Dichosos los pobres:

iipascuaQueridos: Necesito recordar con vosotros el misterio de aquel primer día de la semana; necesito recordarlo con los que creéis sin haber visto; necesito revivir con vosotros la gracia de aquel encuentro; necesito reconocer en medio de nuestra comunidad eucarística a Cristo resucitado, su palabra y su paz, también sus manos y su costado -¡sus heridas!-, y la alegría iluminando todos los rincones de la vida que el sufrimiento había oscurecido.

Necesito recordar la misión que de él recibimos, sentir sin temor su presencia a la hora de la brisa, escuchar su palabra que desvela el misterio de la efusión del Espíritu sobre los que creen. Necesito perderme en ese mundo recién estrenado, en el que una humanidad nueva se dispone a aprender a vivir de fe. Necesito recordar ese mundo que Dios ha llenado de luz, de paz, de alegría, de Espíritu Santo, de sí mismo, para recordar, sin morir de desesperanza, la oscuridad en la que se ha gestado, el sufrimiento del que ha nacido, la violencia legalizada y justificada que ha acompañado esa gestación y ese nacimiento.

Necesito  creer para esperar, necesito esperar para perdonar, necesito perdonar para vencer el mal y hacer al odio la única violencia que no soporta, la del amor.

Necesito reconocer a Cristo con nosotros al partir el pan, para que el mar no ahogue la alegría, para que la indiferencia no enfríe la solidaridad, para que la envidia no sacrifique a los hermanos.

Necesito grabar su nombre en el corazón, como memoria perpetua de que la dicha es para los pobres.

Feliz Pascua y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Grábame como sello en tu corazón

A los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y Bien.

resucitado1Cada vez que la comunidad eclesial celebra la Cena del Señor, la acción de gracias se cierra con esta aclamación: “Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.

Las palabras de la oración quieren encerrar en su brevedad el honor y la gloria que la creación entera pueda tributar a su Señor: eso piden y eso alcanzan, pues aunque nacidas de labios pobres, nuestra pobreza ha sido asumida por la Palabra de Dios hecha carne, Palabra creadora, que realiza con su poder lo que decimos con nuestra debilidad.

Esa misteriosa comunión con el Hijo de Dios, que pone plenitud de verdad en la oración de los pobres, hace también verdadera nuestra participación en el misterio de la Pascua de Cristo que nos disponemos a celebrar.

En estos días sagrados, Iglesia amada de Dios, vas a contemplar a Jesús elevado en la cruz.

Considera el misterio que esa crucifixión encierra. A él se refería Jesús cuando dijo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna[1].

Cree para vivir, agradece la vida que por la fe se te ofrece, haz fiesta por el amor que en el don de Dios se te revela, “porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito[2], al  único, al amado, al que lo es todo para él, y lo entregó “para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna[3].

Cuando miras al que fue levantado y, por la fe, acoges al que te fue entregado, no sólo confiesas que “la vida eterna” te viene “por medio de Cristo”, sino también que esa vida te viene “con él” y que la recibes “en él”.  Miraste a Cristo, creíste en él, y al recibirle a él, recibiste la vida que es él[4]. A ese misterio se refería el Apóstol cuando escribió: “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo –estáis salvados por pura gracia-; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús[5].

Recuerda la enseñanza de Jesús a propósito de un hijo que vuelve a casa de su padre después de haber derrochado toda la fortuna: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos[6].

Tu fe intuye que tu Dios “te abrazó y te cubrió de besos” cuando “te hizo revivir con Cristo, cuando te resucitó con él y te sentó con él en el cielo”. Tu fe intuye que a ti pobre y pequeña te alcanza “en Cristo” el amor con que Dios ama a su Unigénito, y que ninguna criatura podrá separarte de ese amor[7]. Tu fe intuye que la Pascua es un misterio de amor sin medida: el amor con que Cristo te amó, y se entregó a sí mismo por ti para consagrarte, purificándote con el baño del agua y la palabra, para que fueses santa e inmaculada en su presencia[8]. Tu fe intuye que la Pascua es una experiencia de comunión con el Unigénito de Dios, con el más amado, en quien también nosotros somos hijos. Tu fe intuye que la Pascua es memoria gozosa de un abrazo y una lluvia de besos, es fiesta por los hijos que a Dios le vuelven a casa, pues si a ti te faltaba el pan, a él le faltabas tú.

Si quieres saber cómo vuelve a casa el hijo derrochador, escucha lo que dice Jesús al malhechor crucificado a su lado: “Hoy estarás conmigo en el paraíso[9], hoy volverás a casa conmigo. Él volvió con Cristo, con quien a ti te han resucitado, con quien a ti te han sentado en el cielo, con quien tú también estás en el paraíso.

