El Señor alza de la basura al pobre:

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La liturgia de la palabra de este domingo, al decir: “alabad al Señor, que ensalza al pobre”, señala cuál es el aspecto fundamental de la experiencia de fe que nos disponemos a vivir en la Eucaristía, pues somos hoy el pobre que el Señor enaltece, somos el pueblo que alaba al Señor.

La alabanza que la comunidad de los fieles ofrece a su Señor nace de la memoria que hacemos de sus obras a favor de los pobres. Conviene, pues, que recordemos con fe lo que el Señor ha hecho, para que podamos alabar con verdad su santo nombre.

De él dice el Salmista: “El Señor se eleva sobre todos los pueblos”. No hay a su lado otro Dios, nadie hay que se le pueda comparar, no hay pueblo alguno que se substraiga a su poder soberano, no hay lugar alguno donde no brille su gloria. Si lo contemplamos sentado en su trono, nos sobrecoge la majestad de la dignidad real. Si a la luz de la fe seguimos su mirada, vemos que él, el Altísimo, se fija en el humilde y en el abatido, para levantar del polvo al desvalido y alzar de la basura al pobre.

Recordad las palabras del Señor a Moisés, cuando le habló desde la zarza ardiente: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”. He visto, he oído, me he fijado, he bajado. Y son aquellos pobres, que han experimentado la fuerza salvadora del brazo del Señor, los que cantan para él un cántico que es nuevo, porque nuevo es el conocimiento que han adquirido de su Dios: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria… mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación. Él es mi Dios, yo lo alabaré, el Dios de mis padres, yo lo ensalzaré”.

Recordad también la pobreza de Ana, sus lágrimas, su aflicción, la amargura de su alma derramada en palabras de fe delante del Señor: “Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida”. El Señor se fijó y se acordó, y Ana concibió y dio a luz un hijo. Y ella, que había derramado delante del Señor la oración de su amargura lamentando su humillación, derramará delante de él la oración de su alegría celebrando su salvación.

Recordad la pobreza de la Virgen María, mujer a quien llamamos dichosa porque ha creído, mujer a quien reconocemos bendita entre todas las mujeres. El Señor se ha fijado en la pequeñez de su esclava, el Poderoso ha hecho obras grandes por ella, y ella proclama la grandeza del Señor, su espíritu se alegra en Dios su salvador, porque la misericordia del que es santo llega a sus fieles de generación en generación.

Y ahora volvamos los ojos a nuestra pobreza, nuestras lágrimas, nuestra humillación, nuestra esclavitud, nuestra esterilidad, nuestra pequeñez, y contemplemos, a la luz de la fe, de qué modo el Señor nos ha visitado, cómo se ha fijado en nosotros, cómo se ha abajado hasta nosotros, y hallaréis que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo… se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz”. Se abajó naciendo pobre para levantar al desvalido y alzar de la basura a los pobres. Él se abajó hasta la muerte para que los muertos alcanzásemos su vida. En verdad, no sólo se nos concede contemplar misterios que pertenecen al pasado de la Historia de la Salvación, sino que contemplamos también cómo hoy nos visita nuestro Dios, y se fija en nosotros, y se abaja hasta nosotros, humilde y pequeño como el pan de nuestras mesas. Dios nos visita en Cristo, nos mira con los ojos de su Hijo, nos abraza en su Hijo, nos salva por Cristo Jesús.

Los que hemos experimentado, como pobres, la gracia de Dios sobre nuestras vidas, somos llamados a imitar lo que hemos conocido. Nosotros, como el Señor, somos llamados a fijarnos en el humilde, a oír el grito de los oprimidos, a bajar hasta su necesidad para remediarla. Como el Señor, somos llamados a seguirle por el camino que lleva a compartir la condición y la vida de los humildes. Como el Señor, somos llamados a dar la vida  por sus pobres. Para nosotros se dice hoy la palabra de Jesús: “Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”. Que los pobres reciban de vuestras manos la salvación de Dios, de modo que, por vosotros, también ellos conozcan la bondad del Señor y le alaben.

Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger