«Mi tiempo se ha cumplido»

«Mi tiempo se ha cumplido»: El Papa acepta la renuncia de Santiago Agrelo como arzobispo de Tánger

Mons. Agrelo, arzobispo de Tánger
Mons. Agrelo, arzobispo de Tánger

«Si en el cielo hubiere primeros y últimos puestos, estoy seguro de que todos allí me precederíais, pues habéis derrochado tanto amor con los pobres, que, considerada la pobreza del mío, ni siquiera seré digno de desataros las sandalias», dice a sus fieles en la despedida

El prelado gallego, conocido por su lucha por los derechos de los refugiados e inmigrantes, había rebasado en dos años la edad de jubilación

Francisco le concede la renuncia después del histórico viaje a Marruecos.

Casi dos años después de haber presentado su renuncia (cumple 77 años el próximo 20 de junio), el Papa ha aceptado la jubilación de Santiago Agrelo. El franciscano gallego deja de ser arzobispo de Tánger, en una decisión esperada, que se produce después del histórico viaje papal a Marruecos, en el que Agrelo fue figura destacada.

Por el momento, tal y como recoge el VIS, el Papa deja vacante la sede, a la espera del nombramiento del nuevo arzobispo, que se llevará a cabo en conversación con la procura de los franciscanos (quienes históricamente han llevado las riendas de la Iglesia de Tánger). Por el momento, será Cristobal López, el arzobispo de Tánger, quien administrará la sede.

«Mi tiempo se ha cumplido», narra, en una emocionante carta a la diócesis, el ya obispos emérito. «Quiero expresar obediencia y reverencia, gratitud y cariño al Papa Francisco, pues en todo momento de mi servicio en esta Iglesia me he sentido confortado por su palabra, por el ejemplo de su vida, por su amor a la Iglesia, por su solicitud con los emigrantes, por su amor a los pobres», apunta Agrelo.

Carta de amor a la diócesis

«Vuelvo rico del amor que Dios me tiene, amor del que ha sido sacramento real la caridad que vosotros habéis tenido conmigo, el amor con que habéis dulcificado mi camino durante estos años», añade el franciscano, quien ofrece una declaración de amor a la Iglesia de Tánger.

Si en el cielo hubiere primeros y últimos puestos,
estoy seguro de que todos allí me precederíais,
pues habéis derrochado tanto amor con los
pobres, que, considerada la pobreza del mío, ni
siquiera seré digno de desataros las sandalias.
Pero seré dichoso, inmensamente dichoso de
vuestra dicha, aunque sólo pudiere verla desde
lejos y desde abajo. Vosotros habéis hecho
posible el cumplimiento del compromiso de
servicio a la Iglesia y a los pobres que asumí
cuando acepté el nombramiento de obispo.

El prelado gallego es conocido por su lucha en favor de los derechos de refugiados e inmigrantes, y se ha pronunciado en numerosas ocasiones, en la línea de Francisco, contra las políticas anti-inmigración que se está imponiendo en Europa.

Monseñor Agrelo junto a migrantes africanos

Agrelo es uno de los mayores críticos de la instalación de concertinas en la valla de Meililla, y tampoco le duelen prendas en denunciar, proféticamente, la tantas veces errada línea de la cadena Cope en relación con el trato al extranjero.

Con la marcha de Agrelo -que aún no ha confirmado si seguirá en Tánger o regresará a Galicia-, y hasta el nombramiento de su sucesor, la Iglesia de Marruecos queda al mando de otro español, el arzobispo de Rabat, el salesiano Cristóbal López, al que el Papa ha nombrado administrador apostólico.

Nada más conocerse la decisión papal, el propio Agrelo ha enviado un escrito a su diócesis, ya firmando como obispo emérito. Es el siguiente:

Seré inmensamente dichoso de vuestra dicha

A la Iglesia de Dios que peregrina en Tánger: Paz y bien.

