EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”. Así empieza la misa de este día en que la Iglesia celebra la Asunción de la Virgen María.
Más que dirigidas a la mente para introducirnos en la liturgia festiva, las palabras de la antífona parecen dirigidas a la mirada interior del corazón para llevarnos a la contemplación del misterio que celebramos.
La figura que aparece en la visión es una mujer encinta: le ha llegado su hora y grita entre los espasmos del parto. Y mujer encinta es también la del relato evangélico, la que visita a Isabel en la montaña de Judea, en casa de Zacarías.
En la visión se desvela el misterio de un tiempo de parto y de desierto, de lucha y de victoria, de humildad y de bendición, un tiempo de salvación que llega con un saludo, un tiempo de alegría que se exhibe en la danza de un niño, un tiempo de promesas que se cumplen porque tú has creído y porque tu Dios es fiel.
En aquella figura de mujer se te ha concedido admirar, Iglesia santa, ese portento de gracia y santidad que es la Madre del Señor, la Asunta al cielo, y asomarte al mismo tiempo a la hondura insondable de tu propio misterio.
“Escucha, hija, inclina el oído” –te dice el salmista-, “escucha”, porque la voz escuchada guiará tu mirada para que puedas penetrar en el corazón de la verdad.
En la contemplación de la figura celeste, te ves mujer, frágil en tu preñez y amenazada en tu parto; en la escucha de la palabra, el salmista te recuerda que eres reina, que eres hermosa, y que Dios se ha enamorado de ti: “Prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu Señor”.
En la contemplación, te ves fugitiva en el desierto, como ejército que se esconde derrotado; en la escucha, una voz que llega desde el cielo anuncia a tus hijos la victoria: “Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías”.
En la contemplación, te ves esclava del Señor y sierva de sus siervos; en la escucha, el Espíritu, a voz en grito, te saluda: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Contempla, escucha y proclama con la Virgen María la grandeza del Señor “porque ha mirado la humillación de su esclava”. Llevando a Cristo en tu seno por la comunión, contempla, escucha y proclama: “Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Reconociendo que la Virgen, Madre de Dios, asunta al cielo, es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada, admira en ella lo que esperas para ti, goza contemplando en ella lo que un día serás, y por ella y por ti, alégrate hoy con los ángeles y alaba al Hijo de Dios.