Opción por Dios, opción por los pobres

pantocratorDelante del pueblo de los oprimidos, un mar impasible les cierra el camino hacia la libertad que han soñado, y los deja a merced de un enemigo que los persigue, no porque lo hayan ofendido, ultrajado o menospreciado, sino porque su libertad lo privaría a él de los réditos que le produce su esclavitud.

Te persigue el faraón, el explotador, el poder, con sus dioses y sus magos, sus sacerdotes y sus cortesanos, sus carros y sus caballos, sus mentiras y sus amenazas, sus boletines y sus ritos, sus leyes y sus jueces.

Y frente a ti, indiferente a tu angustia, aliado con el poder, sigue el mar: un mar de inventos, razones y pretextos para suprimir puestos de trabajo; un mar de eufemismos para señalarte como culpable de tu desgracia; un mar de deudas, de hipotecas, de leyes que te reservan un futuro de esclavo; un mar de agua, de vallas, de cuchillas, de balas, de barreras disuasorias.

Hoy, como ayer, aunque no grites a tu Dios, porque ni siquiera te quedan fuerzas para rebelarte, él no deja de oír tu sufrimiento: “He visto la opresión de mi pueblo y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo”.

Hoy, en tu celebración dominical, el grito de tu sufrimiento se te vuelve reproche susurrado en el secreto de tu corazón: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.

En este tiempo de gritos y susurros, no dejes de escuchar unido a tu queja el salmo del Hijo más amado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Y con el más amado escucha la palabra que hoy te dice tu Dios: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Escucha, en comunión con Cristo, el clamor de la esperanza que se ofrece a los pobres desde el día de su resurrección.

No temas, pequeño rebaño, gusanillo de Jacob: “Yo mismo te auxilio”, yo soy tu libertador.

No temas: El futuro no es del poder sino de Dios, no es del dinero sino de los pobres, no es de los que crucifican sino de los crucificados.

Si hoy, hermano mío, hermana mía, escuchas la palabra de Dios, si comulgas con ella, escuchando y comulgando optas por servir a Dios, a los pobres, a los crucificados, y así subes al regazo materno de Dios, te refugias al amparo de sus brazos, desahogas allí tu corazón.

Quienes opten por servir al dinero, por el dinero serán esclavizados y devorados.

Carta Emigrantes

Tánger, 18 de febrero de 2014

A los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y Bien.

Para que la vida no niegue lo que la boca confiesa:

Queridos:

manosCon vosotros y desde la fe quiero acercarme, una vez más, a ese espacio humano, ético, espiritual, evangélico, en el que se mueve y nos sitúa una humanidad empobrecida en busca de futuro: hombres, mujeres y niños a quienes los dueños de las fronteras negamos el derecho a emigrar.

No es mi misión entrar en debates de política, de filosofía, de antropología, ni siquiera de teología. A mí se me pide que, “con la palabra y el ejemplo”, guíe al pueblo que se me ha confiado; a mí se me ha pedido “vivir para los fieles”, ser entre ellos como el menor y como el que sirve, proclamar a tiempo y a destiempo la palabra de Dios. Éste es el mandato que he recibido: “Ama con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo tu cuidado, especialmente a los presbíteros y diáconos, a los pobres, a los débiles, a los que no tienen hogar y a los inmigrantes”.

Por fidelidad a esa misión y mandato, os vuelvo a hablar de los inmigrantes. Quienes pretendan que los veáis con recelo, con temor, con desprecio o con odio, han de encontrar encendida siempre en vuestro corazón la luz de la mirada con que Dios los mira.

Lo que confesamos cuando decimos que creemos:

Escuchad el clamor de vuestra fe, susurrada en la plegaria eucarística; escuchad cómo vuestro Dios abre fronteras, abate vallas, rompe muros, anula distancias, para que los pobres, los oprimidos, los afligidos, alcancen la salvación que necesitan: “Tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó  por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo”.

