Hacer discernimiento evangélico de la realidad en la que nos movemos, es aprender a mirar el mundo con los ojos de Jesús de Nazaret. Para mirar así, necesitamos la luz del Espíritu Santo; y para elegir en cada situación lo que conviene, necesitamos su sabiduría, su fuerza, su amor.
Esa referencia a la luz y a la fuerza del Espíritu, delimita con claridad las fronteras que separan el discernimiento evangélico de la reflexión académica, del programa político, del discurso económico, de la propuesta ideológica, de la controversia religiosa.
Si os unge el Espíritu de Jesús, el único que conoce las profundidades de Dios, el que “os guiará hasta la verdad plena”, él os enseñará a discernir el bien del mal, él os dará fuerza para que llevéis el evangelio a los pobres, él os iluminará para que en los pobres veáis a Cristo y lo améis.
El Espíritu es el don de Jesús a su Iglesia, a la comunidad de sus discípulos en misión: “Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo”.
Cada creyente y cada comunidad, si queremos parecernos a Jesús, si queremos ser dóciles como Jesús a la voluntad del Padre, si queremos continuar en el mundo la misión de Jesús, hemos de hacernos discípulos del Espíritu de Jesús.