Hablar de la frontera norte-sur desde ambos lados del estrecho de Gibraltar quiere decir hablar del flujo migratorio entre África y Europa. Detrás de este fenómeno, hay sobre todo personas, no números, con sus propias historias sobre por qué emprenden este viaje. Y también personas, en ambos continentes, que acogen, trabajan, acompañan a esos hombres, mujeres y niños que migran.
Tender puentes entre los dos lados de esta frontera norte-sur es lo que desde hace un decenio de años intentan realizar diversas entidades de la Iglesia, presentes en las diócesis de Andalucía, de las Islas Canarias y de Marruecos, con encuentros regulares en los que compartir experiencias y profundizar el fenómeno migratorio, a fin de ayudar a las personas que se ven implicadas. Como se decía en el lema de la Jornada Mundial del migrante y refugiado del año pasado, para garantizar las condiciones de que sean “libres de elegir si migrar o quedarse”.
Este objetivo de “tender puentes” se ha ampliado también a quienes trabajan a ambos lados de la frontera en las experiencias de fraternidad intraeclesial para voluntarios y voluntarias de diversas congregaciones religiosas y entidades de Iglesia que se llevan a cabo en el periodo estival.
Del 30 de junio al 13 de julio, un grupo de cuatro voluntarios están acogidos en la comunidad Vedruna de Tánger, para esta experiencia fraterna intraeclesial. Son Lorenza, religiosa Hija de Cristo Rey, actualmente en Jaén; Patro, hermana de Lorenza, laica que vive en Albacete; Pablo, redentorista en formación, que viene de Madrid; Victoria, joven laica del grupo San Francisco, de Granada. A ellos se suman otras dos voluntarias, que coinciden parcialmente en el tiempo de estancia de este grupo: Teresa y María, que vienen de Madrid y conocían ya a las vedrunas de Tánger.
Con este grupo de lo más variado hemos podido compartir impresiones sobre su estancia en Marruecos.
¿Por qué?
Las motivaciones para realizar esta experiencia son bastante coincidentes, aunque con matices diversos.
Precisamente, por estar en contacto con la realidad de la inmigración, hay quien desea conocer este mundo “desde el otro lado”, como Patro. Pablo reconoce que su congregación no está tan involucrada en el mundo de la inmigración, y por ello, esta es una muy buena oportunidad formativa, para conocer “como trabaja la Iglesia en inmigración en origen, como la Iglesia promueve el Reino donde no es tan fácil”. Victoria, desde pequeña se ha sentido atraída por el mundo de las misiones y ha participado en campamentos misioneros en España; ya había estado en Tánger junto a otros jóvenes voluntarios, acogidos por la fraternidad franciscana, pero esta vez, le enriquece la diversidad de este grupo, con edades y vocaciones diferentes.
Lorenza ha vivido durante muchos años en Senegal y ahora ya lleva diez años en España. Reconoce que sentía nostalgia de compartir la vida con estas personas del continente africano que “me han formado como persona… Tengo el deseo de vivir esta experiencia no tanto para solucionar cosas sino para empatizar”.
Para Teresa, que no comparte una fe religiosa, el objetivo es ayudar a todo el mundo: “cada uno lo hace desde su perspectiva y la mía no es de fe. Pero me siento mejor si los de mi alrededor se sienten mejor”.
¿Qué se hace?
El programa de estos días a grandes líneas consiste en cooperar en diversas acciones sociales por la mañana: los programas de la DDM (Delegación diocesana de migraciones), talleres para mujeres vulnerables, etc., además de actividades de mantenimiento en la casa que les hospeda. Y por las tardes, se trata de fraternizar con otras presencias de la Iglesia en la ciudad de Tánger, como el obispado y las comunidades religiosas. Sin duda, también hay espacio para conocer el entorno, la cultura del pueblo marroquí que nos acoge. En cualquier caso, “aquí, todo fluye”, como le decían antes de venir a Tánger a María, que trabaja en la enseñanza en una escuela claretiana, y como ella misma comprueba: existe la pauta pero luego, todo es flexible, es una experiencia preciosa que se teje día a día.
Recomendable.
Todos coinciden en que aconsejarían a otros a realizar una experiencia así de voluntariado. Primero hay que conocerlo y después, sabiendo de qué va, se puede sugerir a otros. Seguramente, de manera personalizada, cuando sabes que a una persona o a otra le puede ir bien. El matiz de fraternidad intraeclesial es el plus de este tipo de voluntariado, que fortalece recíprocamente a los participantes.
Hay quien la pregunta que se plantea es: ¿y después, qué? Esta inquietud de la continuidad de esta experiencia de voluntariado es un estímulo para continuar a la vuelta con este espíritu de donación, quizá con nuevas fórmulas, en el contexto de cada uno.
La comunidad vedruna también está agradecida por poder participar en este proyecto. Yolanda e Inma reconocen por una parte que reciben un apoyo grande y por otro lado, que su rol es el de “facilitadoras”, el de crear las condiciones para que la gente llegue a realizar su propia experiencia de donación y de encuentro con los demás y con Dios, creando un clima de familia y siendo una “casa de puertas abiertas”, acentos fuertes del último capítulo de la congregación de las carmelitas de la caridad vedruna.
María, Teresa, Pablo, Lorenza, Patro y Victoria: gracias por compartir vuestras inquietudes y que completéis vuestra experiencia de voluntariado de la mejor manera posible.