Jesús se dirige a “los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, hombres con poder, que mantienen un aire de autoridad moral sobre los desgraciados, sobre los pecadores de quienes Dios se habría también olvidado; hombres que se consideran justos, ortodoxos, puros, superiores a la plebe despreciable que los rodea; hombres expertos de Dios y de la ley, que cierran las puertas de la propia vida al amor de Dios que los visita, al Hijo de Dios que los evangeliza.
La mirada de Jesús va a unos y otros: al que desprecia y al despreciado, al ortodoxo y al desviado, al que se cree justo y al que se confiesa pecador.
Un día los encontrará en el templo, entregados a la oración, y nos permitirá verlos a los dos desde los ojos de Dios.
Hoy Jesús se dirige a uno de esos dos hijos: al experto, al sabido, al que, mintiendo, a Dios le dice “voy”, al que, mintiendo de nuevo, a Dios le dice “Señor”, al que, ignorando la palabra de su padre, “no va a trabajar en la viña”.
A ese hijo inquisidor y soberbio, retador y despreciador, los publicanos y las prostitutas le llevan la delantera en el camino del reino de Dios.
Jesús se lo recuerda, por si quieren ver –va Jesús curando ciegos-, por si quieren abrir la puerta a la salvación –va Jesús llamando pecadores-, por si quieren apartarse del camino que los está llevando al abismo –va Jesús resucitando muertos-.
Jesús nos lo recuerda, por si queremos entrar en el reino de la misericordia.
Feliz domingo a los pecadores que Dios ama.