Bendito el que viene en nombre del Señor


A la Iglesia de Dios que peregrina en Tánger 

Paz y Bien, hermanos muy queridos. 

Como ya sabéis, el Papa Francisco visitará Marruecos los días 30 y 31 del próximo mes de marzo. 

Ese anuncio, buena noticia para la Iglesia en Marruecos, es una gran alegría para todo el pueblo y motivo de particular agradecimiento para nosotros, pues tendremos ocasión de acercarnos al Papa –puede que alguno no la haya tenido todavía-, celebrar con él nuestra fe, escucharlo, hacerle sentir nuestro afecto, y decirle que nos sabemos apalabrados en la tarea de llevar el evangelio de Cristo al corazón de aquellos con quienes recorremos el camino de la vida. 

Pero nada de eso, con ser importante e incluso necesario, sería razón suficiente para justificar la tan deseada visita del Papa a Marruecos, pues nuestro compromiso con el evangelio, nuestro apego afectuoso al Papa Francisco, así como la celebración gozosa de los misterios de la fe, son parte de nuestra vida, por no decir que son sencillamente nuestra vida, aunque en ella jamás se nos hubiese concedido la oportunidad de ver al Papa. 

Esto me lleva, hermanos míos, a considerar otros aspectos de esta visita, que tal vez no sean tan de casa como los que, desde el principio, reclaman nuestra atención, pero que son probablemente más significativos y a los que, de hecho, se habrá de prestar mayor atención. 

Es obvio que el Papa viene a Marruecos para los cristianos que aquí vivimos; pero no creo equivocarme si digo que viene también y sobre todo para el pueblo marroquí, que aquí nos acoge como hermanos. 

Para cristianos y musulmanes es la llamada a trabajar por la paz, a obrar según justicia, a ser solidarios unos con otros, a promover la libertad de todos. 

Si en un tiempo pudieron separarnos dos certezas, hoy ha de unirnos una búsqueda. Si hemos escrito una historia fratricida en nombre de dos credos, es tiempo de escribir otra que a los ojos de todos resulte fraterna, unida por lazos de clemencia y misericordia. 

Lo que procede de Dios, ya sea en el Islam, ya sea en el evangelio, no nos separa a unos de otros, no nos hace extraños unos a otros, y mucho menos nos hace superiores a unos sobre otros. 

Lo que es de Dios, une en el amor que es Dios. 

Vivimos tiempos recios, en los que para cristianos y musulmanes se ha hecho urgente descubrir nuestra común vocación a humanizar el mundo, y hacerlo cada uno desde la luz con que nos ilumina la fe que profesamos. 

El corazón me dice que la visita del Papa Francisco a Marruecos dejará en nuestros ojos la dicha de mirarnos como hermanos, en nuestro corazón un compromiso con estos hermanos y con esta tierra, en nuestras manos un proyecto de solidaridad con los pobres, en nuestro espíritu la pasión de Dios por sus criaturas. 

Pero vosotros sabéis, hermanos míos, que en el horizonte de esta visita apostólica están también esos últimos entre los últimos que son los emigrantes. 

Abandonados a su suerte, puestos en las manos criminales de las mafias por las políticas criminales de los Gobiernos, impedidos de ejercer sus derechos fundamentales, tratados como esclavos, traídos y llevados como mercancía, empujados a regatear con la muerte lo que habría que ofrecerles en justicia, esos emigrantes necesitan que la palabra del Papa se dirija a ellos para confortarlos, para mantener viva su fe, para fortalecer su esperanza; y necesitan asimismo que esa palabra se dirija a la conciencia de los pueblos, recuerde la responsabilidad que en el drama de la emigración tiene la política de cada nación, y la mayor responsabilidad, si cabe, que en la formación de la conciencia y en la asunción de decisiones políticas tienen las comunidades cristianas en los países de origen, en las Iglesias del camino, en los países de destino. 

Ésta es una esperanza encendida en el corazón de la Iglesia de Tánger: Que el Papa Francisco venga a esta tierra, y que a esta humanidad hambrienta de justicia, de cariño, de esperanza, le haga llegar la luz de su palabra, el calor de su afecto, el testimonio de que la Iglesia, madre de todos, está especialmente cerca de estos hijos que todo lo necesitan. 

Estos hijos últimos no podrán acercarse al Papa Francisco. Pero habrán de ocupar un lugar privilegiado en su corazón de padre y en el corazón de su visita apostólica a Marruecos. 

A nosotros nos toca preparar el camino. Lo haremos con austeridad de vida, solidaridad con los pobres, oración en la comunidad y trato personal con el Señor. Lo haremos como si estuviésemos preparando la venida del Señor: ¡Bendito el que viene en su nombre! 

Un abrazo, hermanos míos muy queridos. El Señor os dé su paz. 

Tánger, 8 de febrero de 2019.