Este gran misterio, el de la comunión de Cristo con su Iglesia, que hace eficaz tu oración y verdadera tu Pascua, hace connatural, es decir, conforme con la gracia recibida, el amor de Cristo por ti y tu amor por Cristo, “pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor”[10].

La piedad te ha representado, Iglesia de Cristo, como mujer que, en el camino de la cruz, limpia el rostro ensangrentado de su Señor. La Verónica eres tú, y, grabado “como sello en tu corazón[11],  llevas siempre contigo en los lienzos de tu misericordia el rostro del amado. Si no apartas tu ternura de su sufrimiento, no se apartará su rostro de tu corazón.

Otros hallarán razonable que flagelos y espinas hayan llenado de heridas el cuerpo del condenado; muchos lo mirarán con desprecio; muchos estimarán justo que se le aparte como una amenaza y se le ajusticie como a un criminal. Pero tú, desde aquella hora de Jesús, desde aquel primer encuentro con su cuerpo herido, desde tu primera vía dolorosa, aprendiste a enfrentarte a la ceguera de las razones con la claridad del amor. Y sabes que no dejarás de vivir con el resucitado si no dejas de cuidar al crucificado. Por eso sales cada día con tu lienzo y tu ternura a limpiar rostros en las vías dolorosas de la humanidad.

Madrugas por los pobres, y ése es tu modo de madrugar por Cristo. El alma se te va tras el que sufre, y ése es tu modo de buscar a tu Señor. Acudes en ayuda del necesitado, y ése es tu modo de abrazar y cubrir de besos a tu salvador. Te arrodillas a los pies del emigrante para lavarlos, y ése es tu modo de ungir al que mucho te ha perdonado, ése es tu modo de grabar como un sello en tu corazón el rostro de tu amado.

Feliz memoria del amor con que Dios te abraza en Cristo, feliz encuentro con Cristo en el camino de los pobres.

Feliz Pascua, Iglesia de Tánger.

Tánger, 17 de abril de 2014.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger.


[1] Jn 3, 14-15.

[2] Jn 3, 16.

[3] Jn 3, 16.

[4] Cf.  Jn 11, 25.

[5] Ef 2, 4-7.

[6] Lc 15, 20.

[7] Cf. Rm 8, 38-39.

[8] Ef 5, 25-27.

[9] Lc 23, 43.

[10] Ef 5, 29.

[11] Cant 8, 6.

He ahí a tu Rey

domingo-de-ramos1Desde el comienzo de la Cuaresma, de la mano de la Iglesia, madre y maestra, nos hemos acercado al misterio de la Pascua de Cristo: hemos escuchado como discípulos la palabra de Dios, hemos admirado lo que Dios nos revelaba, hemos dado gracias por las maravillas de Dios que conocimos, y, recibiendo el Cuerpo de Cristo, hemos comulgado la palabra escuchada y creída.

Hoy, llevando ramos y palmas en las manos, caminamos hasta el lugar de nuestra asamblea eucarística, cantamos himnos a Cristo nuestro rey, y escuchamos el anuncio de su entrega obediente, la revelación de su anonadamiento, el relato de su pasión.

Esto es lo que hemos hecho; considerad ahora el misterio que estamos viviendo.

Nos lo revela la palabra del profeta, que dice a la Iglesia: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”. Eres pobre, y viene a ti tu rey, el que es para ti el bien, todo bien, sumo bien. Necesitas paz, y viene a ti tu rey, se acerca humilde a tu necesidad, trae la paz en su mirada, y llena de paz los corazones de tus hijos. Esperas la salvación, y viene a ti tu rey, Jesús de Nazaret, humanidad de Hijo, en la que Dios ha puesto la salvación del mundo: nació de María, nació para ti en Belén, estuvo en brazos de Simeón, y hoy viene a ti, humilde, tu rey, tu salvador. Y porque has reconocido a tu rey, porque lo has visto llegar humilde y venir a ti, lo has aclamado con gritos de júbilo, has cantado para el rey del mundo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.

He ahí a tu rey”: Hoy has visto que viene a ti, humilde, el que un día ha de venir con gloria sobre las nubes del cielo.

He ahí a tu rey”: Mientras escuchabas la palabra del Evangelio, viste a tu rey en el trono de la cruz, y aunque le viste clavado de pies y manos al madero, sabías que estaba viniendo a ti, humilde, para quedarse contigo, para traerte su paz, para ofrecerte su justicia, para hacer contigo una alianza eterna de amor.

