Queridos: ¡Qué cerca está el Salvador, el Mesías, el Señor! ¡Qué honda tiene su fuente la alegría que el cielo anuncia! ¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz! Como los pastores, también nosotros, en este tiempo de gracia, fuimos corriendo guiados por la luz de la fe, y, en la eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, encontramos a María y a José y al niño acostado en el pesebre de nuestra debilidad.
Tómalo en brazos, Iglesia santa, mira a ese niño como lo miró el justo Simeón, míralo y asómbrate de lo que estás contemplando, pues si ligero es el peso de criatura tan pequeña y delicada, en realidad tus brazos sostienen el rescate de la humanidad, la salvación del mundo, la luz de las naciones, el consuelo de los pobres de Dios.
Te diré más, no lo dejes fuera de ti, en tus brazos, guárdalo dentro de ti, guárdalo por el afecto en el corazón, guárdalo por la fe, la esperanza y la caridad en todo tu ser, guárdalo tan dentro de ti como si él fuese tú mismo, y espera a que él te transforme de tal manera en sí como si fueses él mismo.
Si llevas dentro de ti a Cristo Señor, lo llevarás también en tus palabras, en tu mirada, en tus afectos. Si lo llevas dentro de ti, te habrás revestido de él, y serán tu uniforme “la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”, será tu uniforme Aquel de quien te has revestido.
Lo hallarás siempre fuera de ti, como niño recostado en un pesebre, como niño que puedes tomar en tus brazos; lo hallarás fuera de ti, como palabra que resuena en la celebración litúrgica, como eucaristía que se te ofrece, como pobre que sale a tu encuentro. Guárdalo dentro de ti, escóndelo en lo secreto de tu intimidad, escuchando con fe la palabra, recibiendo con amor a Cristo en comunión, compartiendo con los pobres tu pan y tu vida.
Entonces, hermano mío, hermana mía, será tu familia la Trinidad Santa, pues en ella te hallarás como hijo en el Hijo de Dios; en ella serás amado, serás amada, como hijo, con el amor con que es amado el Hijo único de Dios; en ella amarás como hijo, con el amor con que el Hijo de Dios ama a su Padre; en ella te animará el Espíritu Santo, el Espíritu que has recibido del Hijo único de Dios.
Entonces será tu familia la Sagrada Familia: Jesús, María y José; entonces te verás con Jesús en el regazo de su Madre María, y la verás a ella de pie junto a tu cruz, y será el patriarca José quien se cuide de ti en tus caminos.
Entonces, hermano mío, hermana mía, será tu familia la comunidad eclesial, tus hermanos en la fe, los que contigo escuchan la palabra de Dios y quienes contigo hacen comunión con el Hijo de Dios.
Entonces, hermano mío, hermana mía, serán tu familia los pobres, todos los pobres: los que llaman a tu puerta, los que conoces por su nombre, los que nunca has conocido, todos los que caben en la tienda de tu misericordia, en la casa de tu corazón. Entonces la tienda se nos llena de hermanos y de sufrimiento, como los caminos del mar, como los caminos del desierto, como la tierra bajo las bombas, como las paredes domésticas que encubren la violencia sobre los débiles. A todos quisiéramos recibir como recibimos a Cristo; a todos quisiéramos proteger, cobijar, defender, amar como amamos a Cristo.
Entonces, cuando lleves a Cristo en tus brazos y en tu corazón, cuando acojas a sus pobres en tu mesa y en tu vida, también tú dirás con el justo Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. El Señor habrá llenado tu vida con su vida, tu noche con su luz, nuestra nada con la inmensidad de su gracia.
Feliz Navidad.