Encarnación

jesus_handSe me acercó y me dijo que iba a “hacer el viaje”. Se refirió a la muerte como si no hablase de la suya: _“Para nosotros no hay otro camino”, me dijo.

Me pidió la bendición, pues quería “hacer el camino en paz”.

La abracé, y dejé en su frente una señal de la cruz: _“Jesús va contigo –le dije-. No tengas miedo”.

Se lo dije como si el mismo Jesús lo dijese ahora para los dos, porque yo tenía miedo, y ella también aunque lo escondiese tras un velo de palabras resignadas. Los dos necesitábamos oír y creer: “No tengas miedo”.

Comenzaba en la catedral la oración de la tarde: mis ojos iban del Crucificado del presbiterio a mi hija en su banco de cada día, de cruz a cruz, de soledad a soledad, de esperanza a esperanza.

Su voz, poderosa y limpia, entonó el himno: “Libra mis ojos de la muerte, dales la luz que es su destino…”. Adiviné un sentido nuevo para las palabras tantas veces recitadas; adiviné en el corazón un deseo infinito de vivir… adiviné un grito en el alma: “Tú, que conoces el desierto: dame tu mano y ven conmigo”.

Ahora ya sabes, querida, por qué hubo un día una encarnación, por qué una navidad, por qué un abajamiento de Dios hasta la condición de los pobres, por qué esa salida del amor al desierto de nuestras peregrinaciones. Aquel día vino a ti el que había de ser tu pan  para el camino,  la luz para tu noche, la mano para sostenerte en tu debilidad.

 “No temas”, le dijo a María el ángel del Señor. “No tengas miedo”, nos dice el que viene para ser nuestro Salvador.  La gloria de su Pascua envuelve en esperanza nuestra vida.

Feliz camino con Jesús.