He ahí a tu rey”: Mientras escuchabas la palabra del Evangelio, viste a tu rey que combatía por tu vida, por tu libertad, por tu salvación, lo viste cubierto de heridas y abandonado, lo viste, y dejaste de aclamarlo con cantos para que lo aclamase tu compasión y tu gratitud, dejaste de ofrecerle el homenaje de tus ramos para ofrecerle la ternura de tu abrazo, el refugio de tu corazón.

He ahí a tu rey”. Lo verás, humilde como el pan, sobre el altar de esta Eucaristía. Si aún no habías entendido la palabra del profeta, que te decía, “mira a tu rey, que viene a ti”, ahora puedes entender que tu rey viene para ti, para ser tuyo, para ser tu pan, para ser tu alimento, para ser tu vida.

Puede que hoy encuentres a tu rey que vine a ti, humilde como emigrante, herido como niño de la calle, perseguido como hombre o mujer que carece de derechos porque carece de papeles. Si le encuentras, no olvides que viene a ti, porque necesita acogerse a tu compasión, sentir la caricia de tu gratitud, descansar en tu ternura, cobijarse en tu corazón.

No dejes que se oscurezca la luz de la fe para reconocer a tu rey, pues él viene a ti en su palabra, en su Eucaristía, en sus hermanos, en sus pobres. Y porque lo ves en todas partes, en todas partes lo aclamas, lo acoges, lo sirves, lo amas.

Un día será la Pascua, y verás la gloria de aquel con quien has sufrido y a quien has ayudado. Feliz domingo.

Una cuestión de amor

la-herencia “Desde lo hondo a ti grito, Señor”. La hondura desde la que gritaba el salmista era la del pecado.

Hoy, sus palabras son entregadas por la fe a los empobrecidos de la tierra, a los derrotados por la vida, a quienes todo lo han perdido, a hombres y mujeres náufragos de la esperanza, a los que habitan en tierra y sombras de muerte. El salmo sube ahora desde el lugar de los muertos. Y es en esa hondura donde resuenan las palabras de la profecía: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”. Es en esa oscuridad de los sepulcros donde se enciende la luz del evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Tu Dios, Iglesia cuerpo de Cristo, te ha llamado “pueblo mío”, y ha encerrado en un posesivo de afecto toda la ternura del Padre del cielo por el Hijo más amado. Tu Dios, Dios de derrotados, empobrecidos, desterrados y muertos, te ha llamado “pueblo mío”, y lo puede decir con verdad porque él te sacó de tu Egipto, de la casa de tu esclavitud. “Pueblo mío”: te lo dice ahora el que promete abrir tus sepulcros como abrió ayer el mar al paso de tus hijos. “Pueblo mío”: te lo dice tu Dios,  porque sólo tu Dios te lo puede decir.

El que, con palabras de promesa, había dicho: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”, es el que te dice ahora con palabras de evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Hoy has escuchado el relato de la resurrección de Lázaro; hoy, como en un espejo, has visto que Jesús abría desde afuera el sepulcro de su amigo.

En la Pascua, cuando todo quede cumplido y se te revele la verdad, sabrás que él, tu Señor, ha abierto desde dentro tu sepulcro, todos los sepulcros. Entonces reconocerás que el Hijo de Dios se ha hecho solidario contigo en tu muerte para hacerte solidario con él en su vida.

La profecía y el evangelio proclamados hoy te ayudan a comprender lo que has vivido en la fuente bautismal, y desvelan el misterio de lo que vives en la eucaristía dominical. Hoy en la eucaristía, como un día en el Bautismo, te encuentras con la resurrección y la vida que es Cristo Jesús.

Él, por el amor con que se encarnó, ha hecho suya tu muerte; y tú, por la gracia de la fe con que lo acoges, has hecho tuya su vida.

El, por el amor, te dice: “¡Pueblo mío!”

Y tú, por la fe, le dices: “Señor mío y Dios mío”.

Nada le podrás decir si no lo reconoces; nada podrás recibir si no lo ves. Reconoce a Cristo en la Escritura que proclamas, en la Eucaristía que consagras y recibes, en la comunidad con la que oras, en el pobre con el que te encuentras. Reconócelo y acógelo, y habrás recibido la resurrección y la vida.

Sólo el amor puede abrir los sepulcros y los abre desde dentro. Una Pascua, si es verdadera, es siempre una cuestión de amor.

Feliz domingo.

Con el hombre, contra ti misma

Con el hombre, contra ti misma.