Hermanos míos muy queridos:
Mi tiempo se ha cumplido.
Para vuestro pastor ha llegado la hora del regreso a la quietud de la vida conventual. Para vosotros llegará otro pastor, llamado a guiar –lo hará con sabiduría y amor- esta Iglesia humilde y hermosa.
En esta carta quiero dejaros algo así como una memoria personal, una mirada afectuosa al camino que he tenido la dicha y el privilegio de recorrer con vosotros, un pequeño mundo de palabras que os ayuden a guardar en el corazón un recuerdo amable de este hermano menor que fue vuestro obispo durante casi doce años.
Una travesura de niño fue la ocasión de la que se sirvió el Señor para llevarme al Seminario –nosotros lo llamamos Colegio Seráfico- de la Provincia Franciscana de Santiago. Allí los hermanos me enseñaron todo lo que sé, también a buscar al Señor, a amarle; me enseñaron a amar a los pobres, amar a la Iglesia.
Luego, en el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, de Roma, aprendí veneración por la Palabra de Dios.
El Señor se ocupó siempre de mí, como se ocupa de un niño pequeño una madre cariñosa.
Cuando el Papa Benedicto me llamó a este ministerio en Tánger, lo acepté confiadamente. Lo acepté con una súplica en el corazón al Dios de mi vida: ayúdame, Señor, a amar a tu Iglesia con el amor con que tú la amas, ayúdame a servirte en los pobres, ayúdame a ser fiel a tu santa voluntad.
En aquel momento me sentí como el patriarca Abrahán, que en la ancianidad había sido llamado a dejar casa y patria, y a ponerse en camino, llevando como único tesoro en el corazón las palabras de la promesa divina. Me sentí como Sara, visitada a la puerta de su tienda por un ángel con un anuncio de hijos, que siempre son para una madre gozos y trabajos. Me sentí turbado y confiado, gozoso y esperanzado, dispuesto a caminar y a cuidar hijos para el Señor. Me sentí profundamente agradecido al Señor, a la Iglesia, al Papa, a quien prometí obediencia y reverencia, y a quien pedí que me ayudase a vivir y morir como hijo en la santa Iglesia.
Ahora, como obispo ya emérito y como Hermano Menor, quiero expresar obediencia y reverencia, gratitud y cariño al Papa Francisco, pues en todo momento de mi servicio en esta Iglesia, como si hubiese sido a él a quien pedí ayuda, me he sentido confortado por su palabra, por el ejemplo de su vida, por su amor a la Iglesia, por su solicitud con los emigrantes, por su amor a los pobres.
Hermanos míos muy queridos: Terminado mi servicio como obispo de esta Iglesia, vuelvo gozoso a la obediencia de mis superiores religiosos, vuelvo rico del amor que Dios me tiene, amor del que ha sido sacramento real la caridad que vosotros habéis tenido conmigo, el amor con que habéis dulcificado mi camino durante estos años.
Si en el cielo hubiere primeros y últimos puestos, estoy seguro de que todos allí me precederíais, pues habéis derrochado tanto amor con los pobres, que, considerada la pobreza del mío, ni siquiera seré digno de desataros las sandalias. Pero seré dichoso, inmensamente dichoso de vuestra dicha, aunque sólo pudiere verla desde lejos y desde abajo.
Vosotros habéis hecho posible el cumplimiento del compromiso de servicio a la Iglesia y a los pobres que asumí cuando acepté el nombramiento de obispo.
Por mi parte, a lo largo de estos años he compartido con vosotros lo que he vivido en la fe, y os he comunicado, sin guardarme nada –el menos eso he intentado-, cuanto he recibido del Señor.
A él y a vosotros pido perdón por la atención que no os haya prestado, por cuanto haya perdido de lo que el Señor quiso que os diese, por cuanto no haya sabido amaros.
Con vosotros, con los pobres, con la Iglesia, resonarán en mi corazón las palabras del cántico de Nuestra Madre la Virgen María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. En verdad, él se ha fijado en su Iglesia, en los pobres y en mí para bendecirnos como jamás hubiese podido soñar.
Vosotros habéis sido bendición de Dios sobre mi vida, sois mi alegría y mi corona, y con Cristo os llevo guardados para siempre en el corazón.
El Papa Francisco ha encomendado a mi hermano Cristóbal López, arzobispo de Rabat, la administración apostólica de la archidiócesis de Tánger, hasta que la Santa Sede pueda nombrar a mi sucesor. Estoy seguro de que, lo mismo a él que a mi sucesor, los acogeréis como me habéis acogido a mí, con la misma familiaridad, con la misma confianza, con el mismo respeto, con el mismo cariño.
En esta carta, de agradecimiento más que de despedida, entran también con todo derecho el pueblo marroquí y las autoridades de este país que me han acogido durante estos doce años, me han tratado siempre con respeto, con cordialidad, con familiaridad, y me han permitido sentirme uno más en esta tierra bendecida por Dios.
El Señor os bendiga, hermanos míos muy queridos: El Señor os guarde en su paz, os colme de esperanza y de alegría, os llene de su Espíritu, os mantenga siempre unidos, y a todos nos reúna un día en su casa del cielo.

Tánger, 24 de mayo de 2019
Fr. Santiago Agrelo
Obispo emérito

El arzobispo Agrelo

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