacido para todos” los demás; tú eres el único de entre nosotros a quien todos podemos llamar “mi Salvador”; tú eres “la Luz que ilumina el mundo”, el “Pan de cielo” para el camino del pueblo de Dios, el buen Pastor que busca su oveja perdida hasta dar la vida por ella, tú eres la Resurrección y la Vida para todos los que mueren. Si te recibo, Señor, entra en mi casa la esperanza del mundo; si te acojo, tu santidad me penetra, tu gracia me justifica, tu justicia me ciñe; en las penas “tú eres nuestra dulzura”, en el ardor “tú eres el refrigerio”, en la tristeza “tú eres el gozo”, en la prueba “tú eres seguridad”, en la fatiga “tú eres el descanso”, en la pobreza “tú eres toda nuestra riqueza y satisfacción”. Tú eres quien hace suya mi lepra para que yo quede limpio; tú eres quien toca mis ojos para que vea; tú eres quien me toma de la mano para que camine. Para los esclavos eres libertad, para los pecadores eres perdón, para los pobres tú eres el reino de Dios. Y para mí, Señor, para mí que soy esclavo y ciego, leproso y pecador, para mí, Señor, pido que seas tú solo mi todo.

Iglesia amada del Señor, ya sabes también con quién vas a comulgar, quién te recibe, a quién vas a recibir. No habría comunión de verdad si tú, creyente y pobre, no fueses recibida por Cristo; no habrá comunión de verdad si tú no recibes a Cristo en sus pobres.

“Que todos los pueblos te alaben”:

prayerÉsta es hoy la oración de la comunidad eclesial: “¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.

Es la oración de la comunidad que vive en la alabanza de su Señor, pues se reconoce comunidad bendecida, iluminada por la luz del rostro de Dios, agraciada, guiada en el camino por la presencia amorosa de su Señor, inundada de alegría por la salvación que le he venido de Dios.

La Iglesia, para que todos alaben a su Señor, para que todos sean atraídos a su  monte santo y se alegren en la casa de su Dios, pide que venga sobre todos, como una bendición, la justicia, la rectitud, la salvación, la paz.

La Iglesia pide la bendición, y el Señor su Dios, que le entregó a su Hijo para que, en ese Hijo, todos fuésemos bendecidos con toda clase bienes espirituales y celestiales, la envía también a ella, nos envía a todos sus hijos para que llenar de bendiciones la vida de los pobres.

Que todos los pueblos alaben a Dios porque han encontrado su bendición en tus manos.

Feliz domingo.

Fijos los ojos en el cielo:

asuncion-mariaCon la palabra «Ascensión» nombramos el misterio de la exaltación-glorificación de Cristo nuestro Señor; y con la palabra «Asunción» nos referimos al  misterio de la exaltación-glorificación que, por Cristo y en Cristo, se ha cumplido ya en la Virgen María, y se ha de cumplir un día en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Dichosa tú, Virgen María que, por la fe, recibiste en la virginidad humilde de tu seno al Hijo de Dios, y hoy, “envuelta en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas”, eres recibida en la gloria de tu Hijo.

Dichosa tú, Iglesia de Cristo, que en este tiempo de gracia, acoges por la fe la palabra de Dios, recibes el Cuerpo de Cristo, abrazas a los pobres de Cristo, y que un día, bendecida por el Padre, serás acogida por tu Señor en el reino preparado para ti desde la creación del mundo.

“¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre”. En ti se nos concede contemplar cumplido lo que en la eucaristía comulgamos como medicina de inmortalidad y prenda de la gloria futura.

Comulgar, vivir en la esperanza, amar, agradecer… Caminar, fijos los ojos en un cielo que se ha quedado sin fronteras, en un paraíso cuyas puertas, cerradas un día al hombre, se han vuelto a abrir para todos… Comulgar y caminar como la Virgen María, la más pequeña entre los humildes, la más de todos entre los necesitados, la más de Dios entre los hombres.

