Entre los árboles del bosque, Dios escoge y planta una rama tierna. Entre las semillas, el Reino de Dios se compara con la más pequeña de ellas.
La pequeñez es el sacramento que evidencia la grandeza de Dios en la historia de la salvación, en la vida de la Iglesia, en la vida de cada creyente.
La pequeñez sin apariencia del grano de mostaza se hará enramada tan grande que a su sombra podrán anidar los pájaros del cielo.
Ese grano de mostaza, semilla insignificante, ni “atrayente a los ojos” ni “deseable para lograr inteligencia”, se podría llamar «Belén Efratá»: “Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel”. Lo podrías llamar «cabaña de David»: “Aquel día levantaré la cabaña caída de David, repararé sus brechas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré como antaño”. Lo puedes llamar «resto de Israel»: “Aquel día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el Santo de Israel”. Lo puedes llamar «renuevo» y «vástago»: “Se desploma el Líbano con todo su esplendor; pero brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago”.
El secreto de la fecundidad asombrosa de lo pequeño es «El Señor»: su voluntad, su misericordia, su fidelidad, sus promesas.
En la pequeñez fecunda del grano de mostaza puedes ver representado el misterio de María de Nazaret, la esclava que Dios ha enaltecido.
En esa semilla, que ni semilla parece, puedes ver representado el misterio de Cristo, del Hijo que ha descendido hasta lo hondo de la condición humana y, por eso, ha recibido de Dios el nombre sobre todo nombre.
En ese grano de mostaza se puede ver representado el misterio de la comunidad eclesial, del pequeño rebaño de Cristo Jesús.
Por eso haces tuyo el himno del salmista: “Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo; proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad”.
Por eso haces tuyo el cántico de la esclava enaltecida: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
El Reino de Dios es como un grano de mostaza; es como el Cristo anonadado en la encarnación, entregado en la Eucaristía; es como tú, Iglesia que caminas con Cristo en pobreza y humildad.
A Dios se le van los ojos tras su Hijo bautizado en nuestra nada. Dios enaltece su misericordia y su fidelidad en la pequeñez de la comunidad eclesial. A Dios le gusta la mostaza. Y a los pájaros también.