A los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger.

levantateVolvía de Judea a Galilea. Era casi mediodía, y Jesús estaba agotado del camino. Llegó a un pueblo que se llamaba Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús se sentó junto al pozo. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua[1].

Queridos: He de suponer que bajo el sol de aquel mediodía Jesús recibió de la mujer el agua que había pedido para beber, y se puede pensar razonablemente que ella, regresó al pueblo llevando el corazón lleno de palabras ardientes, y lleno su cántaro de agua. Pero lo novedoso de aquel mediodía no fue el pozo ni fue el agua; inesperado y asombroso fue el encuentro de Jesús con la mujer.

“Agotado del camino”:

Un vidente de ojos limpios para entrar en el misterio de Jesús de Nazaret, describió así el camino de Cristo desde Dios a la muerte: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz[2]. El amor ha puesto a Dios contra sí mismo[3].

Hemos leído lo que el apóstol dejó escrito, hemos orado muchas veces con sus palabras, las hemos oído en nuestras celebraciones litúrgicas, y puede que, de tanto leer y recitar y oír, hayamos aprendido a ignorar lo que las palabras significan, y hayamos transformado en ideología el cansancio de Jesús, su angustia, sus lágrimas, su sudor de sangre, su soledad, su agonía, el increíble infierno de su muerte.

Por eso, para evitar ideologías sin cuerpo y sin espíritu, necesitamos sumergirnos en los evangelios y en la liturgia, en la palabra que Jesús nos dejó por los caminos de su vida, y en la celebración que a nosotros nos permite recorrerlos con él.

Antes de aventurarnos en el misterio de la cruz, necesitamos acercarnos al misterio del pozo: “Jesús, agotado del camino, se sentó sin más junto al pozo[4].

Cuando de alguien se dice que está “agotado”, se quiere decir que se ha vaciado, que ha consumido todas sus energías; y aquel “se sentó sin más junto al pozo”, se nos hace memoria de amarguras y caídas en un largo Vía crucis más que de un descanso sereno junto a un manantial de agua fresca.

Agotado”: ¡Qué largo el camino desde el cielo a la cruz! ¡Qué penoso el camino desde el Padre a la samaritana! ¡Qué incierto el camino desde Dios hasta nosotros!

Hay vendedores de humo que presentan la encarnación como una ficción, un juego, un mito, un ejercicio de magia divina, y que se hacen voceros de un Dios que no pasa de ser una idea acaramelada de amor romántico para incapaces de asumir el riesgo de la vida, la responsabilidad de la libertad, y la verdad de la propia finitud.

Nuestro Dios, el que reconocemos revelado en Cristo Jesús, es un Dios “agotado del camino”. No hace trampa en el juego: Su encarnación, porque lo es de verdad, es anonadamiento y empobrecimiento, es ocultamiento, sometimiento y abajamiento, es desprotección y opción por la debilidad… La encarnación de Dios es enclaustramiento en un seno, nacimiento en humildad y pobreza, vida en pobreza y humildad, muerte en inefable caridad, en humildad consumada, en pobreza radical… La encarnación es amor hasta la muerte. ¡El amor ha puesto a Dios contra sí mismo![5]

“¡Agotado del camino!”, así verás a tu Dios, sea que lo contemples junto al pozo de Sicar, sea que lo mires levantado en alto en el mediodía ardiente de la cruz.

“¡Agotado del camino!”, así te esperará tu Dios cuando vayas al pozo a sacar agua para tu sed. Allí conocerás “el don de Dios”, conocerás al que te pide de beber, y tú le pedirás a él, y él te dará agua viva.

Encuentros junto al manantial:

Por vocación y por gracia somos Iglesia de Cristo en Marruecos, una Iglesia de “forasteros y emigrantes”, integrada por familias asentadas en Marruecos, muchas de ellas durante varias generaciones, y también por funcionarios, estudiantes, voluntarios, desplazados, personas consagradas, y sacerdotes a los que ha sido encomendada la cura pastoral de las pequeñas comunidades locales.

Como Iglesia, nos esforzamos por ser en esta tierra testigos del evangelio y presencia viva de Cristo.

Como él, sus discípulos se hacen siervos de la compasión, hijos de la misericordia, y son muchos los hombres y mujeres en esta Iglesia que lo han dejado todo para hallarse, bajo el sol ardiente de un mediodía, en el lugar de encuentro con los sedientos de agua y de Dios.

Desde hace años, al pueblo de los pobres que conocíamos asentado en el lugar, se ha unido un pueblo en tránsito, hombres y mujeres que han dejado su mundo, su entorno familiar y cultural, sus raíces, para hacerse huéspedes de la incertidumbre y la precariedad, expertos en sueños rotos. Es éste un pueblo joven, que hace su travesía del desierto, probado por una sed que devora a un tiempo alma y cuerpo de sus gentes.

