En Roma, del 17 al 21 de noviembre, se ha celebrado el VII Congreso Mundial de la Pastoral de las Migraciones. Durante este encuentro el director del Secretariado Diocesano de Migraciones, Gabriel Delgado, le entregó un curioso obsequio a Su Santidad.
Por: Gabriel Delgado
En Roma, del 17 al 21 de noviembre, se ha celebrado el VII CONGRESO MUNDIAL DE LA PASTORAL DE LAS MIGRACIONES que ha congregado a más de 300 personas de 93 países. Tengo que agradecer a los responsables de la Comisión Episcopal de Migraciones que me incluyeran en la delegación española, como representante del Secretariado de Migraciones de la Diócesis de Cádiz y Ceuta.
El Cardenal Vegliò, presidente del PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES, situó los retos del fenómeno migratorio y las situaciones de emergencia que interpelan a la comunidad internacional, subrayando el peligro de que los países de llegada reciban con hostilidad, desconfianza y prejuicios a los migrantes. Y como respuesta a esta problemática propuso dos líneas maestras: la COOPERACIÓN y el DESARROLLO que, en la perspectiva específica de la solicitud pastoral, deben acentuar el aspecto positivo del fenómeno migratorio
A la finalización del Congreso, el viernes 21, tuvo lugar en la sala Clementina la audiencia con el Papa Francisco. Era un momento esperado y deseado por todos.
«La Iglesia anhela ser lugar de esperanza», proclamó el Papa Francisco, en su Mensaje al Congreso. Diálogo y acogida, dignidad humana, tutela de los derechos de los emigrantes y legalidad, cooperación, desarrollo y migraciones. Sin olvidar, el impulso a la integración y el respeto de las convenciones sociales y culturales de los países que reciben a los que emigran.
Agradeció con aprecio el compromiso y la solicitud dedicada a los hombres y mujeres que aún hoy emprenden los denominados ‘viajes de la esperanza’, y alentó a acompañar a los que sufren la soledad y la marginación, asegurando su cercanía a los que desarrollan este apostolado y a quienes intentan ayudar:
«La Iglesia, además de ser una comunidad de fieles que reconoce a Jesucristo en el rostro del prójimo, esmadre sin confines y sin fronteras”. Es madre de todos y se esfuerza en alimentar la cultura de la acogida y de la solidaridad, donde nadie es inútil, ni está fuera de lugar, ni queda para el descarte.
Tras la lectura de un Mensaje cargado de esperanza, el Papa Francisco saludó a todos los obispos. El arzobispo de Tánger, Mons. Agrelo le hizo entrega de un álbum de salmos y fotos de la frontera, que le regalábamos la Diócesis de Cádiz y Ceuta y la de Tánger, y que el Papa se entretuvo en hojear.
En las primeras páginas iban dos dedicatorias firmadas por el Obispo de Cádiz y Ceuta y por el Arzobispo de Tánger,
Ya, al final, cuando se marchaba, tuve la oportunidad de poder acercarme al Papa Francisco para entregarle un detalle que, aunque era sencillo y humilde – una pequeña patera -, estaba cargado de simbolismos, historias y personas.
Era una patera hecha por Modou, inmigrante africano residente en Tánger que, junto a otros compañeros subsaharianos, participa en un proyecto “Manos Creadoras” promovida por la Delegación de Migraciones de Tánger, para generar recursos para los inmigrantes.
Pude saludar al Papa Francisco, entregarle la pequeña patera y agradecerle su servicio, testimonio y ejemplo, manifestándole que la Diócesis de Cádiz y de Ceuta está muy sensibilizada y comprometida con la inmigración.
En mi corazón y en mi mente la patera iba cargada de muchos nombres, que en nuestra Diócesis han trabajado y siguen ahí entregando su vida con entusiasmo al servicio de los inmigrantes. Recordaba la historia de tantos que han estado sensibles y comprometidos, obispos, sacerdotes, laicos, amigas y amigos entrañables, tanta gente que haría falta una gran embarcación para llevarlos a todos.
También estaban los nombres de muchos inmigrantes – jóvenes y adultos, mujeres y niños – que han atravesado las aguas del Estrecho y que hemos acogido ofreciéndoles el afecto y la ternura de una Iglesia que quiere ser madre. Y aquellos otros que nos hemos encontrado detenidos en el CIE, tras haber sobrevivido a un viaje cargado de riesgos y peligros.
Pero, sobre todo, la patera era de los pobres de la tierra. Aquellos inmigrantes cuyos nombres sólo Dios conoce. Inmigrantes anónimos que enterraron sus sueños y sus esperanzas en esas noches oscuras de los dramas y las tragedias. ¡Qué de sueños y esperanzas, gritos y gemidos, noches oscuras y estrelladas, oraciones y plegarias, temblores y miedos, llantos y agonías en esa pequeña patera!
Me quedo en la retina con la mirada entrañable del Papa Francisco y con su cariñosa sonrisa, mientras se alejaba de la sala Clementina sosteniendo sobre su pecho la pequeña patera.