La voz de una madre

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Lo has oído en el evangelio: “Yo soy el buen pastor, que da su vida por sus ovejas”. Oyéndolo, has entendido que Jesús de Nazaret te ha puesto en el centro de su vida; has entendido que el Hijo de Dios, porque te amaba, se ha hecho vulnerable hasta dar la vida por ti; has entendido que Dios, compadecido de ti, ha abierto de par en par las fronteras de su Reino para que entres, para que seas libre, para que vivas.

Lo has oído en el evangelio, lo has celebrado, lo has revivido, lo has experimentado en la Eucaristía: “Yo soy el buen pastor, que da su vida por sus ovejas”.

Y sabes, Iglesia cuerpo de Cristo, que ésa es tu vocación, que estás llamada a poner a los pobres en el centro de tu vida, a dar la vida por ellos, a mantenerte siempre abierta para ellos porque eres su casa.

Tu vocación es conocerlos: conocer su voz, su necesidad, sus anhelos, sus miedos, sus alegrías.

Tu vocación es hacerte para ellos deseable como un pan, vulnerable como un amante, acogedora como una madre; hacerte toda para ellos como Jesús se hizo todo para ti.

Que los empobrecidos sepan todos que pueden contar contigo: Todos, en todo tiempo, en todo lugar.

Que los pobres sepan que, allí donde te encuentren, encontrarán madre, encontrarán ternura, y si lo hay, encontrarán pan.

Que los empobrecidos conozcan tu voz, como reconoce un niño la voz de su madre.