Dios experimentó la aflicción para que tú, la Iglesia de los que él ha redimido, fueses consolada; Dios se empobreció para que tú fueses enriquecida; Dios se redujo a la debilidad de la carne para que tú te vieses fortalecida. Por ti, por abrirte un paso amplio y acogedor en la frontera impenetrable de la gracia, de la santidad y de de la vida, tu Dios se atrevió a vivir una relación escandalosa con el pecado y con la muerte: “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne”. Y si alguien en la Iglesia me dijere que ese lenguaje es oscuro, le recordaría aquellas otras palabras del apóstol, que hoy, si él no las hubiese escrito, nadie se atrevería a decir: “Al que no conocía pecado, (Dios) lo hizo pecado a favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él”.

Si hablas de tu Dios, has de recordar necesariamente la compasión que tuvo de ti, la misericordia que ha usado contigo, el amor con que te ha buscado, la solicitud con que ha cuidado de ti.

Si hablas de tu Dios, tal como lo has conocido en palabras y hechos de Jesús de Nazaret, la compasión, la misericordia, el amor, la solicitud de que él te ha rodeado, habrás de reunirlos más que resumirlos en las entrañas del verbo servir: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

Tu Dios vino a ti rompiéndose la carne en tus caminos para que tú pudieses ir a él por un camino llano, sin otro pasaporte que la fe con que te dejas amar por él.

Tu Dios no ha hecho magia para sacarte de un apuro, sino que se despojó de sí en solidaridad contigo, y te amó, sin condición y sin medida, aun a riesgo de ser rechazado por ti.

Lo que confesamos cuando oramos:

Todavía esta mañana, en la comunidad eucarística, orábamos con esta palabras tuyas, Iglesia redimida, amada, creyente, esperanzada: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.

Os pido, queridos, no que imaginéis, sino que de verdad llevéis, como un mensaje de amor en los bolsillos de vuestra ropa, como un mandato de Dios en el secreto del corazón, como una súplica de vuestra comunidad eclesial en la memoria, esas palabras de la plegaria eucarística. De modo que, allí donde os encontréis, en una playa, frente a una valla, en un espigón, o en la mesa del comedor de vuestras casas, los latidos de vuestro corazón se acompasen sencillamente con el corazón de Dios.

Lo que ha de confesar nuestra vida entera:

El lavatorio de los pies, del que nos habla el evangelista Juan, lo mismo que la Eucaristía, de la que hablan los evangelios sinópticos, representa la vida entera de Jesús, su entrega, su abajamiento a los pies de la humanidad, su anonadamiento hasta lo hondo de la condición humana, su forma de amar, su misión de servir.

Profesar un credo que ignore a Cristo arrodillado a los pies de la humanidad para limpiarla, sería negar lo esencial de nuestra fe.

Credo y evangelio han de ser llevados íntegros en el corazón, en la boca y en la vida.

Y hay cosas en las que no se nos ha dejado espacio para la ambigüedad. Esto se lee en el evangelio de Mateo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Y esto leemos en el evangelio de Juan: “Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: « ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

Nuestra vida se mueve entre un “no será así entre vosotros” y un “haced vosotros lo mismo”. Y es responsabilidad de cada creyente discernir dónde se encuentra, sabiendo que está llamado a acercarse de corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, a ese “haced vosotros lo mismo” que pronunciaron los labios de Jesús.

Vosotros sabéis que ése es el compromiso que recordamos y renovamos cada vez que comulgamos, pues otra cosa no es nuestra comunión si no dejarnos comulgar por Cristo, dejarnos transformar en Cristo, de modo que en Cristo seamos de Dios y de los hermanos. No sólo nos sabemos llamados a hacer lo que el Señor hizo, sino que nos sabemos amorosamente invitados a ser su presencia viva en el mundo.

Las fronteras infranqueables, con sus vallas y sus cuchillas y sus fuerzas antidisturbios, son un ejemplo de lo que “no ha de ser así entre nosotros”, son una forma cruel de opresión, con la que los poderosos se muestran dueños y señores de los destinos de los pobres. Nadie podrá reconocer en esas fronteras una forma de respeto a los derechos y a la dignidad de las personas y de servicio a los necesitados.

