Iglesia del cielo… Iglesia de la tierra:

compasionHabéis oído la palabra de Dios: “El ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios”.

El ángel nos la mostró. Yo quiero gozarme en su contemplación. Si Dios la envía, la ciudad viene del amor, es una fantasía de amor, es una arquitectura de amor. Por eso “brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido”.

Pensé: estoy viendo a la Iglesia que Dios ama, la Iglesia a la que pertenezco, la madre en cuyo seno he nacido para Dios y de quien aprendí a ser de Dios.

Ya sé que sólo se me ha concedido ver lo que será un día la ciudad hacia la que camino. Pero sé también que esa ciudad no es un mito de futuro, sino una construcción que se levanta en el presente, con el amor de Cristo y el amor de los redimidos.

Vosotros sois testigos del amor con que Cristo os edifica, pues él os amó y se entregó por vosotros; os consagró con su palabra, os lavó con el baño misterioso del bautismo, “para prepararse una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, una Iglesia santa e inmaculada”.

Junto al amor grande que nos ha purificado, está el amor humilde y tenaz de quienes formamos la Iglesia, cuerpo de Cristo.

Vuestra casa, queridos, esta comunidad eclesial de Tánger, se abre cada día para hombres, mujeres y niños que, víctimas de injusticias atroces, buscan un respiro en sus vidas y lo buscan a la sombra de vuestro amor.

Antes de ver cómo baja del cielo la ciudad que Dios ha perfeccionado, estoy viendo cómo sube de la tierra la ciudad que vuestro amor edifica.

No está hecha de piedras talladas, sino de humanidad acogida, de dignidad respetada, de pobreza compartida. Ésa es tu ciudad hermoseada por el amor. La llenan hambrientos de siempre, parados recientes, esclavas sexuales, mujeres nacidas para entrar desde niñas en redes de trata, bebés disputados porque aprovechables para comercio sexual o comercio de órganos.

En esa ciudad que el amor levanta con su fuerza, el templo es de carne, pura humanidad: ese templo eres tú que amas a Cristo y guardas su palabra, pues Cristo y el Padre han venido a ti para hacer morada dentro de ti; ese templo eres tú con los pobres que son el cuerpo lastimado de Cristo; ese templo eres tú en Cristo y lo es Cristo en ti.

He visto la Iglesia que subía de la tierra, y era un sacramento de la Iglesia que un día bajará del cielo.

Feliz domingo, Iglesia amada del Señor.