Desde hace años, nuestra Iglesia se siente interpelada por esta dolorosa realidad, por el clamoroso silencio de los pobres, y ha buscado caminos para el encuentro con estos hijos tan queridos y tan necesitados.

El Espíritu de Jesús nos ha llevado a un camino en el que son reales las lágrimas, el sufrimiento, la violencia y la muerte, y son realmente posibles la ternura y la alegría. En ese camino no se nos permite ser meros espectadores, sino que, ungiéndonos, el Espíritu nos pide “llevar a los pobres la buena noticia”. El Espíritu te ha ungido, Iglesia de Tánger, para hacer posible “junto al manantial” tu encuentro con los sedientos.

Tú contra ti misma:

Dios contra Dios: Ésa parece ser la regla que rige las opciones divinas con relación al hombre. Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; se hizo sediento para que pudiésemos apagar en él nuestra sed; se entregó a la muerte para que pudiésemos tener vida eterna; se hizo maldición para que en él fuésemos bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Todo eso se puede ver místicamente significado en la expresión: “Jesús, agotado del camino, se sentó sin más junto al pozo”.

No estaba allí para dar razón de lo justa que es la situación de miseria en que nos hallamos los sedientos; no se ha sentado sobre aquella fuente para defender la inocencia de Dios en nuestra historia de sufrimientos, injusticias, violencia, opresión y muerte; no comparece ante la humanidad para justificar protocolos divinos de justicia. Está allí, en el pozo y en la cruz, agotado y sediento, Dios contra Dios, sencillamente para dar de beber, para que la humanidad sedienta lleve dentro de sí una fuente de agua que salta hasta la vida eterna.

No busques otro camino, no sigas otro ejemplo, no escuches a otro maestro: Tú, que eres gracia de Dios para el mundo, estás llamada a ser el cuerpo agotado y sediento de Cristo que, para los pobres, se hace surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

El poder entiende de intereses, de beneficios, de propiedad, y necesita fronteras y vallas que los protejan. El poder no puede negarse a sí mismo.

Pero tú, que eres gracia, regalo, don de Dios, estás llamada a ser Iglesia contra ti misma, lejos del poder y cerca de los pobres, como está cerca de ti Jesús de Nazaret, como encuentras preparado cada día para ti el pan de la Eucaristía, como una madre está cerca del hijo de sus entrañas. Tú contra ti misma, hasta perderte por los pobres para quienes te ha ungido y enviado tu Señor.

No se acercarán a ti si no los acoge tu corazón antes de que oigan tus palabras. Es en tu corazón donde has de darles un nombre que te disponga a recibirlos. Puedes nombrarlos desde su necesidad o desde tu fe. Según la necesidad serán hambrientos, sedientos, desnudos, desahuciados, enfermos, extranjeros, encarcelados. Para tu fe serán siempre tus hermanos, el cuerpo misterioso y sufriente del Señor a quien tú amas, los hijos a quienes Dios te envía porque son sus predilectos.

En camino hacia la Pascua:

Así, con el hombre y contra ti misma, llevando el evangelio a los pobres, harás presente en el mundo el reino de Dios, recorrerás tu camino hacia Cristo resucitado.

También para ese reino habrás de encontrar nombres que te lo acerquen al corazón, para que lo pidas, lo busques, lo acojas, lo anuncies, lo lleves a los amados de Dios.

En tu oración aprendiste que el de Dios es el reino de la verdad y la vida, es el reino de la santidad y la gracia, es el reino de la justicia, el amor y la paz[6].

Leyendo el evangelio, has visto que el reino de Dios llegaba a donde llegaba Jesús, e intuyes que hoy ha de llegar contigo a donde vayas tú.

De labios de Jesús has aprendido que ese reino es herencia reservada para los pobres[7], para los pequeños[8], para los humildes y sencillos[9]: sólo ellos pueden recibirlo. Dichosos ellos, que aciertan a entrar en un mundo donde Dios es el rey, y en el que “la vida social será un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos”.

Reino fecundo como semilla en tierra buena, pequeño como grano de mostaza, eficaz como fermento en la masa, deseable más que todos los bienes, ése es tu destino, ésa es tu misión: “Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura”[10].

A quien os pregunte por lo que hacéis en el lugar de vuestra peregrinación, decidle que sois mensajeros del reino de Dios, decidle que lo lleváis con vosotros, decidle que ese reino, y la justicia que le es propia, es vuestra verdadera inquietud, es toda vuestra vida.