Por eso, sin temor a equivocarme, puedo decir que esas fronteras, siendo legales, legítimas, y puede que del todo razonables, son para un cristiano negación de lo esencial de su credo, dejan sin corazón el evangelio, niegan al Dios y Padre de Jesús de Nazaret.

Petición:

Se lo pido al Señor como gracia para cuantos lo amáis y queréis seguir de cerca las huellas de Jesús de Nazaret: “Que todos sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación”. “Que, en medio de nuestro mundo, dividido por guerras y discordias”, por ambiciones y egoísmos, por odios y miedos, “la Iglesia sea instrumento de unidad, de concordia y de paz”.

Que a nadie falte la oración de los demás.

Un abrazo de vuestro hermano menor.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger

Así:

Muchas veces, como quien oye llover, hemos orado con las palabras de esta revelación:

El Señor perdona todas tus culpas  y cura todas tus enfermedades;  el Señor rescata tu vida de la fosa  y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.

talleresPuede que, preguntados, sepamos decir lo que el Señor hace; pero olvidamos en seguida por quién lo hace, a quién lo hace, o, lo que aún sería más penoso, ni siquiera caemos en la cuenta de la relación que la misericordia de Dios establece con nosotros.

Pues será necesario advertir –conocer por experiencia- no sólo que el Señor perdona sino que perdona tus culpas, no sólo que cura sino que cura tus enfermedades, no sólo que rescata de la fosa sino que rescata tu vida, no sólo que colma de gracia y de ternura sino que te colma de gracia y de ternura.

Ésa es la revelación de la santidad de Dios contigo, ésa es para ti la revelación de su nombre santo. Y ésa es la santidad que has de imitar si eres de Dios: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”.

No habrá eucaristía en mi vida si no he experimentado antes la santidad de Dios conmigo. Y no habrá compromiso con los pobres, no habrá en mi vida la santidad que Dios reclama, si no ha habido antes agradecimiento por lo que de Dios he recibido, por lo que Dios ha hecho conmigo.

Ahora, si conoces el nombre de Dios y agradeces la misericordia que ha usado contigo, habrás conocido la razón y fundamento de las palabras de Jesús que resuenan en la eucaristía de este domingo: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. O lo que es lo mismo: haz con los demás lo que Dios hace contigo.

Y no olvides tampoco lo que sigue en la narración evangélica, pues se trata de la revelación más asombrosa que pudieres oír: “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo”. ¡Nadie es hijo de Dios si no ama a quien no merece ser amado!

Son muchos los que se llaman cristianos –y pueden ser obispos, curas frailes y monjas-, que de esto no quieren ni oír hablar, o, si hablan, es para dar a entender que el Señor no quería decir lo que dijo.

Yo me quedo con ese “así” que encierra en su brevedad adverbial toda la moral cristiana: “Así”, al modo de Dios, como hace tu Dios contigo, haz tú con todos.

Feliz domingo.

Dios nos reclamará la vida de su Hijo

bowl_of_communion_wafers_RFA011Mi hermano me dice que los han deportado; me lo dice en su castellano con arreglos de Polonia: “Con tristeza se llevaron a nuestros hermanos africanos, horrible…”.

La tristeza no era de quienes se los llevaron, sino de los deportados y de mi hermano.

Es necesario gritar: Los han llevado al sur, hacia la frontera. Allí los han abandonado. Helena entrecomilla palabras de un hombre que clama en el desierto: “Os suplico que nos rescatéis. No podemos continuar andando. Vamos a morir en este desierto. Os lo suplico de nuevo. Estamos cerca de la frontera mauritana; vemos la barrera mauritana y los soldados”.

Es necesario gritar, pero no sabría dar nombre a los responsables de esta violación de derechos. Es necesario gritar, aunque puede que haya de considerarme a mí mismo cómplice de quienes han puesto manos sacrílegas sobre la vida de los pobres. Es necesario dejar que vuelen palabras mensajeras de justicia para los inmigrantes, pero no se me oculta que por ello puede verse restringida o anulada la libertad que ahora tenemos de socorrerles en su necesidad.