Enséñanos, Madre, a hermosear la tierra con un «hágase» a la palabra de Dios, al evangelio que hemos de llevar a los pobres, a la esperanza que nos ha de guiar hasta el cielo.

Señor, sálvame:

jesus_handtPorque eres una comunidad creyente, dices: “Piensa, Señor, en tu alianza”; porque eres una comunidad necesitada, dices: “Señor, no olvides sin remedio la vida de tus pobres”. De tu fe y de tu pobreza han nacido las palabras de tu oración: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

Hemos pedido para nosotros lo que entendimos concedido al profeta Elías en el monte de Dios. Elías, un vencido que, agotada la esperanza, pide a su Dios el descanso de la muerte, es figura que representa y anticipa la soledad de todo creyente, vencido en la lucha por Dios, probado en la ausencia de Dios. Puede que el profeta esperase el paso de Dios en el viento huracanado, que agrieta montes y rompe peñascos, puede que lo esperase en el terremoto que todo lo sacude con su fuerza, puede que lo esperase en el fuego que todo lo devora, pues suele el abatido y abandonado entender y desear la cercanía de Dios como manifestación inapelable de su poder absoluto; pero el Señor no se agitaba en el viento, no destruía en el terremoto, no devastaba en el fuego. El Señor se acercó suave como un susurro, tenue como una brisa, y así mostró a Elías el rostro de la misericordia, la luz de la salvación.

Al escuchar la narración del evangelio, la misericordia y la salvación de Dios que habíamos pedido, se nos mostraron como cercanía de Jesús a sus discípulos. Considera la situación: El viento contrario, la barca sacudida por las olas y lejos de tierra, la oscuridad de la hora, el miedo a lo desconocido. Considera luego la oración; nosotros dijimos: “Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”; los discípulos “se asustaron y gritaron de miedo”. Considera finalmente la respuesta a la oración, respuesta que, para ellos y para nosotros, llega “en seguida”: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”

El corazón intuye que aquella travesía penosa del lago en noche de viento contrario era figura lejana de cuanto aquellos discípulos, y Pedro en modo particular, habían de vivir cuando Jesús, en los días de su pasión “subió al monte a solas para orar”, y “llegada la noche, estaba allí solo”. Entonces la barca, la comunidad de los que siguen a Jesús, será sacudida como nunca antes lo había sido y nunca después lo será, y Pedro, vencido por el miedo, empezará a hundirse y gritará su oración de lágrimas amargas: “Señor, sálvame”. Para los discípulos y para Pedro la respuesta de Dios llegará “en seguida”, cuando Cristo resucitado suba de nuevo a la barca.

Nosotros, como Elías, como Pedro, como los discípulos, pedimos a Dios su misericordia y su salvación, y Dios nos muestra a su Hijo, a Jesús que sube a la barca, a Cristo resucitado. En Cristo resucitado, Dios anuncia a su pueblo la paz; en Cristo, la salvación está tan cerca de nosotros que la podemos comulgar; en Cristo, Dios ilumina con su gloria nuestra tierra.

Puedes recordar, si quieres, el día de la resurrección: “Al anochecer de aquel día… estaban los discípulos en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Jesús entró, se puso en medio y les dijo: _Paz a vosotros”; puedes recordar aquella noche de fantasmas y viento en el lago, y las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”; puedes recordar la inmensa alegría de los discípulos cuando vieron al Señor resucitado; puedes recordar su confesión en la barca, cuando postrados ante Jesús, lo reconocen como Hijo de Dios. Recuerda lo que otros vivieron en su encuentro con el Señor, recuerda la historia de salvación en la que tú has entrado por gracia, y sabrás lo que hoy vives en la asamblea eucarística de tu día de Cristo resucitado. Feliz domingo.

Dadles vosotros de comer:

Jesus pan de vida2Recuerda lo que dijo el Señor por el profeta: “Oíd, sedientos todos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde”. Y fíjate en lo que ahora dicen a Jesús sus discípulos: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”.

