Eres tú, hermano mío: 

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Jesus pan de vida2Hoy aclamamos al Señor, diciendo: El Señor revela a las naciones su justicia.

Y si alguien nos preguntase, qué significa nuestra aclamación, con el salmista le responderíamos: El Señor ha hecho maravillas, el Señor ha dado a conocer su victoria, el Señor se acordó de su misericordia y su fidelidad a favor de su pueblo, y así, el Señor ha revelado a las naciones su justicia. Por eso, todos nosotros, y con nosotros la tierra entera, hemos sido convocados a una asamblea de fiesta en presencia del Señor: Cantad un cántico nuevo, aclama al Señor, gritad, vitoread, tocad.

Hemos oído la voz del salmista, y al unísono con él nos ha convocado a la alabanza la voz de Naamán, el leproso que ha conocido la justicia del Señor cuando, obedeciendo a la palabra de Dios, bajó y se bañó en el Jordán, y vio que su carne quedaba limpia de la lepra. Él ha conocido la justicia del Señor, y ya no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor; ya no cantará si no es para el Señor; ya no aclamará si no es al Señor; ya no habrá para él vítores ni fiesta si no es en honor del Señor.

Hemos oído también la voz del del leproso samaritano. Diez leprosos habían salido al encuentro de Jesús; los diez se acogieron a la compasión de Jesús; los diez, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, un samaritano, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este samaritano no grita porque está curado, sino porque Dios lo ha curado. No alaba porque está limpio, sino porque Dios le ha revelado su justicia. No grita porque se ve puro, sino porque Dios se le ha manifestado como el único Dios. Y no se postra por tierra a los pies de Jesús porque ha estrenado salud y condición social, se postra porque está agradecido. Diez fueron curados; uno solo es el que alaba. Diez fueron purificados; uno solo es el que agradece. Diez fueron agraciados, pero es uno solo el que vuelve a su casa salvado por su fe.

Hemos oído la voz del salmista, y a esa voz hemos unido nuestras voces, pues también a nosotros se nos ha revelado la justicia del Señor. Eres tú, hermano mío, el que hoy ha escuchado la palabra del Señor, y porque has creído, has quedado justificado, purificado, agraciado, redimido, salvado. Eres tú el que hoy ha salido al encuentro de Cristo y ha pedido asilo en su compasión. Y él te ha dado asilo en su Cuerpo, en su justicia, en su pureza, en su santidad, en su vida. Sólo pediste compasión, tal vez sólo pedías una palabra de consuelo, tal vez lo único que esperabas era una limosna que aliviase tu necesidad, tal vez sólo pedías calmar tu soledad y tu sufrimiento. Y él se hizo para ti compasión y consuelo, limosna y salvación.

En verdad, el Señor revela a las naciones su justicia. Sólo le pediste algo, y se te dio él mismo, por entero. Ahora ya sabes que no te perteneces, que ya no puedes ser tuyo, que ya no puedes vivir para ti, sino para él, que por entero se te entregó. Ahora ya sabes que no puedes dar culto a otro que no sea el que te amó y te purificó. Ahora ya sabes que tú estás limpio porque él, Jesús, el Maestro, se quedó con tu lepra, con tu pobreza, con tu soledad, con tu sufrimiento, y los llevó sobre su cuerpo con obediencia de Hijo. Ahora ya sabes que la tierra de tu ofrecimiento no puede ser otra que esa tierra de Dios que es Cristo Jesús: en él ofreces tu sacrificio, en él alabas, en él das gracias, en él amas, con él te ofreces al Padre del cielo, al único Dios verdadero.

Vuelve, samaritano, vuelve y grita tu alabanza porque Dios te ha curado; vuelve y, postrado a los pies de Jesús, da gracias al que te ha purificado; vuelve y, con tu alabanza y tu agradecimiento, da gloria al Dios de tu salvación.

Desde que Cristo llevó en su cuerpo la lepra del hombre, si te encuentras con un leproso, te encuentras siempre con Cristo: ámalo, cúralo, acógelo en tu ternura y en tu compasión.

Feliz domingo.