Entonces no gritaré. Me limitaré a leer el evangelio: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.

Mucho me temo que las misas de este domingo sexto del Tiempo Ordinario van a durar más de lo acostumbrado, pues antes de poner la ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Mauritania para que nos perdonen los negros entregados allí, con nuestro dinero, a un destino de muerte.

Si te fijas en el canto de comunión de este domingo, hallarás en él palabras de revelación que llenan de alegría el alma: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Pero verás que son también palabras de advertencia: Nosotros podemos ignorar el sufrimiento de los pobres y matarlos en las fronteras. ¡Dios nos reclamará la vida de su Hijo!

Esta año de 2014, antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Ceuta por si pueden perdonarnos los muertos.

Y el Señor dijo: Comparte tu pan y brillará tu luz

Propio VNo hace falta que nadie lo interprete, pues está dicho para que lo entiendan incluso los niños: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo”.Y después del mandato al alcance de todos, por si hiciese falta, se añade la razón que lo sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el pobre sin techo, el desnudo, son “nuestra propia carne”!

No te cierres a tu propia carne”: Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.

No te cierres a tu propia carne”: Si entras por el camino de esta sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”, delante de ti irá la justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

No te cierres a tu propia carne”, y el pan que compartes con el hambriento y, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es  mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.

No te cierres a tu propia carne”: Sienta a los pobres a la mesa de tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios los ilumina.

Y a cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una ONG, una y otra vez les recordaré que los pobres son “nuestra propia carne”, y que nuestro pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia casa.

Feliz domingo.

Sacramentos de salvación

Un niño, una palabra, un pan, un pobre.

Adviento-2Quienes “hace cuarenta días celebramos, llenos de gozo, la fiesta del Nacimiento del Señor”, celebramos hoy su Presentación en el templo “para cumplir lo establecido en la ley de Moisés, pero sobre todo para encontrarse allí con el pueblo creyente”.

El misterio de salvación que, “cuando llegó el tiempo de la purificación de María”, se reveló en la presentación de Jesús al Dios de Israel, ese misterio lo revivimos quienes en la celebración litúrgica escuchamos con fe la palabra de Dios y comulgamos el Cuerpo de Cristo.

Considera lo que celebras, contempla lo que se te ofrece, goza de lo que recibes.

El profeta había dicho: “Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis”. El evangelista te lo mostró mientras entraba: Sus padres “llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”. Y tú, bajo el velo del sacramento que celebras, en la palabra que escuchas, en el pan que comes, reconoces la presencia de tu Señor, del amado de tu alma, de aquel a quien buscas en tu noche como se busca la luz, como se busca la paz, como se busca la felicidad.

Clama con el salmista: “Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria”. Y advierte que estás clamando, no a las puertas del templo de Jerusalén, no a las puertas de un templo de piedra, sino a las puertas de tu propio corazón, para que, abiertas de par en par, dejen paso al que esperas, al que buscas, al que necesitas, al que amas, a tu Rey, a tu Dios.

Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios”. Tú escuchas la palabra de Dios y, lo mismo que Simeón, bendices, porque en la palabra escuchada reconoces a tu Señor. Tú comulgas el Pan de la eucaristía, y bendices, porque en el sacramento has reconocido a tu salvador. Tú contemplas, te asombras, gozas y bendices, y haces tuyas las palabras del anciano Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”.

En el templo de Jerusalén, un niño fue el sacramento en el que se manifestó la salvación que venía de Dios. En la celebración eucarística, para ti, ese sacramento es la palabra de Dios que acoges y el Cuerpo de Cristo que recibes. Y en todo tiempo y lugar, son los pobres un sacramento en el que nos visita la salvación que viene de Dios.

Feliz domingo.

El pueblo de las bienaventuranzas

la-herenciaNo son una paradoja: las bienaventuranzas son una locura.

