La vida en la Frontera Sur tiene sus aspectos difíciles, pues en el acompañamiento a la familia humana migrante nos enfrentamos con frecuencia a realidades muy dolorosas: fracaso, sufrimiento, injusticia, precariedad, atropellos… e incluso enfermedad y muerte. Pero de vez en cuando la vida se nos manifiesta en todo el esplendor de su belleza, y entonces no cabe sino agradecer y celebrar. Podríamos decir que en medio del crudo invierno surgen brotes primaverales, o que en el áspero camino cuaresmal experimentamos de manera inequívoca los signos de la Pascua ya próxima.
Hace unas semanas tuvimos la alegría de participar en la boda de dos compañeros de la Delegación de Migraciones: ella española y él guineano, ella blanca y él negro, ella cristiana y él musulmán… Día a día hemos sido testigos de cómo su amor crecía y se fortalecía, haciéndose capaz de superar los prejuicios y las diferencias de lengua, cultura, color de piel, religión o nacionalidad. Omnia vincit amor, como decían los antiguos: todo lo vence el amor.
El acto civil del matrimonio tuvo lugar en la residencia del cónsul general de España en Nador. El cónsul y su marido fueron los anfitriones de la sencilla pero emotiva ceremonia en la que nuestros compañeros se dieron el “sí” en presencia de un reducido grupo de familiares y amigos. La fiesta continuó al día siguiente en los locales de la iglesia, con una comida a la que asistió una concurrencia más nutrida, entre ellos muchos de nuestros amigos y colaboradores. Brindis, discursos, bailes y felicitaciones fueron llenando la tarde y permitiéndonos celebrar ese amor que derriba fronteras y que, en medio de un mundo como el nuestro, tan lleno de muros y de incomprensiones, nos habla de Dios, del Dios en el que creemos de maneras diferentes pero complementarias.
Unos días más tarde tuvimos en la misa dominical el bautizo de un niño, el pequeño Samuel. En nuestra parroquia hay muy pocos bautismos (los cristianos en Marruecos somos una minoría muy reducida), pero de vez en cuando alguna de las mujeres migrantes que acogemos temporalmente en la residencia de la Delegación pide este sacramento para su bebé. En este caso, la madre, aun perteneciendo a otra confesión cristiana, expresó su deseo de bautizar a su hijo en la Iglesia católica, ya que es la única presente en Nador.
Festejar el bautismo de un niño, en un contexto como el nuestro, es una invitación a acoger y celebrar la vida, frágil pero poderosa, que Dios nos regala, y a renovar nuestro compromiso de cuidar, proteger y defender esa vida. El sacramento fue administrado por Jos, un compañero jesuita holandés que se encontraba esos días en Nador haciendo la experiencia apostólica de su tercera probación, y actuó como madrina Trini, Hija de la Caridad y miembro del equipo médico que hace el seguimiento sanitario a la madre de Samuel.
Poder estar aquí y ser testigos de estas realidades es un regalo para nosotros, los jesuitas y las religiosas destinados en Nador, pero también para los voluntarios, en su mayoría procedentes de España, que este año forman un grupo bastante numeroso. Su presencia y dinamismo, el servicio generoso que prestan y la disponibilidad para dedicar su tiempo y sus capacidades a otras personas más vulnerables son también parte de esos signos de primavera y de resurrección que el Señor va poniendo en nuestras vidas.