La fuerza del amor
A los fieles laicos, a los religiosos y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: PAZ Y BIEN.
Queridos: Se acercan las fiestas de Pascua, y mi deseo es que todos nosotros, como si fuésemos uno solo, pues lo somos, nos pongamos a la escucha del Señor y guardemos en el corazón sus palabras y su ejemplo.
Él es la Palabra eterna, pronunciada en el silencio de Dios, que se hizo carne y, habitando entre nosotros, se nos hizo evangelio, buena noticia para los pobres, don de Dios para los pecadores.
Esa Palabra que se hizo carne de amar para salvar al hombre, ha sido rechazada. La Palabra que vino al mundo para que tuviésemos vida en abundancia, ha sido condenada. La Palabra que se nos hizo camino, verdad y vida, ha sido clavada en una cruz.
Así, rechazada, condenada, crucificada, la Palabra que vino a reconciliar al hombre con Dios, tiene ante sus ojos todas las formas del verbo pecar; el que vino a buscar ovejas perdidas, tiene ante sus ojos todas las formas del verbo perder: la crucifican aquellos a quienes ama, los mismos a quienes vino a salvar, los mismos por quienes descendió a lo más hondo de la condición humana.
Ahora todo está en sus manos. Ahora todo está perdido si él no lo salva. Ahora se ha abierto para siempre el infierno si Jesús no lo cierra con palabras divinas:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Ves que el pastor no habla del propio dolor sino de las ovejas que vino a buscar. Ves que el crucificado no habla de sí mismo sino del perdón que quiere ofrecer.
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
El que creó el mundo con un “¡hágase!”, crea un mundo nuevo con un “¡perdónalos!”
Y dice: “¡Padre!”, la palabra más dulce que el Hijo puede pronunciar, pues va a pedir un infinito amor para quienes no han sabido amar, un perdón creador para quienes han invocado sobre sí mismo la nada crucificando al más amado.
Delante de tus ojos, Iglesia cuerpo de Cristo, el sufrimiento de los hijos de Dios, de sus pequeños, de sus pobres, parece hacer evidente la derrota de la vida frente a la muerte, el fracaso del bien frente al mal.
Pero tú sabes –lo has contemplado en tu Señor- que el amor es más fuerte que la muerte, tú sabes que el perdón lleva dentro el germen de una tierra nueva, de una nueva humanidad.
La celebración de los misterios pascuales es un tiempo de gracia para aprender amor, para hacernos expertos en perdón.
A todos os exhorto a participar animosos en ellas, a haceros discípulos del que nos amó hasta el extremo.
Y a los presbíteros que prestan servicio pastoral en la diócesis de Tánger, los invito a participar en el Consejo presbiteral que se reunirá en Tánger, el martes día 11 de abril, a las 10:00 de la mañana.
Será una buena ocasión para informar de la situación en las diversas parroquias, de las actividades de la Delegación de Migraciones en Tánger y Nador, de la última reunión de la Conferencia Episcopal del Norte de África.
Para la comida, espero tenerlos a todos alrededor de mi mesa.
Que nadie quede fuera de tu amor, que nadie quede fuera de tus desvelos, Iglesia amada del Señor.
Tánger, 3 de abril de 2017.