Danilo Mendoza, jesuita, emigró a Estados Unidos desde Nicaragua en el año 2000. Allí descubrió la espiritualidad ignaciana y entró a la Compañía de Jesús. Desde hace unos meses está realizando una de las etapas de formación de un jesuita, el magisterio, en la ciudad de Nador, en Marruecos, trabajando como psicólogo en la Delegación Diocesana de Migraciones y como educador en el Centro Baraka.
Desde allí nos traslada el relato de su experiencia, un relato que nos permite, a partir de la descripción de la escena que presenció al llegar a Nador, conocer la labor que se realiza en la Delegación Diocesana de Migraciones, facilitando a personas migrantes el acceso a servicios básicos de calidad.
«Cuando imaginé mi misión en esta ciudad fronteriza, ya conocía las numerosas intervenciones para la población migrante adulta, pero no sabía que iba a ver un programa bien estructurado para la atención y educación de los niños migrantes. El programa me mostró el enfoque holístico que se está utilizando para atender a la población migrante en esta región, y al mismo tiempo me conmovió con un profundo sentimiento de esperanza. Una esperanza que surgió de lo más profundo de mi corazón al ver a estos niños siendo lo que son, niños; con ganas de jugar, de aprender, de ser atendidos, de ser reconocidos».
«Entre las personas migrantes que llegan a Nador, Marruecos, se encuentran familias y muchas son mujeres que están solas con sus hijos», señala el relato de Danilo, que alerta ante la situación de vulnerabilidad para los menores migrantes, que se encuentran en condiciones precarias en las que su desarrollo físico y mental está en alto riesgo desde muy temprana edad.
Por este motivo destaca la labor del programa de atención y educación de la Delegación Diocesana de Nador, que se convierte en un espacio donde son tratados con dignidad y «pueden crecer como agentes de su propio futuro».
Podéis leer el testimonio completo de Danilo Mendoza SJ aquí: Testimonio Nador 2022