Si estás en camino hacia los pobres, los pequeños, los humildes y sencillos, estás en camino hacia la Pascua, vas por el camino que lleva a Cristo resucitado.

Feliz peregrinación, Iglesia de Cristo.

Tánger, 22 de marzo de 2014.

Sesión plenaria del Consejo pastoral.


[1] Cf. Jn 4, 3-7.

[2] Fil 2, 6-8.

[3] Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est 10.

[4] Jn 4, 7.

[5] Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est 10.

[6] Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, rey del universo.

[7] Mt 5, 3.

[8] Mt 19, 14.

[9] Mt 11, 25-30.

[10] Mt 6, 33.

“El Señor es mi pastor»

pastorEn este domingo la Iglesia recuerda la elección de David y la curación de un ciego de nacimiento.

David y el ciego: dos vidas, dos experiencias de gracia, dos encuentros con el Dios de la salvación, y un salmo para expresar lo que cada uno de ellos lleva en el corazón: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

El relato de lo que David y el ciego vivieron, es anuncio de lo que esperamos vivir en la eucaristía, y da razón de lo que hemos vivido en nuestro bautismo.

Hoy, cada uno de nosotros recuerda agradecido su encuentro con la Luz de Dios en la “piscina del Enviado”, el encuentro con Cristo en la fuente bautismal.

Hoy, la comunidad de los bautizados, se dispone al encuentro con Cristo, luz del mundo, en el sacramento de la eucaristía.

Hoy, la Iglesia hace suyas las palabras del salmo para cantar, con David y con el ciego, la dicha renovada del encuentro con el Señor: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Tú que has sido iluminado “en la piscina del Enviado”, puedes decir con verdad: _“El Señor me guía por el sendero justo… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”. El Señor, que va contigo, él es la luz que te ilumina.

Tú que reconoces a Cristo en la comunidad con la que celebras, en la palabra de la Escritura que escuchas, en el sacerdote que preside tu celebración, puedes decir con verdad: _“Tu bondad, Señor, y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

Tú que te dispones a sumergirte en la luz, a comulgarla, puedes decir con verdad: _Señor, “ preparas una mesa ante mí… me unges con perfume y mi copa rebosa”.

Tú, Iglesia de Cristo, cuerpo de la Luz, has de llevar en la vida de tus hijos los frutos de la luz, que son bondad, justicia y verdad. Has de “soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos”.

Que todos conozcan tu casa, tu ajuar, tu pan, tu pasión por el que sufre, como tú has conocido la pasión de Dios por ti.

Que todos conozcan tu amor, y reconozcan por ti que Dios es su pastor.

Feliz domingo.

Sedientos, vamos a Cristo:

ADVIENTO1Lo has oído: En el desierto, el pueblo murmura atormentado por la sed. En un pueblo llamado Sicar, una mujer, sedienta ella también, se acerca a sacar agua del manantial de Jacob. En la Cuaresma y en la vida, nosotros, sedientos de Dios, caminamos acercándonos al manantial de la dicha que es Cristo resucitado.

En el desierto, los hijos de Israel buscan agua, sólo buscan agua, y ni siquiera caen en la cuenta de que han perdido la confianza en el Dios de las promesas y la fe en las promesas de Dios. Bajo el sol del mediodía, la mujer samaritana busca agua, sólo busca agua, y ni siquiera ha caído en la cuenta de que está sola, de que  “no tiene marido”, de que puede haber otra fuente, de que puede beber de otra agua.

Israel beberá del agua que brota de la peña: “Golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”; y la samaritana beberá del manantial de Jacob. Israel y la samaritana han encontrado agua para beber, pero puede que, bebida el agua, no hayan encontrado la esperanza perdida, puede que, apagada la sed, no hayan llenado el vacío de la propia soledad, puede que, satisfecha la necesidad, no vuelvan a añorar la tierra prometida, puede que beban sin encontrar marido, puede que beban sin encontrar a Dios.

Vosotros, que escuchasteis con atención y con fe la palabra del Señor, habéis visto en el desierto algo más que la peña de Horeb, pues habéis visto al Señor ante Moisés, “sobre la peña”, y sabéis que es el Señor, no la piedra inerte, quien apaga la sed de su pueblo; sabéis que es el Señor, sólo el Señor, la roca que los salva.

Pero habéis visto también en Sicar algo más que el pozo de Jacob, pues habéis visto a Jesús, cansado del camino, sentado “junto al manantial”, y sabéis que es Jesús, no aquel manantial, el verdadero don de Dios a la humanidad; sabéis que es de Jesús, no de aquel manantial, de donde recibiréis el agua que salta hasta la vida eterna. Así se lo dice él a la samaritana, y así lo habéis escuchado vosotros: “¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva!”

