INMIGRACIÓN El primero que concede el Gobierno a un inmigrante subsahariano
Visado humanitario a un parapléjico del Gurugú
Un ‘sin papeles’ herido ante Melilla logra ser trasladado a España para recibir tratamiento
Tumbado sobre una camilla de la sala de fisioterapia del hospital San Juan de Dios en Bormujos (Sevilla), Abdoulaye cuenta que la última vez que sintió la fortaleza de sus piernas fibrosas fue hace cinco meses. El hombre, de 34 años, nacido en Mali, explica que corría por el monte Gurugú tratando de huir de las fuerzas auxiliares marroquíes durante una de sus habituales y brutales redadas. En su escapatoria cayó por un terraplén, se golpeó la espalda y la cabeza, y se fracturó la columna vertebral. Desde aquel día de principios de octubre no ha vuelto a caminar. Fue una semana después de llegar hasta allí y sin haber intentado saltar la valla ni una sola vez.ANDROS LOZANO Especial para EL MUNDO Bormujos (Sevilla)
Tras pasar cinco meses en el hospital Hassani de Nador, donde en las últimas semanas su salud había empeorado ostensiblemente por una inflamación de las venas y unas escaras gangrenadas en la cadera y en los tobillos, este pasado viernes cruzó a Melilla con un visado humanitario. En un ferry llegó a Málaga a las 8.00 horas del sábado. Allí lo recogió una ambulancia para trasladarlo hasta Sevilla.
La vida humana antes que la ley
El visado humanitario de Abdoulaye es el primero que concede el Gobierno a uno de los centenares de inmigrantes subsaharianos que malviven rodeados de pulgas, a la intemperie y con el miedo constante de recibir una paliza en los muchos campamentos que hay en el monte colindante a la valla de Melilla. De toda la burocracia necesaria para su concesión se encargó durante mes y medio Esteban Velázquez, jefe de la delegación de Migraciones del Arzobispado de Tánger en Nador. «Me alegro de que dos países, España y Marruecos, hayan puesto por delante de cualquier ley la vida de una persona», afirma el jesuita.
Cuando aún no son las 10.00 horas, el ébano de la piel de Abdoulaye resalta entre la veintena de blancos que, como él, parapléjicos todos ellos, trabajan con los fisioterapeutas del hospital hispalense. Mientras conversa, hace pesas con unas mancuernas de apenas dos kilos. A su lado guarda un móvil por si llama algún familiar, repartidos entre Mali y Francia. Al hombre se le nota tímido por ser el último en llegar.
‘Estoy trabajando duro’
«Ayer [martes] empecé la rehabilitación. Estoy trabajando duro para ganar movilidad», cuenta Abdoulaye, quien aún parece albergar esperanzas de que, algún día, volver a sentir el peso del cuerpo sobre sus piernas, las mismas que en las calles del extrarradio de su ciudad natal, Bamako, le servían hasta hace poco para jugar al fútbol, baloncesto o echar carreras. Pese al entusiasmo de Abdoulaye, su fisioterapeuta, Juan Andrades, cree que «lo más probable» es que «pase el resto de su vida en silla de ruedas».
«Aquí vamos a tratar de que gane toda la autonomía posible», explica José Miguel Valdés, director del Área de Desarrollo Solidario de la Orden Hospitalaria de San Juan Dios, institución que ha costeado el traslado y asumirá los gastos del tratamiento de rehabilitación, que durará entre cuatro y seis meses. Luego, el chico vivirá por un tiempo en una residencia de las Hijas de la Caridad en Jaén.
«¿Mi futuro en uno o dos años? Sólo Dios lo sabe. Ahora estoy feliz», cuenta Pepe, como ya comienzan a llamarle cariñosamente entre el personal. Abdoulaye añora a la mujer que lo cuidó cada día estando en el hospital de Nador. Se llama Francisca, una monja española. «Ella es mi madre», dice llevándose la mano al corazón, donde no ha perdido ni un ápice de sensibilidad.