En la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

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A la Iglesia que peregrina en Tánger: Paz y Bien.

316626_302297113128538_100000447552806_1070050_1648089433_n1Queridos: La gracia de este día llena de consuelo el tiempo de la Iglesia y de esperanza el futuro de la humanidad. Y aunque hoy esa gracia parezca velada por la prepotencia homicida del pecado, la memoria de nuestro Señor Jesucristo Rey del universo es fuente de paz para los hijos del Reino, es certeza de justicia para las víctimas de la injusticia, es prenda segura de que el amor es más fuerte que la muerte, y que la debilidad de los crucificados es más poderosa que el odio que los crucifica.

En nuestras manos de seguidores de Cristo Jesús y de siervos de los pobres no estará la posibilidad de evitar todas las consecuencias del pecado que nos esclaviza; pero si las ponemos bajo la luz del evangelio, si hacemos nuestros los sentimientos de nuestro Señor Jesucristo, ciertamente curaremos muchas heridas, mitigaremos muchos dolores, enjugaremos muchas lágrimas, remediaremos algunos males y ayudaremos a llevar los que no podamos remediar.

Él nos ha mostrado el camino. Él es el Camino. Él lo recorrió primero: No hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y asumió la condición de esclavo, bajando hasta lo hondo de nuestra condición humana, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Ya sé que os estoy recordando una locura. Pero vosotros sabéis que esa locura es vuestra vida.

Desde siempre, cada día, en ese campo que es la tierra que Dios nos ha dado para que la cultivemos, se consuma de muchas maneras el crimen de Caín contra su hermano Abel.

Tú sabes, Iglesia de Cristo, que eres madre de todos, de Caín y de Abel, y que a todos has de amar,. Tú sabes que has de guardar la memoria entrañable de Abel, y que has de luchar para que el justo castigo del crimen cometido no te arrebate también a Caín. Es el hijo que te queda, es el único que todavía puedes buscar, es el que todavía puedes salvar.

El Señor resucitado, tu Rey, el que te ha confiado la bellísima y dolorosa misión de luchar con todas tus fuerzas para proteger la vida de Abel, te pide que no te rindas jamás a la tentación de abandonar a su suerte la vida de Caín.

Y si alguien te dijere que amar de esa manera es cobardía o locura, dile que tu misión en la tierra es esa locura de amor.

La fuerza de ese amor te llena de esperanza:

Esperas, porque crees en la fuerza de los indefensos para construir la paz.

Esperas, porque el futuro es de los que están dispuestos a dar la vida para que otros vivan un poco mejor.

Esperas, porque crees en Dios, en la fuerza de su Espíritu, en su acción liberadora, capaz de multiplicar sobre la tierra a los humildes y pacíficos que han de poseerla.

Esperas, porque Cristo ha resucitado y está con nosotros hasta el fin de los siglos, y nos ha confiado la gracia del evangelio para que la llevemos a los pobres.

Esperas, porque Dios ama siempre este mundo que ha nacido de su amor.

Esperas, porque el futuro no lo definirán las armas del poder sino el corazón de los hijos de Dios. Al Reino de Dios no le sirven armas para matar sino corazones para amar.

Esperas, porque Cristo es el Rey crucificado de todos los crucificados.

Tánger, 16 de noviembre de 2015.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger