La luz de Cristo entra en el recinto de nuestros miedos: 

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Sucedió al anochecer de aquel día, el primero de la semana, el día de Cristo resucitado. Si entráis en el ánimo de los discípulos, hallaréis miedo, y si los buscáis, encontraréis su puerta cerrada, porque el miedo cierra las puertas.

Sólo Jesús resucitado puede entrar en los lugares que el miedo ha cerrado; sólo él puede entrar y ofrecer la paz que hace inútiles las barreras del miedo.

Sucedió al anochecer de aquel día, sucede hoy en esta casa de la Iglesia, en este día primero de nuestra semana, en nuestro día del Señor: Cristo Jesús está en medio de nosotros, entra en el recinto de nuestros miedos, llena con su luz la oscuridad de nuestra mente y de nuestro corazón, y da la paz, su paz, para que tampoco de él tengamos miedo.

Al anochecer de aquel día, a sus discípulos, Jesús les enseñó las manos y el costado. ¿Qué tienen aquellas manos? ¿Qué hay que ver en aquel costado? La memoria de la fe os dice: Les mostró las manos traspasadas por los clavos; les mostró el costado abierto por la lanza. Y tu corazón te dice: Les mostró la verdad de su Pascua, la memoria de su pasión, la memoria de su muerte, la memoria de su entrega, la memoria de su amor. Les mostró la fuente de la paz que les había ofrecido, les abrió la fuente del Espíritu que les iba a ofrecer.

Por eso, los discípulos a quienes fueron mostradas aquellas heridas, vieron al Señor, vieron al que los había amado hasta dar la vida por ellos, vieron al “Entregado”, y se llenaron de alegría. ¡Él les mostró las heridas, y ellos se llenaron de alegría!

Vosotros, que creéis sin haber visto, os habéis acercado hoy, porque tenéis sed, a beber en la fuente de la paz, en la fuente del Espíritu, en la fuente que es Cristo resucitado. Digo que os habéis acercado a la fuente; mejor sería si dijese que la fuente os ama, y porque os ama, se ha acercado a vosotros. Nosotros nos reunimos porque tenemos sed de paz y de Espíritu; y el Señor se hace presente en medio de nosotros para que en él nos saciemos de paz y de Espíritu, ¡y también nosotros nos llenamos de alegría al ver al Señor!, aunque lo vemos sólo con los ojos de la fe.

Dichosos vosotros, porque Dios os ama, y os ha dado a su Hijo único, para que tengáis vida en él.

Dichosos vosotros, porque la misericordia de Dios es eterna, y Dios, por su misericordia, ha querido ser vuestra fuerza, vuestra energía, vuestra salvación.

Dichosos vosotros, porque Dios ha hecho brillar sobre vuestra vida el Día que es Cristo resucitado, el Día sin ocaso, pues Cristo es el Día en que actuó el Señor, el Día que es nuestra alegría y nuestro gozo.

Dichosos vosotros, que celebráis unidos la fracción del pan, trabajáis unidos por el Reino de Dios, compartís los pobres el pan de vuestra mesa, y alabáis a Dios con alegría y de todo corazón.

Dichosos vosotros, que por la resurrección de Cristo habéis nacido de nuevo para una esperanza viva, para una herencia que os está reservada en el cielo.

No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis. No habéis visto a Jesucristo, y lo servís en los pobres, lo cuidáis en los emigrantes, lo crecéis con ternura en los niños, lo curáis con delicadeza en los enfermos, lo saludáis con cariño en vuestro prójimo.

No habéis visto a Jesucristo, y escucháis con fe su palabra en vuestra asamblea litúrgica; no le habéis visto, y le recibís con amor entrañable en la santa comunión. No le veis, y creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado.

Dichosos vosotros, os lo dice el Señor; dichosos vosotros, que creéis sin haber visto.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.