Una luz encendida en el corazón de la Iglesia.

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A los Magos de Oriente los guía una estrella, pero, en realidad, quien ilumina su camino es el mismo Cristo Jesús, la Luz de Dios que ha amanecido sobre Belén.

La estrella del Rey es la que les muestra el camino que han de seguir; pero en esa estrella los atrae el Rey que para ellos ha nacido.

Considera, Iglesia amada del Señor, lo que aquellos Magos van buscando; te lo dice el profeta: “Brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobre ti, sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”. Buscan la luz que al mundo le viene de Dios, buscan contemplar la gloria del Señor que amanece sobre la tierra, buscan al Señor de la gloria.

Considera también lo que ven cuando encuentran lo que iban buscando; te lo dice el evangelista: Entraron en la casa y “vieron al niño con María, su madre”.

¡Buscaban al Señor y vieron al niño!

¡Vieron al niño, y cayendo de rodillas lo adoraron, porque habían encontrado al Señor!

En aquellos Magos que buscaban al Rey para adorarlo, puedes ver representados a todos los pueblos que hasta el fin de los tiempos buscarán al Señor para caminar a su luz.

Si en ellos te vieres representada a ti misma, imita la humildad y alegría de su peregrinación hasta que, como ellos, encuentres, veas y adores al Rey que acaba de nacer, al Señor de tu vida, al Amor de tu alma.

Pero puedes verte también representada en la ciudad que el profeta vio iluminada por la luz de Dios, resplandeciente por la gloria del Señor que amanecía sobre ella: Entonces la Epifanía es la fiesta de la luz que Dios ha encendido en medio de ti.

Sólo si Cristo te ilumina, podrás irradiar su luz.

Deja que Cristo amanezca en ti por su palabra pobre, deja que entre en ti por su Eucaristía humilde, deja que se encienda en ti por el amor a sus hermanos pobres.

Guarda en el corazón palabra, Eucaristía y hermanos, y habrá amanecido sobre ti la luz de Dios, habrás iluminado tu vida con la luz que es Cristo.