“El Señor es mi luz”:

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Nuestra eucaristía, rito siempre igual a sí mismo, no deja de ser una celebración única por la novedad del misterio que en el rito se nos revela.

Si la fe nos da luz para verlo, de toda celebración podemos decir con verdad: Hoy nos convoca nuestro Dios, hoy nos habla el que nos ama, hoy recibimos en comunión al que nos convoca y nos habla.

Entremos, a la luz de la fe, en el misterio de este domingo.

El profeta lo anunció así: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”.

El evangelista vio que lo anunciado se cumplía cuando Jesús empezó a predicar junto al lago de Galilea: “Jesús se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta”.

Oída la profecía, la reconociste cumplida para ti en los sacramentos de la Iglesia, e hiciste resonar en la asamblea tu canto de alabanza: “El Señor es mi luz y mi salvación”.

Luego oíste que Jesús, “dejando Nazaret, se estableció junto al lago”, palabras que llevan dentro el evangelio del nacimiento de la luz sobre quienes habitaban en tierra y sombras de muerte.

Así salió en Galilea el sol que a ti te iluminó en la Iglesia, así amaneció la alegría que hoy te viene de Dios, así se nos acercó el Reino al que hoy nos convertirnos y que hoy podemos comulgar.

La palabra anuncia lo que la fe cree, lo que el amor comulga: Llega tu luz y tu salvación; viene a ti Cristo Jesús. Con Cristo, la alegría se hospeda tan dentro de ti como el Espíritu de tu unción, como el Pan de tu comunión.

Pero no comulgas sólo la alegría de la luz. Hoy con Cristo comulgas también el dolor de los humillados, el miedo de los perseguidos, la debilidad de los pequeños, la impotencia de los oprimidos, la soledad de los que no tienen voz. Hoy comulgas el cuerpo vendido de los esclavos, el cuerpo violado de tus hijas, el cuerpo desnutrido de los hambrientos, el cuerpo utilizado de los pobres, el cuerpo de todos los que para ti son cuerpo siempre amado de Cristo tu Señor.

No recibes a Cristo sin recibir al pobre; no recibes al pobre sin recibir a Cristo; del Señor y del pobre dirás con verdad: “Él es mi luz y mi salvación”.

Feliz domingo.