El Señor lo dijo así a sus discípulos: “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”.
El que hoy, porque nos ama y porque cuenta con nosotros para amar, nos espera a la orilla de nuestro mar; el que para nosotros, sobre las ascuas del Espíritu, ha preparado el pan de su palabra y de su cuerpo; es él quien hoy nos invita a seguirlo por su camino, a ser como él, como “el Hijo del hombre, que ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”.
El que no quiso más grandeza que la de ser pequeño, ni más reino que el de Dios, ni más saber que la buena noticia de Dios para los pobres, es él quien hoy nos recuerda que “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir”.
Hoy escuchamos y creemos para ser como él.
Hoy comulgamos y, por la fe, la esperanza y el amor, nos ponemos en camino para dar la vida con él.
Por la fe, la esperanza y el amor somos de Cristo, somos cuerpo de Cristo, somos presencia de Cristo en el mundo: presencia viva, presencia espiritual, presencia real.
Y no habrá de apartarse el sacramento –que es la Iglesia-, de la realidad que en él se representa –que es Cristo-.
Quiere ello decir que también la Iglesia, como Cristo Jesús, ha sido ungida y enviada, no para ser servida, sino para servir; los hijos de la Iglesia estamos en el mundo, no para preservarnos sino para darnos, no para ser nuestros sino para ser de quien necesite de nosotros.
Y cualquier forma, no digo ya de tiranía o de opresión sobre otro, sino incluso de olvido del otro o de indiferencia frente a su necesidad, sería del todo incoherente con esa condición nuestra de “sacramentos de Cristo Jesús”.
Libres como Cristo Jesús, movidos como él por el amor, apegados como él a la justicia y al derecho, empapados como él de misericordia, siervos de todos como él, esperamos y pedimos que Dios, por nuestros ojos, continúe mirando a los pobres con el amor entrañable con que los miró por los ojos de Jesús de Nazaret.
Para ello habremos de desprendamos de nosotros mismos hasta hacernos de todos y de Dios, como Jesús.
Lo hemos oído en el evangelio: “El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”. ¡Y lo hemos creído!
Lo oímos cada vez que celebramos la Eucaristía: “Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. ¡Y lo comulgamos!
Y creyendo y comulgando, hemos aceptado, como forma de ser para nosotros, ese “servir y dar la vida” que es la forma de ser de Cristo Jesús.
Nadie se conforme con menos: Vamos con Jesús hasta el último lugar. Rompamos y entreguemos con Jesús el pan de nuestra vida.
Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo.