No lo soñó para sí mismo, sino para ti, y lo soñó conforme a tu deseo.
En ese sueño de Dios, en tu deseo, como en un paraíso, son de casa la justicia y la fidelidad, la gracia y la paz. En el proyecto de Dios y en tu esperanza, desterrados el daño y el estrago, la tierra se llenará de la ciencia del Señor.
El profeta lo anunció: “Brotará un renuevo, florecerá un vástago… Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito… el niño jugará con la hura del áspid”.
La fe te dice que la promesa ya se ha cumplido, que la profecía se hizo evangelio, que el renuevo ya ha brotado, que el vástago ha florecido, y que la paz se hizo don para los amados de Dios.
Tú, sin embargo, pareces todavía herido por el mismo deseo, y tu Dios parece entregado siempre a la tarea de realizar el mismo sueño, como si evangelio y gracia no se nos hubiesen ya dado, como si el mundo no hubiese sido aún visitado por la vida, como si la paz no hubiese todavía llegado a nuestra tierra.
¿Por qué anhelamos lo que ya tenemos? ¿Por qué esperamos al que ya ha venido? ¿Por qué continuamos en adviento si ya ha sido Navidad?
Esperamos todavía porque tenemos sólo lo que creemos, y creemos poco, y creemos mal.
El renuevo ha brotado, el vástago ha florecido, vino ya y viene hoy, viene a nuestra celebración, a nuestra vida, pero no nos alcanzará su justicia si la fe no le abre nuestra casa, no gozaremos de su paz si no nos convertimos a él, no contemplaremos la alegría que nos trae si no le preparamos el camino.
Atrévete a creer. Verás que en tu corazón empieza a habitar el lobo con el cordero, la pantera se tumba con el cabrito, el niño juega con la hura del áspid.
Atrévete a creer. Sabrás que tu corazón está lleno de la ciencia del Señor, “como las aguas colman el mar”.
Si crees, sabes lo que hoy recibes en comunión.
Si crees, sabes lo que esperas.
Si crees, sabes lo que te dispones a celebrar en la Natividad del Señor.
Atrévete a creer: Verás que el mundo se hace nuevo.