“Estoy a la puerta llamando”

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Queridos, la palabra del Señor proclamada este domingo en nuestra asamblea litúrgica invita a considerar el misterio de nuestra relación con Dios bajo las formas venerables y casi sagradas de la hospitalidad o buena acogida y recibimiento que se hace a quien nos visita.

Cuando se habla de hospitalidad, casa y mesa son elementos especialmente significativos para expresar lo que hay en el corazón de quien acoge y recibe, con relación a aquel o aquellos que son acogidos y recibidos.

Con razón nos asombramos de lo que el patriarca Abrahán vivió aquel día a la puerta de su tienda. Nos asombramos, no tanto porque él acogió a Dios, sino porque Dios le acogió a él. Nos asombramos, no tanto por lo que el patriarca ha podido preparar para Dios, sino por lo que Dios ha querido preparar para el patriarca. Abrahán vio tres hombres en pie frente a él, corrió a su encuentro, se prosternó en tierra, y dijo: Señor, no pases de largo. Tomó cuajada y leche y el ternero guisado, y se lo sirvió y ellos comieron. El Señor se apareció a Abrahán, se sentó bajo el árbol, y allí, bajo el árbol, le ofreció a Abrahán la promesa de un hijo.

Pero ya te habrás dado cuenta de que hoy, mientras recuerdas el encuentro de Dios con su siervo Abrahán, en realidad eres tú quien en la comunidad eclesial ofreces hospitalidad a tu Dios, y eres tú el que gozas en la comunidad eclesial de la hospitalidad de tu Dios. Hoy eres tú el que ves a tus hermanos en pie frente a ti y corres a su encuentro y te postras para decirle a tu Señor: no pases de largo junto a tu siervo. Hoy eres tú quien preparas para tu Señor tu pan y tu vino, la ofrenda generosa de tus cosas y de tu vida, y te pones de pie bajo el árbol de la cruz, mientras el Señor acepta tu ofrenda. Hoy eres tú quien recibes de tu Señor, no ya la promesa de un hijo, sino el don del Hijo de Dios, y con ese Hijo recibes de tu Dios toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Queridos: la fe nos ha permitido ver en el relato del libro del Génesis una anticipación misteriosa de nuestro encuentro dominical con el Señor; ahora, la misma fe nos permite ver en el relato evangélico de este domingo el anuncio profético de lo que nosotros vivimos en nuestra asamblea eucarística. El mensaje que nos deja el evangelio de este domingo, no es que un día Jesús fue bien acogido en casa de una mujer llamada Marta, y que allí esta mujer lo sirvió con generosidad, mientras su hermana María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra en actitud de discípulo. El mensaje que nos deja el evangelio es que hoy el Señor entra en esa aldea, en esa casa, que es la asamblea eucarística de la comunidad cristiana; el Señor entra hoy en la Iglesia, y la Iglesia lo acoge y se pone a servirlo, incluso con el exceso de las muchas cosas y de las muchas preocupaciones; y la Iglesia lo escucha, sentada a los pies de su Maestro, sentada en actitud de discípulo, atenta a la palabra que le desvela el misterio del Reino de Dios.

Cuando nuestra fe reconoce la presencia del Señor en nuestra casa, nada tienen de extraño las prisas por ofrecerle lo mejor que tenemos, nada tienen de extraño los deseos de sentarnos a sus pies para escucharle. Cuando nuestra fe reconoce la presencia del Señor en nuestra casa, a él le ofrecemos lo mejor de nuestra pobreza y de él recibimos lo que es propio de su riqueza. Cuando nuestra fe reconoce la presencia del Señor en nuestra casa, a él le hacemos huésped de nuestra humilde asamblea, y él nos hace huéspedes de la casa de Dios y herederos de su gloria.

Señor, ¿cómo puedo hospedarte en mi casa? Señor ¿quién puede hospedarse en tu tienda? Pues sé que tú me recibes en tu tienda si yo te recibo en mi casa. Dame fe para que te escuche en tu palabra. Dame fe para que te reciba en la Eucaristía. Dame fe para que te reconozca y te acoja en el emigrante, en el marginado, en el enfermo, en el pobre. Dame fe para que corra a tu encuentro en todos ellos, y me postre ante ellos para pedirte con las palabras de Abrahán: “Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo”. Dame fe para ver y corazón para suplicar, dame generosidad para ofrecer y amor para escuchar.

No habrá Iglesia verdadera donde no haya la fe humilde de Abrahán que suplica y agasaja con su hospitalidad; no habrá Iglesia verdadera donde no haya la fe de Marta que acoge a quien llega y dispone para él el necesario servicio; no habrá Iglesia verdadera donde no haya la fe de María que escucha con amor y escoge así la parte mejor, la Palabra de la que vivir, la Palabra que sale de la boca de Dios.

Aunque parezca una paradoja, los creyentes pedimos siempre la gracia de la fe, el aumento de la fe, y es como pedir que seamos creyentes de verdad, hombres y mujeres que en la Eucaristía y en la vida saben acoger a Cristo y escucharle, saben servir y amar, saben reconocer y agasajar a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo.

Si los pobres y Cristo son huéspedes de nuestra casa, si nos dejamos evangelizar por Cristo y por los pobres, nosotros seremos los bienaventurados que ya desde ahora habitamos en la casa del Señor, en la tienda de nuestro Dios.

Escucha lo que dice tu Señor: “Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”. Escucha y abre.

Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger