Queridos: Necesito recordar con vosotros el misterio de aquel primer día de la semana; necesito recordarlo con los que creéis sin haber visto; necesito revivir con vosotros la gracia de aquel encuentro; necesito reconocer en medio de nuestra comunidad eucarística a Cristo resucitado, su palabra y su paz, también sus manos y su costado -¡sus heridas!-, y la alegría iluminando todos los rincones de la vida que el sufrimiento había oscurecido.
Necesito recordar la misión que de él recibimos, sentir sin temor su presencia a la hora de la brisa, escuchar su palabra que desvela el misterio de la efusión del Espíritu sobre los que creen. Necesito perderme en ese mundo recién estrenado, en el que una humanidad nueva se dispone a aprender a vivir de fe. Necesito recordar ese mundo que Dios ha llenado de luz, de paz, de alegría, de Espíritu Santo, de sí mismo, para recordar, sin morir de desesperanza, la oscuridad en la que se ha gestado, el sufrimiento del que ha nacido, la violencia legalizada y justificada que ha acompañado esa gestación y ese nacimiento.
Necesito creer para esperar, necesito esperar para perdonar, necesito perdonar para vencer el mal y hacer al odio la única violencia que no soporta, la del amor.
Necesito reconocer a Cristo con nosotros al partir el pan, para que el mar no ahogue la alegría, para que la indiferencia no enfríe la solidaridad, para que la envidia no sacrifique a los hermanos.
Necesito grabar su nombre en el corazón, como memoria perpetua de que la dicha es para los pobres.
Feliz Pascua y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.