¿Cómo decir al que no tiene trabajo y tiene hijos: “dichosos los pobres”? ¿Cómo decir al pueblo de los excluidos: “dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia”? ¿Cómo decir a las víctimas: “dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa”?

Tal vez, si quieres evitar que las palabras sepan a burla, ironía u ofensa, más que preguntar cómo se puede decir, te convenga preguntar quién lo puede decir. Observarás que lo dice un pobre a los pobres, un excluido a los excluidos, una víctima a las víctimas; observarás que lo dice el que se hizo pobre por los pobres, el que bajó a tu pobreza por ti, para hacerte justicia, para enriquecerte con su pobreza.

Sólo si consideras quién dice las bienaventuranzas, empezarás a intuir por qué las dice, se te revelará el misterio de gracia que encierran, te acercarás a la verdad que anula el sarcasmo y llena de luz el corazón de los pobres.

Oíste que lo decía el profeta: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”. Lo oíste y te preguntaste por ese pueblo, y a tu corazón subió la memoria de Jesús, pues de él se puede decir con toda verdad, que Dios lo dejó en medio de nosotros, pobre más que nosotros, humilde como creyente, y confiado como hijo.

Y empezaste a pronunciar las bienaventuranzas admirado de su luz, de su gracia, de su verdad: Dichoso este hijo pobre y humilde, porque suyo es el Reino de los cielos; dichoso este hambriento de justicia, porque quedará saciado; dichoso este excluido, porque el Reino le pertenece… dichoso tú, Jesús, porque Dios es tu Padre y cuida de ti.

Ya sé que el profeta habla de “un pueblo” y no de una persona. Pero no podrás entender la bienaventuranza del pueblo, si no entiendes el misterio que se te revela en la persona de Jesús. “Pueblo pobre y humilde que confía en el Señor” es el pueblo en el que Cristo se reconoce a sí mismo, conforme a lo que se nos ha manifestado: “Tuve hambre, tuve sed, fui forastero, estuve enfermo, estuve en la cárcel”, me negaron un trabajo, me desahuciaron, me violaron en los caminos, temblé de frío en las fronteras, con vallas y cuchillas me apartaron de mi futuro, me sacrificaron sobre el altar de las garantías con que ha de ser protegido el dinero y no el hombre.  “Pueblo pobre y humilde que confía en el Señor” es el pueblo de los que se parecen a Cristo Jesús.

Hoy comulgamos con él, que es como decir que hoy comulgamos con  su pobreza, lo seguimos humildes, aprendemos su confianza en el amor del Padre. Hoy comulgamos para ser con Cristo el pueblo de las bienaventuranzas.

Feliz domingo.

Tú, con Cristo, luz en las tinieblas

ORAR Y AGRADECERUn día nos bautizaron para que fuésemos de Cristo, y hoy, escuchando en la comunidad de fe su palabra, buscamos aprenderlo a él, y recibiéndolo en comunión, buscamos ser transformados en él.

Cuando en el misterio del bautismo nos hemos encontrado con el Señor, se cumplió para nosotros lo que había anunciado el profeta: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande”. Hoy, que nos encontramos con Cristo en el misterio de la eucaristía, vivimos en el sacramento lo que se nos ha proclamado en el evangelio: “A los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.

Le he pedido a la “oración franciscana por la paz”, que me ayude a nombrar lo que representan esas sombras en las que habito, y lo que es esa luz que llega para iluminarme. Sombras y luz: Odio y amor, ofensa y perdón, discordia y unión, error y verdad, duda y fe, desesperación y esperanza, tristeza y alegría.

Mientras voy diciendo: “Donde haya tinieblas, ponga yo luz”, el corazón va diciendo: Yo quiero que en las esas tinieblas brille Cristo Jesús. Y si lo que pido llevar a la oscuridad de la noche es paz, amor, perdón, unión, verdad, fe, esperanza o alegría, el corazón no deja de ver en el secreto de cada uno de esos nombres el rostro amado de Cristo Jesús.

