Considéralo el uniforme de la institución, la señal por la que puedan ser reconocidos los discípulos de Jesús: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Cada vez que celebramos la Eucaristía nos sumergimos en ese misterio de amor que hemos de imitar en la vida: confesamos el amor que Dios nos tiene, entramos en comunión con el Hijo de Dios que, en el don sacramental, nos manifiesta el amor extremo que había manifestado en la entrega de su vida.
Cada vez que celebramos la Eucaristía entramos en esa escuela de amor para recibir, con el cuerpo de Cristo, su forma de amar: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Se acercan ya los días de la separación. Jesús, glorificado, exaltado a la derecha de Dios, vuelve al Padre. Vuelve, pero se queda. Vuelve al Padre y se queda con nosotros en el amor con que nos amamos.
Ése es el camino que lleva al mundo nuevo, a la nueva humanidad: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Ése es también el testamento de Jesús, el mandato nuevo, su mandato, el que da a los suyos cuando ya le queda poco de estar con ellos: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Acogido, abrazado, cumplido, ese mandato hace nueva la tierra, nuevo el cielo, nueva la ciudad santa.
Este mandato, acogido, abrazado, cumplido, hace de ti, Iglesia de Cristo, la morada del amor, la morada de Dios con los hombres
El amor que es Dios, enjugará las lágrimas de los que lloran: “Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”.
El amor que es Dios, el amor con que eres amada en Cristo, el amor con que Dios ama en ti, ese amor hace nuevo el universo.
Escucha el mandato. Comulga el mandato. Entra por la Eucaristía en la novedad del mundo.
Feliz domingo, Iglesia discípula del amor.