Considera, Iglesia samaritana, a quién te has acercado, a quién has escuchado, de quién has bebido. Te has acercado al “don de Dios”, has escuchado al Hijo de Dios, has bebido de Cristo, de la única fuente que puede darte agua viva.

El día de nuestro bautismo nos hemos sumergido en el don de Dios y hemos recibido de él el agua de la vida, la ley de la gracia, el Espíritu de la santidad y del amor. Hoy comemos el Pan de la vida y bebemos el cáliz de la salvación para formar en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Terminado el ejercicio de la santa Cuaresma, celebraremos en la Pascua anual la vida que de Cristo hemos recibido, y nunca dejaremos de esperar la tierra prometida, hasta que lleguemos a la gloria del cielo, a la comunión definitiva con Cristo resucitado.

Ahora bien, quienes hemos bebido el agua de Cristo, no podemos olvidar la sed de Cristo. “Dame de beber”, dijo a la samaritana. “Tengo sed”, gritó desde lo alto de la cruz. “Tuve sed, y no me disteis de beber”, le oirán decir en el día del juicio los herederos aterrados de la muerte. “Tuve sed, y me disteis de beber”, le oirán decir sorprendidos y admirados los herederos del Reino de Dios.

Tú le das a Cristo tu vaso de agua, y él lo convierte para ti en vida eterna.

“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”

atransfiguracion21“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Ésa es la tierra hacia la que has de caminar si quieres heredar la promesa. Ésa es la bendición que Dios te ofrece.

Abrahán escuchó la palabra del Señor, y se puso en camino hacia el futuro que Dios le regalaba.

María de Nazaret escuchó al mensajero de Dios, dejó que la Palabra se le hiciese carne, y se fue aprisa a la montaña para que la salvación visitase a su precursor. Observa de qué manera escucha el que todavía no puede oír. Da testimonio de él la que conoce por madre su lenguaje: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. El que todavía no ha nacido, el que aún no puede entender, el que nada puede expresar con palabras, ya puede alegrarse en la presencia de la gracia, ya puede danzar delante del arca de la salvación, ya puede escuchar el rumor del amado en el jardín.

En la noche de Belén, los pastores escucharon, creyeron, y se pusieron en camino para ver lo que el ángel del Señor les había revelado.

Fíjate en lo que dice el apóstol Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Era su modo de decir: “Nosotros te hemos escuchado, y hemos salido de nuestra tierra, de nuestra casa, para ir contigo a donde tú vas”.

Admira de qué manera el ladrón que fue crucificado con Jesús el Nazareno cumplió el mandato del cielo. A él se le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y tú sabes que en aquel día, en aquel “hoy”, el ladrón salió de su cruz hacia la tierra que el Señor le mostraría.

Escúchalo y síguelo. Que las entrañas de la Iglesia se estremezcan con tu danza de alegría en presencia de tu salvador. Que tus entras se estremezcan de ternura cuando reconozcas en los pobres la voz del que te ama, la voz de tu Señor.

Feliz domingo.

Quién eres para Dios

Jesus pan de vida2El centro de esta celebración dominical lo ocupa, más que el hijo de Abrahán, el Hijo de Dios.

No olvides la relación que la palabra proclamada establece entre esos dos hijos. Del de Abrahán, se dice: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y ofrécemelo en sacrificio”. A su vez, de Jesús, contemplado en el misterio de su transfiguración, la voz de la revelación declaraba: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”. Y el apóstol nos recuerda lo esencial de nuestra fe: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Se trata de hijos únicos, amados y, por amor, entregados.

Para que no te escandalice lo que Dios pide a Abrahán, mira al Hijo que a ti Dios te entrega. Verás que ese Hijo, sacrificado, no te revela la medida de una crueldad sino un amor sin medida, no te pone delante el horror de una inmolación sino la gracia de una obediencia, no te deja cautivo de tu propia muerte sino heredero de su misma vida.

Con todo, la contemplación de esa vida que se te da, de la obediencia por la que se te da, del amor con que se te da, no hace inútil sino necesaria la contemplación del altar sobre el que todo se te ofrece, y una mirada afectuosa y creyente a la cruz desde donde el Hijo de Dios, el único, el amado, te llama, te atrae y te sostiene con su diestra.

