Este año el Señor nos ha regalado una Pascua muy especial en Marruecos. Soy Javi, estudio medicina y tengo 23 años. El Miércoles Santo salimos tres jóvenes y un misionero javeriano desde Madrid y fuimos acogidos por otros tres misioneros javerianos (Juan Antonio, François y Rolando). Ellos viven en Fnideq, una ciudad al norte de Marruecos, donde no hay ningún cristiano aparte de ellos. Entonces, ¿por qué viven allí?
Por un lado, son presencia de los cristianos en ese lugar y cuidan con mucho cariño a los pocos cristianos de las ciudades cercanas. Una Iglesia pequeña en número, pero significativa, con la que tuvimos la suerte de compartir las misas del Triduo y de conocernos.
Por otro lado, son impulsores del diálogo interreligioso. Una mañana fuimos a visitar a Lamya, una mujer musulmana, para acompañarla por el fallecimiento de su madre. Estaba pasando por un mal momento, pero nos acogió y fue un momento de gran intimidad. Me gustó mucho ver cómo ella llamó a François el mismo día de la muerte de su madre, para que le acompañara en el entierro y rezara por ella. Me recordó al papel del cura cuando fallece un fiel de la parroquia: acompaña, cuida, reza. Los misioneros aquí no sólo son padres de los cristianos, sino también de los musulmanes.
Durante el día teníamos varios momentos de oración. En ellos rezábamos juntos, compartíamos libremente lo que cada uno vivía por dentro, y nos acordábamos de muchas personas a las que habíamos conocido. En estos momentos yo me di cuenta de algo importante: que la oración de los misioneros siempre tenía una mirada hacia los demás. Eso me hizo ver que tenía que salir más de mí mismo, primero en la oración. Muchas veces voy a rezar e intento solucionar todos mis problemas, olvidándome de que hay otros que también necesitan esa oración. Ver la generosidad de los misioneros en este aspecto me ha ayudado a cambiar la mirada.
Y este encuentro con Dios en la oración era el principal motor para salir al encuentro con los demás. He vuelto a experimentar que una Iglesia en salida es una Iglesia viva, que puede llevar la alegría y esperanza que recibimos de Dios. Además, es bonito ver cómo Dios está en las personas que conocimos y en los momentos que compartimos con ellas, de una forma especial en los amigos musulmanes.
Tuvimos la suerte de estar en Marruecos durante el mes del Ramadán, por lo que muchos de los días, al caer el sol, nuestros amigos musulmanes nos invitaron a romper el ayuno con ellos. Como es un mes importante para ellos, suelen hacerlo en familia, pero esos días decidieron pasar ese rato con nosotros. Me pareció un bonito gesto de acogida y cariño.
Un momento único que guardo del viaje es la oración que compartimos con ellos el Jueves Santo después de romper el ayuno. Primero, estuvimos presentes en su oración; después, compartimos en qué consiste el Ramadán y la Pascua; y finalmente, cantamos nosotros con la guitarra, como hacemos en nuestras parroquias. Lo mejor de todo es que no fueron momentos independientes, sino que cuando ellos rezaban, ahí estaba Dios y nosotros podíamos también rezar por ellos, y ellos por nosotros. Sentimos una unión fuerte entre nosotros y con Dios, porque pudimos compartir libremente nuestra fe, sin entrar en discusiones.
Otro momento muy especial para mí fue el encuentro con Mohammed. Él es un estudiante de 23 años, que tiene su fe musulmana, vive con su familia y tiene sus amigos, como cualquier joven. Pasamos una hora con él, nos conocimos y nos contamos cómo vivíamos cada uno nuestra fe, a qué nos dedicábamos… fue como charlar con un joven cristiano de cualquier parroquia que se haya encontrado con Dios. Ambos sabemos que hay diferencias en nuestra fe, pero intentamos vivir el día a día en clave de Dios y se ha creado una bonita amistad.
Algo que me llevo de estos días es haber vivido la Pascua como “el paso de la muerte a la vida”. Dios nos ama y desea lo mejor para nosotros, y eso lo he experimentado. Estoy muy agradecido, porque han sido días de compartir con mis amigos en el grupo, con los misioneros y con los que viven en Marruecos. También el Señor me sigue rompiendo esquemas, me descoloca para poder vivir mejor colocado y me ayuda a abrirle mis puertas a su acción.
Javier Contreras Mora, Madrid