Cuando te acerques a comulgar, deja que las palabras del evangelio te ayuden a entrar en el misterio: “A los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Esas palabras se dicen de ti, pues hoy recibes en ti al que es tu luz.

Y cuando, en comunión con Cristo y con los hermanos, dejes la celebración y vuelvas a lo cotidiano de tu vida, que también tú seas luz para los pobres de paz, de justicia y de pan.

Feliz domingo.

Todo habla de Jesús y de ti

estad-preparadosAsí lo anunció el profeta Isaías: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Así lo reconoció el anciano Simeón: “Mis ojos han visto tu Salvador… luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”.

Así lo señaló el bautista Juan: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… Éste es el Hijo de Dios”.

El profeta, el anciano y el bautista te llevan de la mano a Jesús de Nazaret, a su misión, a su misterio.

Y el salmista te ayuda a entrar en el corazón de ese misterio, a descubrir el secreto de esa misión, a conocer la voluntad de ese hombre que quiere ser hombre y que quiere ser de Dios: “Aquí estoy –dice-, para hacer tu voluntad. Dios mío lo quiero, y llevo tu ley en mis entrañas”.

La luz, el Salvador, el Siervo, el Cordero que viene de Dios para hacer la voluntad de Dios, viene de Dios para “alumbrar a las naciones”, para “quitar el pecado del mundo”, para que la salvación sea proclamada “ante la gran asamblea”. La luz, el Salvador,  el Siervo, el Cordero viene de Dios para ti. El que dijo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”, añadió: “Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.

Ahora ya puedes unir tu palabra a la del profeta, a la del anciano, a la del bautista, y decir: ése de quien vosotros habláis es mi resurrección, es mi vida.

Y puedes añadir, por ayudarles a ellos a entrar en tu misterio: _Yo he sido confiado por el Padre a ese Hijo único suyo, al amado, al predilecto. Y ese Hijo nunca me perderá, precisamente porque a él me ha confiado el amor de su Padre.

Y puedes ya levantarte para comulgar, para que recibas al que te ha recibido del Padre, para que te ilumine su luz, para que goces al reconocer en su sacramento al que te ama.

Feliz domingo.

Bautizados con Cristo

bautismoseñorEs todavía Navidad. Es ya el comienzo del Tiempo Ordinario. Es la fiesta del Bautismo del Señor.

El canto de la comunidad resume así el misterio que se celebra: “Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre, que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

Si Cristo es bautizado, la Iglesia, que es su cuerpo, es bautizada con él.

Escucha la palabra del apóstol: “Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo –estáis salvados por pura gracia-; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él”.

Donde el apóstol ha escrito que la gracia te ha salvado, que te han hecho revivir con tu Señor, que te han resucitado con él, que te han sentado con él en a la derecha del padre en el cielo, la fe te va diciendo que también te han bautizado con Cristo.

Escucha la palabra de la tradición: “La totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión”. De la totalidad de los fieles, de ti y de mí, pudo el papa León haber dicho también que bajamos con Cristo a las aguas de su bautismo en el Jordán, aguas místicas que eran figura de la muerte en la que Cristo había de ser bautizado para nuestra salvación.

Ahora, Iglesia bautizada, atiende a lo que Jesús ve: “Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él”. Sólo Jesús lo vio, pero tú en Jesús lo recibes. Sólo Jesús lo vio, pero el Espíritu se ha posado también sobre ti.

Atiende también a lo que decía en aquella hora la voz del cielo: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Sólo Jesús la oyó, pero se pronuncia también sobre ti. Sólo Jesús la oyó, pero en comunión con Cristo Jesús tus hijos son hijos de Dios, son amados de Dios, son predilectos de Dios.

Has sido bautizada con Cristo, has sido ungida por Dios con la fuerza del Espíritu, has sido bautizada y ungida para hacer el bien, para evangelizar a los pobres, para liberar oprimidos, para implantar el derecho en la tierra., para proclamar un año de gracia del Señor.

Feliz comunión con Cristo, Iglesia bautizada y ungida. Feliz descenso con Cristo al encuentro de los pobres. Feliz domingo.