Ahora también tú, con preguntas que llevan implícita la respuesta, puedes, guiado por la fe, entrar en la casa de la confianza: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” El que hoy te entrega su palabra para que la guardes, el que te ofrece el Cuerpo y la Sangre de su Hijo para una comunión de vida contigo, “¿cómo no te dará todo con él?, ¿quién acusará?, ¿quién condenará?

Mide, si puedes, la grandeza de ese amor que se te revela en Cristo Jesús; entra humilde en el misterio de lo que es Dios para ti y de lo que eres tú para Dios. Si te ha alcanzado la luz de ese misterio, si hoy por la fe y la comunión te envuelve y te ilumina la gloria de Cristo resucitado, entonces sabrás, qué significa para Dios el emigrante, el excluido, el parado, el desahuciado, ¡el hombre!, los pobres a quienes, ciego de amor, Dios ve y bendice como hijos en su único Hijo.

Es hora de que la comunión eucarística se nos vuelva pasión por los pobres, deuda con los amados de Dios, compromiso con el cuerpo de Cristo. Si alguien, después de comulgar, aún ve razonable que se refuerce con cuchillas una frontera, o pide que se despliegue contra los pobres la milicia creada para mantener la paz en un territorio, ése no habrá comulgado con Cristo sino con piedras de molino, y en el día de la verdad será contado entre los malditos por haber ignorado la necesidad del Hijo de Dios, del único, del amado.

Feliz domingo de la transfiguración.

Ser como pan:

bowl_of_communion_wafers_RFA011Tomada del libro del Génesis, oíste la narración de la creación y pecado de los primeros padres. Luego, del evangelio, proclamaron que Jesús ayunó y fue tentado.

Habrás observado que esos relatos tienen semejanzas en la trama y desenlaces opuestos.

En ambos se trata de ‘hombres primeros’: Adán con Eva su mujer, es el primer hombre de la humanidad vieja. Cristo con su Iglesia, es el primogénito de la nueva humanidad.

Se trata también de ‘hombres tentados’: Adán en el paraíso; Jesús en el desierto.

Se trata además de ‘tentaciones similares’: La sugestión de “ser como Dios” encuentra su versión correlativa en la sugestión de desechar y anular los límites de la condición humana.

Adán comerá para “ser como Dios”.

A Jesús, reconocido por el tentador como Hijo de Dios, la tentación le propone negar, en nombre de la verdad de Dios, la verdad del hombre, como si la condición de Hijo en quien Dios se complace, le permitiese abandonar su fragilidad de hombre, su debilidad, su necesidad. Por eso a Jesús el tentador le sugiere comer, “hacer que las piedras se conviertan en panes”, “tirarse abajo desde el alero del templo”, “hacerse con la gloria de los reinos del mundo”. Pero Jesús ayunará.

Lo que se propone en este domingo a nuestra fe, no son viejas historias que otros han vivido, sino misterios en los que también nosotros participamos.

Nacimos hijos de la vieja humanidad, “con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios”. Renacimos por el agua y el Espíritu para ser hombres nuevos, “revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.

Nacimos hijos del hombre que cedió a la pretensión de “ser como Dios”. Renacimos criaturas nuevas en Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”.

En la fuente del bautismo, bajamos con Cristo a la muerte. En la eucaristía nos ofrecemos con él, nos ofrecemos en él, nos ofrecemos por él.

Los que en el bautismo hemos compartido la muerte de Cristo, compartimos en la eucaristía su obediencia filial a la palabra de Dios, su confianza humilde en el Padre del cielo, su opción por lo pequeño, por lo humano, por el don de sí mismo, por “ser como pan”, quien pudo retener el “ser como Dios”.

No pienses, sin embargo, que éstas son cosas para decir en la Iglesia, oír en la Iglesia y dejar en la Iglesia, como si fuesen ajenas a las preocupaciones que ha de tener un hombre sensato en el mundo real.

Si cada día miles de personas mueren de hambre, si se cuentan a millones las que se ven sometidas a esclavitud, si son millones las que sobreviven mal nutridas, si a millones de personas se les impide nacer, si a millones se las empuja a morir, es porque el hombre alarga la mano al fruto del poder, es porque tú y yo hemos cedido a la pretensión de “ser como Dios”. En esa pretensión del hombre caben todas las formas de la injusticia.

Para caminar hacia un mundo diverso, no necesitamos “hacer que las piedras se conviertan en panes”; nos basta con seguir el camino de Jesús, el camino del Hijo de Dios que se hizo hombre, el camino del hombre que se hizo pan para los hombres.

Tu comunión de hoy con Cristo, no es apenas el comienzo de la santa Cuaresma: es tu opción creyente por un futuro en justicia y libertad para todos los hombres.

Feliz domingo.