“Siervo de todos”: un nombre para Dios y para ti 

Primero escuchas y crees: “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.

Luego comulgas y te transformas en lo que has escuchado y creído, en ese Hijo que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Cuando se te dijo: “Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”, el Señor te había ofrecido alcanzar “lo que aún te faltaba”.

Ahora se te revela la necesidad de una desapropiación radical, por la que no sólo se te pide darlo todo, sino que habrás de darte también a ti mismo.

Si en la asamblea litúrgica escuchas, crees y comulgas, con ella vas diciendo que quieres seguir a Cristo Jesús, que quieres imitarlo, ser como él, transformarte en él, recorrer su camino, aceptar como tuya su misión.

Entonces, las palabras del evangelio que desvelan el misterio de la vida de Jesús, llenarán de luz el misterio de la tuya: “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Así, en comunión con el Hijo del hombre, también tú eres enviado para dar la vida sirviendo, para servir hasta agotar la vida.

“Siervo de todos” es nombre de Cristo y tuyo. Cristo lo escogió para sí por la encarnación. Tú lo has escogido para ti por la profesión de fe, y cada vez que comulgas, lo pronuncias de nuevo delante de la comunidad.

Ese nombre, que habla de amor, anula distancias y barreras entre el cielo y la tierra, entre la gracia y los pecadores, entre la salud y la enfermedad, entre la dicha y los pobres

Ese nombre, esa locura de amor, anula distancias y barreras entre Jesús y leprosos, entre Jesús y poseídos por el espíritu malo, entre Jesús y pecadores, entre Jesús y tú.

Ese nombre abre las puertas de tu vida a la súplica del hermano, a la impotencia del enfermo, a la soledad del anciano, a la angustia del que ha perdido la esperanza, a la necesidad del excluido, del que no tiene trabajo, del desahuciado,

Si has escuchado, creído y comulgado, te has hecho otro Jesús, otro “siervo de todos”, y ese nombre anula distancias y barreras entre los pobres y tú.

Feliz escucha, feliz comunión, feliz domingo.

P. S.: No es gravoso servir a quien amamos; pidamos amar a todos los que hemos de servir.