Sedientos de Cristo:

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A dar unidad a la liturgia de este domingo, pueden ayudarnos los títulos que el Leccionario asigna a la primera lectura y al evangelio –“encuentran sabiduría los que la buscan”, “¡que llega el esposo, salid a recibirlo!”-, y también el estribillo del Salmo responsorial –“mi alma está sedienta de ti, Dios mío”-: Expresan la inquietud y el esfuerzo de la búsqueda, las expectativas del deseo, la fuerza de una pasión que pone en movimiento todo el ser.

Tú, Iglesia de Cristo, eres hoy la esposa del Cantar: “Ya me he levantado a abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura. Yo misma abro a mi amado; abro, y mi amado se ha marchado ya. Lo busco y no lo encuentro; lo llamo y no responde… Muchachas de Jerusalén, os conjuro que si encontráis a mi amado le digáis… que estoy enferma de amor”.

Buscas la sabiduría. Tienes sed de Dios. Esperas al esposo. ¡Estás enferma de amor! La fe te dice que es Cristo Jesús la sabiduría que deseas encontrar. La fe te enseña que es Cristo el esposo a quien esperas en la noche para entrar con él al banquete de bodas.

Si amas la sabiduría, fácilmente la verás; si la buscas, ella ya habrá salido a tu encuentro; si velas por ella, entrarás con ella a su banquete; si madrugas por ella, la hallarás esperándote a la puerta de tu casa. ¡Si buscas a Cristo, descubrirás que habita dentro de ti, en tu corazón!

Amar la sabiduría, buscar a Dios, esperar la llegada del esposo, pensar en quien amamos, velar por aquel a quien buscamos, madrugar por hallar a quien deseamos, estar dispuestos para salir al encuentro de aquel a quien esperamos, ésa es cada día nuestra vida de creyentes, y ése es el misterio que vivimos en nuestra eucaristía: Hoy velamos por Cristo, madrugamos por Cristo, salimos al encuentro de Cristo.

Ya sé que necesitamos siempre aprender a amar, a buscar, a esperar. Si contemplamos lo que deseamos, guardaremos en el corazón lo que hemos contemplado, y amaremos lo que hemos guardado en el corazón.

Si contemplas la sabiduría, la hallarás “radiante e inmarcesible”, amiga y compañera de camino de quienes la buscan, madre de la prudencia y de la paz. Si contemplas a Dios, conocerás en su santuario su fuerza y su gloria, su gracia y su auxilio. Si contemplas el misterio de Cristo, admirarás la humildad y pobreza en que se te acerca, la gloria del Hijo de Dios que en aquella pobreza se te oculta, la gracia que en aquella humildad te visita, la misericordia que tan suavemente te envuelve, la justicia que en Cristo te penetra, la alegría que por Cristo te alcanza. Si contemplas el misterio de Cristo, conocerás la vida divina que Cristo ha hecho tuya, y te iluminará el Espíritu de Dios que de Cristo has recibido para ser hijo. Cristo es el esposo que esperas, suyo es el banquete que para ti está preparado. Contempla, guarda en el corazón lo contemplado, ama con todo el corazón lo que has guardado.

La vida de la Iglesia, la vida de cada uno de sus hijos, está hecha de búsqueda y de encuentro, de deseo y de experiencia, de recuerdos y de abrazos. Buscas a Cristo, y él te sale al encuentro en la comunidad orante; buscas a Cristo, y él te ha invitado a escuchar hoy su palabra; tú buscas a Cristo, y él “atisba por las ventanas”, y os encontraréis tras el velo del misterio del amor; tú buscas a Cristo, y él “mira por las celosías”, y os amaréis y os abrazaréis en el misterio de los pobres.

Mañana será la eternidad, y allí, a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él.