Es Pascua, Cristo ha resucitado: Al proclamar nuestra fe en Cristo resucitado, hablamos de acontecimientos de salvación, obras de Dios, maravillas de la gracia, y si no queremos reducir todo a creencia imaginativa, a doctrina consoladora, o a mitología religiosa, hemos de disponer los sentidos del espíritu para el encuentro con el Señor, cuya muerte anunciamos, cuya resurrección proclamamos mientras esperamos su venida.
Es Pascua, Cristo ha resucitado: El mundo se ha hecho nuevo, se han abierto las puertas del jardín de Edén, el hombre puede regresar a la dicha para la que fue creado.
Cualquiera con un poco de sentido común puede decirme que eso no es verdad, que el mundo es hoy más viejo de lo que era ayer, tiene hoy llagas que ayer no tenía, miserias que ayer no conocía, lágrimas que ayer todavía no se habían llorado.
Y yo le diré: No son las lágrimas ni las miserias ni las llagas lo que da consistencia a un mundo viejo; ese mundo es hijo de la apropiación que genera división y confusión, y que mata la esperanza.
Es Pascua, Cristo ha resucitado. Observa cómo el mundo se ha hecho nuevo: La humanidad nueva ha regresado a la comunión inicial, a la unidad siempre añorada. Las cosas vuelven a ser de todos, porque son de Dios. La vida, la de todos, vuelve a estar abierta a la inmortalidad, y de ello dan testimonio los apóstoles al anunciar la resurrección del Señor. Y Dios vuelve a mirar con agrado este mundo recién estrenado, el mundo de su Hijo, el mundo de Cristo resucitado, un mundo nacido de la misericordia, creado por la fuerza del Espíritu, un milagro de la gracia, pura hechura de Dios.
Nadie diga, “soy cristiano”, si no es un hombre, una mujer, que pertenecen al mundo nuevo inaugurado con la resurrección de Cristo Jesús. Un mundo reconciliado, pacificado, animado por el Espíritu de Jesús, un mundo de hijos que han nacido de Dios y que en sí mismos, por su fe, han vencido al mundo viejo.
Nadie diga, “soy cristiano”, si no es un hombre, una mujer, que pertenecen a esa humanidad nueva que tiene por cabeza al hombre nuevo, que es Cristo resucitado. Considerad la herencia que de él recibís: “Entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo: _Paz a vosotros… Recibid el Espíritu Santo”. Considerad lo que sois por lo que de Cristo habéis recibido: Sois hombres y mujeres de paz y de Espíritu. Y lo que sois, eso mismo da razón de lo que manifestáis y de lo que hacéis: “Los discípulos de llenaron de alegría la ver al Señor… A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. La alegría y el perdón son habitantes permanentes del mundo nuevo que ha empezado con la resurrección de Cristo.
Por si alguien no se hubiese dado cuenta todavía, ese mundo nuevo que Dios ha creado con infinito amor, es un mundo nuevo de amor para los que lloran, para los que conocen de cerca la miseria, para la humanidad llagada. Y supongo que sólo los que lloran, sólo los arrojados al borde del camino de la vida, sólo los llagados tienen ojos para ver la novedad que Dios a todos ofrece.
El amor es la epifanía del mundo nuevo.
Las llagas, las de Cristo y las del mundo, son lo que está a nuestro alcance ver, tocar, para creer y amar.
Feliz domingo.
Feliz eucaristía.
Feliz encuentro con Cristo en el misterio y en los pobres.