El Señor había dicho: “Comed sin pagar”. Y los discípulos dicen: “Que vayan y se compren de comer”. No han entendido todavía que el tiempo ya se ha cumplido, aún no saben que la mesa está ya servida, aún no reconocen en Jesús la palabra que Dios dice, el pan que Dios da para la vida del mundo.

Pero tú, Iglesia de Cristo, ya has creído, ya te has sentado con tu Señor a la mesa del Reino de Dios, ya has llenado de sentido nuevo las palabras del salmo antiguo: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.

Tú ya no puedes despedir a la gente para que, lejos de ti, vayan a comprar de comer. Te lo recuerdan las palabras de Jesús a sus discípulos: “No hace falta que vayan; dadles vosotros de comer”.

En la última cena con sus discípulos, “mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»”. Ahora, el mismo que todo se te entregó en aquel pan, el mismo a quien recibes en tu eucaristía, reclama tus panes, reclama tu entrega, reclama tu vida para que des de comer al hambriento. Ahora tú, como tu Señor, eres pan que Dios entrega a los hambrientos para que no hayan de gastar dinero en lo que no alimenta, el salario en lo que no da hartura. Ésa es tu vocación, ésa es tu misión: ser pan de Dios en la mesa de los pobres.

¡Tu todo –tu nada- por el todo de Dios!

domingoxviiiEl Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”:

Ese tesoro, aun siendo el más precioso de los tesoros, nada vale para quien no lo encuentra, ninguna alegría deja en quien no sabe de él, ningún impulso genera en quien no lo ha visto con sus propios ojos. Si no lo encuentras, ¡para ti ese tesoro no existe!

Pero si lo encuentras, la alegría se desborda y la acción se hace improrrogable, pues no habrás hallado algo que te faltaba para tener mucho, riquezas que añadir a lo que ya tenías, sino que habrás dado con algo que todas las substituye, algo que todo lo excluye, algo que él solo lo es todo: ¡tu todo –tu nada- por el todo de Dios!

Vienen a la memoria las palabras de Jesús al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme”.

Conoces el fin de aquella historia: “Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico”.

Habrás observado que para comprar el campo, no se requiere que tengas mucho, sino que des por él todo lo que tienes. Y eso hace que el campo, su tesoro y la alegría de haberlo encontrado los tenga más a mano el que tiene poco que el que tiene mucho.

Ese tesoro, que es el Reino, está escondido para todos y disponible para todos. Si le das nombre, puedes llamarlo vida eterna, sabiduría de Dios, sacramento de salvación; o puedes llamarlo sencillamente Jesús, el Mesías, el Señor, el hombre nuevo de la nueva humanidad.

Ese tesoro lo encuentra el que cree, el que por la fe comulga con Cristo, el que en comunión con Cristo, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, se entrega –lo da todo- al Padre del cielo y a los pobres de la tierra.

Dios labrador

granitomostazaMuchas veces hemos oído la parábola del sembrador, otras tantas hemos oído la explicación que de ella dio Jesús a sus discípulos, y otras tantas habrás oído las amonestaciones que, con afán de mejorar tus comportamientos, deducía de todo ello el presbítero que comentaba el evangelio.

Quiere ello decir que no has venido a la celebración de hoy para oír repetido lo que ya sabes desde hace mucho tiempo.

Entonces, ¿a qué has venido?

No vine para saber, me dices, sino para creer y recibir, pues espero vivir cuanto el Señor se ha dignado anunciar.

He venido a escuchar su palabra, para que empape esta tierra mía, la fecunde y la haga germinar para que dé semilla y pan.

He venido a recibir la semilla buena que es Cristo Jesús, pues si Dios ha salido a sembrar, no ha de faltar a la cita la fe que recoja en su campo la semilla, para que dé fruto conforme al deseo del sembrador.

He venido para decirle a Dios mi canto por haber trabajado mi corazón hasta hacer de él una tierra de pan llevar: “Tú cuidas de la tierra y la enriqueces sin medida… preparas los trigales… coronas el año con tus bienes”.

He venido porque todo es gracia, y porque de todo quiero dar gracias al Señor.

Feliz domingo.