Pensaba esta mañana por qué tengo que dar gracias a Dios por Santiago Agrelo. Es un problema ordenar las ideas cuando son varias, jerarquizar las razones cuando son muchas, o expresar el agradecimiento cuando forma parte de la intimidad de alguien que, sencillamente, es para ti un ejemplo en el creer, confiar y actuar. Hace más de cinco años que acompaña nuestra Revista Vida Religiosa, justo el tiempo que yo llevo en la dirección. Sus palabras siempre suaves, no han perdido el brillo y menos la fuerza de reivindicar, ofrecer, transmitir y exigir la verdad. Quizá ahí esté su vigor y la originalidad de este franciscano y obispo de Tánger.
Cumple 71 años todavía. Son pocos. Está aprendiendo y el Espíritu no deja de sorprendernos con este “aprendiz discípulo de Francisco de Asís” en lo pequeño, en lo concreto… en las distancias cortas.
En Tánger ha sabido dinamizar una Iglesia parábola, samaritana, pequeña y pobre. Basta su presencia y su palabra para que cada agente, cada cristiano ponga al servicio comunitario lo mejor que tiene. Agrelo no es un factotum, ni un líder gestor (la Iglesia no los necesita), pero sí es un líder carismático. Un recuerdo de dónde está el bien, la limpieza y la honestidad. Y justamente esa presencia, casi como la lluvia constante de sus raíces gallegas, es la que sirve de faro, estímulo y aliento a tantos y tantas que se comprometen con la causa evangélica en el contexto musulmán de Tánger.
A los amigos los llegas a conocer incluso por las palabras no pronunciadas, o por los gestos no conocidos. Los conoces también por los amigos comunes, los vínculos duraderos y la constancia en mantenerse en criterios y verdades incuestionables. La fragilidad personal de Agrelo se convierte en una fortaleza, casi indescriptible, en cuanto a criterios de verdad, honestidad, justicia o palabra reivindicativa, cuando la tiene que pronunciar y donde la tiene que pronunciar. Dios le ha concedido una capacidad especial para releer el presente y conducirlo al mañana. Sus palabras tienen ese poder que arrastra y conmueve porque percibes, enseguida, que es un “corazón traspasado” el que habla.
Pudieran creer algunos que Tánger, un rincón de nuestro planeta, no sería un lugar altavoz para que una palabra profética se hiciese eco en un mundo-mercado. No es así. Su palabra hoy traspasa redes y estados; suena libre y ágil… se ha creado una diócesis virtual, que unida a la territorial, le convierte en un Arzobispo con tarea y vida; con responsabilidad y palabras de fuego.
Hoy cumple 71 años y sé que él ya mira hacia una meta distinta. Pero también sé que está en las manos de quien fue su mentor. Por eso, ni reclama, ni exige… sólo espera en Dios. Esa paciencia que tanto nos quebranta a los hijos de este tiempo, en Santiago Agrelo es uno de los adornos que trae de serie. Supongo que también, como a todos, le cuesta. Pero a él no se le nota. Lo hace con gracia y estilo y esa capacidad para esperar lo mejor de los demás, tiene un poder que consigue que cada uno dé eso bueno, tan guardado a veces, a favor de la causa común. “Cómo no intentarlo viendo la esperanza de este hombre” me decía hace un tiempo una religiosa. Cómo no intentarlo sabiendo que hay personas en nuestro mundo, como Agrelo, en el que la distancia entre las palabras y los hechos es tan corta.
Santiago es especialista en liturgia. Se le nota. Tiene un gusto especial. Celebrar con él y a su lado te trasporta y llena. Es llamativo que no necesita ni distancias, ni artificios. Logra dar el sentido que debe tener una correcta celebración, sin hacerla imposible para el sencillo. A su lado percibes por dónde debe ir la celebración para la nueva Evangelización. La vida en la liturgia; la liturgia hecha vida.
En este cumpleaños de Santiago Agrelo, como ocurre siempre, lo más grande queda oculto. Está por venir. Mientras tanto, un abrazo en silencio, unas gracias expresadas y recibidas y la confianza de que, por muchos años, siga acompañando nuestro caminar con su palabra de hermano, profeta y obispo.
Luis A. Gonzalo-Díez