A los fieles laicos, a las personas consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger.
Queridos:
La gracia de Dios nos ha hecho testigos de la pasión que Cristo continúa padeciendo en los humillados de nuestro mundo, en los excluidos de la justicia, en los expulsados de la dignidad de la vida.
La gracia de Dios nos hizo prójimos de esa humanidad que cayó en manos de bandidos que la desnudaron, la molieron a palos y la dejaron abandonada y medio muerta al borde de nuestro camino.
Por gracia hemos experimentado la vulnerabilidad de los pequeños de la tierra. Por gracia se nos ha clavado en el alma el clamor de los oprimidos. Por gracia se nos han conmovido las entrañas y hemos sido llamados a la solidaridad.
Ahora que entramos en la celebración de la Pascua anual, mientras contemplamos crucificado, muerto, sepultado y resucitado a Cristo, que es nuestra cabeza, celebramos la gloria de la cruz, la fuerza de los débiles, el enaltecimiento de los pequeños, el triunfo de los derrotados, la esperanza de los que sólo en la fidelidad de Dios pueden esperar, la gloria de su cuerpo que es la humanidad nueva reconciliada en el amor.
En comunión con Cristo:
En los misterios que vas a celebrar, no haces memoria de una historia que no sea tuya, no evocas acontecimientos en los que no hayas participado, sino que recuerdas lo que también tú has vivido, porque el Hijo de Dios se hizo hombre por ti y para ti, el Verbo se hizo carne por ser tuyo y porque fueses suya, Cristo se abajó hasta la muerte y se durmió en la cruz por ser tu esposo y porque fueses su esposa, por ser tu cabeza y porque fueses su cuerpo.
No te separes, amada, del Cristo que se rebaja hasta hacer suya tu muerte; y Dios no te separará del Cristo al que su fuerza levanta para darle el «Nombre-sobre-todo-nombre.»
Aprende el camino que él recorre: “No hizo alarde de su categoría de Dio.. se despojó de su rango… se rebajó hasta someterse incluso a la muerte”. Aprende el camino que él es, el camino que Dios ha abierto para ti y que reconoces como tuyo y del que no quieres desviarte.
Ésa es la humanidad nueva, la de aquellos que, en Cristo y con Cristo, aprenden la sabiduría del abajamiento, de la obediencia, del servicio, de la humildad, hombres y mujeres que, por tener entre ellos los sentimientos propios de Cristo Jesús, no se encierran en sus propios intereses sino que buscan el interés de los demás, tienen entrañas compasivas, y se mantienen unánimes y concordes en un mismo amor.
Son muchos los imitadores del viejo Adán, que quiso enaltecerse a sí mismo, apropiarse de la condición divina, hacer alarde de Dios, hacer por sí mismo lo que sólo a Dios corresponde hacer.
A vosotros la gracia os ha hecho imitadores de Cristo, y dejáis que sea vuestro Padre del cielo el que os dé un nombre embellecido con la gloria de su Unigénito.
Los días de la pasión del Señor nos recuerdan que el abajamiento, la obediencia, la entrega, la cruz, son la patria de Cristo Jesús, y que ésa es también nuestra patria.
El versículo con que la comunidad eclesial se dispone a escuchar el evangelio de la pasión, nos ayuda a entrar en el corazón del misterio: Jesús escogió esa patria “por nosotros”, escogió la cruz por amor, entró en la angustia de la desdicha para abrir a sus hermanos pobres las puertas de la alegría. Esa luz de amor que ilumina la cruz de Jesús, es la que ha ilumina la cruz de nuestra entrega; y donde con la Iglesia que mira a Jesús, decimos: “Cristo se sometió por nosotros incluso a la muerte”, con la Iglesia que habla de sí misma, decimos: Se somete incluso a la muerte por los hermanos, por los pequeños, por los pobres, por ungir de amor el cuerpo de su Señor.
“Hágase tu voluntad”:
El cumplimiento de la voluntad del Padre es la clave de lectura de la vida de Jesús. Él nos enseñó a decirlo cuando oramos al Padre del cielo: “Padre nuestro… hágase tu voluntad”. Él lo dijo cuando entraba en su agonía: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”.
Nosotros lo decimos con Jesús en su hora, y él lo dice con nosotros en nuestra oración; nosotros lo decimos y comulgamos con la obediencia de Jesús, y él lo dice y comulga con la humildad de nuestra fe; nosotros lo decimos aceptando con Jesús el cáliz que él ha de beber, y él lo dice abrazando con nosotros la cruz que hemos de llevar.
“Hágase tu voluntad”: Dichas por Jesús, las palabras llevan dentro la piedad del Hijo que aprendió, sufriendo, a obedecer. Dichas por nosotros, llevan dentro la humilde confesión de la fe de los pequeños, su aguante en la esperanza, la fuerza con que los pobres resisten a la violencia de los poderosos. Tú dices con ellos: “Hágase tu voluntad”, y “endureces el rostro como pedernal, sabiendo que no quedarás defraudada”.
“Hágase tu voluntad”: Para Jesús y para ti el pan con que alimentas tu vida “es hacer la voluntad del que os ha enviado y llevar a término su obra”.
A ti, como a Jesús, se “te ha dado una lengua de iniciado”, para que sepas decir al abatido las palabras de aliento que aprendiste en la comunión con la entrega de tu Señor y con el sufrimiento de los pobres.
“Tened los sentimientos de Cristo”, aclamad con vuestra vida al que viene en nombre del Señor. Llevad la luz de la Pascua, la paz y la gloria de Dios a la vida de los pobres.
Tánger, 17 de marzo de 2016.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo