Hoy hemos entrado en la tercera semana del tiempo litúrgico de Adviento, aunque, si en vez de considerar el tiempo litúrgico consideramos el tiempo histórico, la Iglesia vive siempre en Adviento, pues siempre espera la venida del Señor, y vive siempre en Navidad, pues siempre goza de la presencia de aquel a quien espera.
En este domingo, desde la perspectiva del tiempo litúrgico, la comunidad creyente puede decir con propiedad que “el Señor está cerca”, porque son pocos los días que la separan de las fiestas de Navidad.
Desde la perspectiva del tiempo histórico, siempre podemos decir con verdad: “El Señor está cerca”, pues él es nuestro Dios en quien vivimos, aunque también es aquel a quien buscamos; él es quien ha querido morar en nosotros, aunque también es aquel que nos trasciende; él es la Palabra que nos habla, y no deja de ser puro silencio; él es el Amor que nos da vida, y no deja de ser para nosotros Amor lejano y ausente.
Porque está cerca la Navidad, porque el Señor está siempre cerca de nosotros, la voz de la Iglesia nos invita a la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor… Estad alegres”.
Y habéis oído también la voz del profeta: Que se alegre el desierto, porque florecerá; que se alegren el páramo y la estepa, porque verán la gloria del Señor; fortaleced las manos débiles, porque llega el Señor, viene en persona, y viene a salvar.
Antes de que él llegue, nos alcanza con fuerza la alegría por la certeza de su venida. Se alegra el oprimido, porque es cierta la llegada de la justicia; se alegra el hambriento, porque se está preparando su pan; se alegra el cautivo, porque se acerca su libertad; se alegra el ciego, porque está llegando la luz y viene a abrirle los ojos; se alegra el pecador, porque va a nacer la gracia; se alegra el justo, porque ya llega la recompensa. Se alegran el oprimido, el hambriento, el cautivo, el ciego, el pecador, el justo, porque para ellos “el Señor está cerca”.
Hemos dicho, “el Señor está cerca”, pero no lo consideres comprendido, pues es misterio inefable, insondable, y no lo podemos encerrar ni en las palabras ni en los afectos ni en la experiencia. Si alguna vez has experimentado su justicia, más la desearás. Si saboreas su pan, tendrás más hambre de él. Si has conocido su libertad, desearás ser su cautivo. S has recibido su luz, le pedirás que te ciegue. Y no buscarás más recompensa que la de ser de él cautivo y por él ciego.
Hemos dicho, “el Señor está cerca”, y una voz interior parece sugerir, “y dentro de unos días lo veréis”, porque veréis a un niño que para vosotros va a nacer. Veréis a un niño, y podréis tomarlo en brazos y acariciarlo y besarlo, como se hace con todos los niños, pero no olvidéis que en los brazos tendréis siempre un misterio inefable, insondable, incomprensible. Tomaréis en brazos al niño y veréis al Salvador, acariciaréis la mano de un niño y veréis la mano que sostiene el universo, besaréis la frente de un niño y contemplaréis el amor que es fundamento de todas las cosas.
Hemos dicho, “el Señor está cerca”, pero nadie lo verá sin la luz de la fe, la única que puede iluminar la Navidad, no como un escaparate, sino como un acontecimiento de salvación.
En este tercer domingo de Adviento, porque el Señor está cerca, con el apóstol yo os digo: “Estad siempre alegres”.
Porque nuestro Dios trae el desquite, viene en persona, os digo: Subid a Sión con cantos, haya alegría perpetua en nuestra asamblea eucarística.