Él es el centro de tu eucaristía: No dejes de fijarte en Cristo Jesús.
Escucha lo que de él te dice el que lo formó siervo suyo: “Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso… Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Escucha el testimonio que da Juan el Bautista: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Escucha el evangelio que proclaman sus mensajeros: “La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros”.
Eso es lo que celebras, por eso das gracias en medio de tus hermanos, porque te han arrebatado al pecado del mundo y, mediante la fe, has entrado en un mundo de luz, de gracia y de paz.
En realidad, escuchando y creyendo la palabra de Dios, acogiendo a Cristo Jesús en los hermanos y en su eucaristía, haces comunión con la luz que alumbra a las naciones, con la gracia que te diviniza, con la paz que Dios ofrece a los que ama.
Acogerás el cuerpo eucarístico del Señor sólo si comulgas con su cuerpo eclesial, con su cuerpo pobre, con su cuerpo enfermo, con su cuerpo herido, con los hermanos que él mismo te ha dado.
No habrás comulgado el cuerpo eucarístico del Señor si lo crucificas en el parado, en el desahuciado, en el mendigo, en el sin techo, en el refugiado, en el emigrante…
Ahora, si has comulgado con él, escucha lo que dice ese Hijo que es tu luz, tu gracia y tu paz: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad… Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en mis entrañas”.
El Hijo lo dice porque es Hijo. Tú lo dices porque estás en comunión con el Hijo.
El Hijo lo dice porque conoce el amor del Padre. Tú lo dices porque, en comunión con el Hijo, experimentas la salvación que viene de Dios, has visto su luz, te ha embellecido su gracia, se ha quedado contigo para siempre su paz.
Por eso dices primero: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.
Y luego, con el Hijo, añades: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad… Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en mis entrañas”.
Si comulgas, en el Hijo serás de los pobres y de Dios.